Cultura

Puro cuento

Había comenzado a perder la cordura. Una terrible confusión de sentimientos y la hostilidad de los demás me habían llevado a la ilusión de sentirme frustrado. Preso de una marginación imposible de aguantar, ya no digamos de tolerar, después de diez años de trabajar como despachador de gasolina por menos de cincuenta y cinco pesos al día (cuatro dólares) ya no me quedaba una sola relación humana que no estuviera viciada por mis pocos recursos económicos, mis horarios de trabajo, los horarios y los pocos recursos de los demás. Está era la vida a la que me había llevado pretender vivir con un poco de dignidad, en medio de realidades ásperas y personas mutiladas, igual que una legión de pordioseros sin alma. Había también dejado de visitar a los pocos amigos que me quedaban, para no tener que confesarles que me embargaba el ánimo la amargura de no tener ni a que, ni con que querer a nada ni nadie. Que ahora me había vuelto un tipo débil de esos que siempre odié, ni siquiera igual a los demás, porque los demás al menos pretendían vivir ignorando que los mueve el miedo. Las muertes violentas y legales, bien guardadas en el discurso vacio de los que agitan el ganado para el camino al matadero, desilusionaban en mí, por siempre y para siempre el respeto a los poderes que la tradición fáctica más inmisericorde obligaba a respetar: la televisión, el estado y la religión, en ese orden. Ya ni siquiera podía soportar al vagabundo que a veces dormía en la puerta de la casa, porque últimamente se había vuelto grosero conmigo, probablemente porque nunca nadie lo había querido ayudar de verdad, por que huele a queso rancio y a vinagre. La idea de suicidarme nunca me atrajo lo suficiente, y tampoco sentía deseos de tirarme a la ex mujer de algún ex amigo. Me sentía atorado y la verdad es que no había encontrado aún la salida de emergencia. Pensaba en todo eso y mil cosas más, mientras caminaba por las calles del centro de la ciudad, donde tomo casi todos los días el camión para ir a mi casa después de salir de mi “chamba” o sea poner gasolina a los vehículos que nunca podre comprar con lo que ganaba. Pensaba también que estaba malgastando el poco tiempo de vida que seguramente me quedaba. Esa noche cuando llegué a la casa cansado, apestando a gasolina y alcohol, la encontré más sola que de costumbre, igual de sola que la noche aquella en que no la volví a ver ¡Si ya había conseguido el maldito anillo! Ya solo me faltaba todo lo demás. Fue entonces en ese momento de verdadero misticismo existencial, que decidí vender las pocas cosas de valor que habían en la casa para comprarme una pistola, aunque no tenía una idea clara de que iba a hacer con ella. Pero no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo y lugar.

Después de empeñar las cosas, me fui para la casa de un viejo diler, militar retirado, conocido vendedor de drogas y armas, para comprarle la pistola, la sensación de poder fue inmediata, también compré suficientes balas. Salí a la calle con el arma guardada entre el pantalón y la camisa, pronto comencé a examinar a las personas para medir las posibilidades de dispararles, sin duda alguna esté es el morbo que excitaba a las personas para pertenecer a la policía y a los ejércitos. A la vuelta de la esquina habían dos policías comiendo en un puesto, sentí deseos de dispararles, tomé la pistola cargada y sin sacármela de la camisa les apunte por la espalda, una bala en ese cuello grasoso y no volverás a lastimar a nadie, pensaba excitado, pero la empresa era demasiado peligrosa para un principiante, ellos también estaban armados y probablemente poseían alguna técnica o adiestramiento de combate, así que volví a meter el arma en la cintura y pasé caminando lento junto de ellos. El radio del auto negro “Chevrolet” escupía avisos en clave, las luces de las torretas con los colores de la bandera de los gringos que se encendían, daban vueltas y se apagaban, como las luces de una discoteca, me marearon y me dieron nauseas. Al primero le dispare en el cuello por la espalda, al otro tipo le pegué en un ojo cuando se dio la vuelta, ambos se desplomaron como costales llenos de plomo, valga la redundancia.  Aquí tienen su medalla al valor de joder a la gente. El taquero me miraba fijo, aferrado a su cuchillo. ¿Qué chingados me miras? Ya no tendrás que darles mordidas. Creo que esté ya no se va comer la torta ¿Puedo? Caminé un par de cuadras sin que nadie me siguiera ni siquiera con la vista, cuando pasó un taxi lo detuve y le pedí que me llevara lejos. Le pagué con un anillo de esos que tienen una piedra brillosa en el centro.  Me detuve al frente de una casa grande con tres automóviles en la entrada.

Toqué el timbre de la reja pero nadie me abrió. La reja estaba abierta así que me acerque a la puerta y toqué insistentemente. Después de un largo rato salió una señora arreglada como para ir de fiesta. No ha visto usted que tenemos un timbre, como se atreve a meterse a mi casa, lárguese inmediatamente, aquí no damos sobras, para eso tenemos un perro, lárguese antes de que llame a la policía. Lo siento señora no siempre se puede escoger, le dije y saqué el arma con que apunté a su garganta enredada de joyas y arrugas. Miré señora necesito algo de dinero, al menor intento de fastidiarme le meto un tiro en los meros huesos, así que adentro y deme todo el dinero que tenga. La ruca vivía sola, en compañía de unos perros enanos y rapados, igualitos entre si, como miembros de una secta religiosa. Disculpe señora pero si usted vive sola para que necesita tres coches de lujo. Ay, indio ignorante, como se ve que usted y yo no somos de la misma clase. Desde luego que no, yo nunca he tenido un auto y me parece que usted nunca se ha subido a un camión. ¡Nunca jamás! Pues si lo hiciera se daría usted cuenta que la gente que viaja en camión es exactamente igual a usted y su clase, exactamente igual de indiferente con los demás, comenzando con el camionero. Vas a terminar en la cárcel antes de que termine el día pinche naco apestoso. Es posible, pero ¿Sabe usted dónde va a terminar el día de hoy? Se terminaron para usted los amantes de lujo, la peluquería, el nutriólogo y el siquiatra. Feliz navidad adelantada. No me mates desgraciado, no ves que vas a arruinar tu vida. Por favor madame, mi vida ya estaba arruinada mucho antes de que yo naciera y sin que a nadie le importe. Señor se lo suplico, no tiene que ser de esta manera. Lo siento señita pero hoy no vine por las sobras. De un tiro en la frente terminé con las suplicas con maquillaje caro, tomé todo lo que encontré de valor incluyendo el automóvil que llamará menos la atención, era un Volvo negro, impecable como los otros dos vehículos. Llamó mi atención que en el fondo de la casa había un cuartucho pequeño y sin pintura que no iba con el resto de la residencia, dentro había una hamaca vieja colgada, un espejo roto en la pared y un sabucán con papeles viejos, entre los papeles había una credencial de elector con la foto de una viejita arrugada: María Eugenia del Bendito Niño de Atocha Pech Chi.

Me detuve en una plaza y me compre ropa de esa que se ponen los niños “popis” cuando se van a drogar a la disco y me dispuse abandonar la ciudad inmediatamente, tomando rumbo hacia el oriente. Casi a punto de salir de la ciudad me encontré con uno de los retenes de la policía que hay por todos lados de un tiempo a la fecha. Estaban revisando a todos los autos que estaban por delante. Buenos días señor. Buenos días oficial. ¿A dónde se dirige? Voy para la Riviera Maya, ya sabe usted de vacaciones. Puede continuar, pase buenos días, hermoso carro señor. Muchas gracias (imbécil) Eso es todo pensé, cómprate un lindo automóvil, usa buena ropa, en fin págate buena publicidad y serás una distinguida persona.

Medellín para principiantes

Había perdido los empeños pero ahora me encontraba con nuevas posibilidades, tenía un millón de pesos en efectivo, un vehículo del cual deshacerme lo más pronto posible  y un avión que tomar. Faltaban veinte minutos para el próximo vuelo a Medellín, Colombia, por fortuna a mi pasaporte todavía le quedaban unos días para que expirara y no pedían visa, el automóvil lo deje estacionado a unas cuantas cuadras del aeropuerto, junto con la pistola y la demás evidencia. Antes de abordar me revisaron de todo menos una pequeña mochila con dinero que llevaba conmigo. Esta era la primera vez que me subía a un avión, volar por encima del Caribe me pareció una experiencia de lujo, luego descendió el avión en el aeropuerto de Panamá, para que abordara otro más que me llevo hasta el aeropuerto de Piedras Negras Colombia, a  cuarenta minutos de Medellín, como estábamos en la semana santa, no encontré ningún cajero abierto y nadie quería aceptar mis pesos mexicanos, le di mil pesos a un taxista para que aceptara llevarme hasta un hotel, en el hotel tampoco me aceptaron mis pesos y me informaron que tenía que cambiarlos por Pesos colombianos o Dólares americanos, mucho mejor si son pesos me insistieron. Esa noche pude dormir tranquilo, desde mi habitación veía los edificios del centro de la ciudad, las montañas, la humedad en forma de nubes, no hay necesidad de encender el aire acondicionado porque estamos a quince grados y el aire  huele a flores y a madera.

Desperté cuando alguien toco la puerta del cuarto para preguntarme a qué horas podía limpiarlo, fue cuando me di cuenta que ya eran las cinco de la tarde y yo sin moneda competente en este país. Otra vez estaba todo cerrado por el viernes santo y las tripas ya me estaban sonando, no había comido nada desde el burrito de pollo con  cerveza panameña en el avión. Para describir a Medellín es necesario comenzar por describir a sus mujeres: blancas, negras y trigueñas, siempre bien arregladitas, con faldas cortas o con vestidos de colores brillantes, rosa, amarillo, plata, azul, preciosas y extrovertidas, te ponen la carne como de gallina con ese acento  de comentarista  de noticiero de Univisión, tienen algo de finca y de cumbia hasta las más fresas.  Por las calles de Medellín, capital del Departamento de Antioquía, te venden café (tinto) en un vasito desechable, papas rellenas de carne molida de res, chuzos (alambres) cerveza con limón etc. Recibí mi primer atraco en la casa de cambio Nutifinanzas del edificio Alpujarra, donde te venden el peso mexicano a ciento cincuenta  pesos colombianos y te lo compran a ochenta. Al fin voy a comer, decido probar la Bandeja Paisa, carne de res y cerdo, arroz, huevo, unos frijoles grandes, plátano frito, chicharrón, chorizo y arepa de maíz, en la otra mesa está comiendo una mulata de labios carnosos y pechos grandes, no veas que culo más hermoso. A cincuenta metros de mí el metro esta surcando la ciudad, pago mi almuerzo y sigo caminando, hay una escultura de una gorda desnuda frente al edificio del Banco de la República, dos cuadras después hay un parque con esculturas majestuosas y gordas, así es Botero le encantan los lípidos, al frente el museo  de Antioquia, me comprare una cámara y me meteré ahí.

Me subo al metro que comunica a Medellín con sus alrededores, es externo, rápido y limpio, las gentes ceden el asiento a los niños, ancianos y  mujeres embarazadas. En cualquier parte la gente bebe cerveza como si fuera refresco, en las heladerías, en la tienda de la esquina, tampoco dejan de vender  a las diez de la noche y no he visto a nadie haciendo panchos porque esta ebrio, si acaso alguien que se quedo dormido encima de una mesa pero tampoco eso parece molestarle a nadie. En cualquier parte te encuentras con alguien fumando bareta (marihuana) sin que la policía lo detenga, la policía busca armas en sus requisas, el ejército guerrilleros, a nadie le molesta si te fumas un porro (moño) en el parque  o en la puerta de tu casa. A la sombra de estas montañas y estos árboles  enormes lo que uno quiere es conversar en la calle y tomarse una cerveza mirándoles las patas a las antioqueñas. Solo descubren que no soy de aquí cuando no guardo la lengua, que es casi siempre. Es una pena y una vergÁ¼enza que las únicas noticias que se escuchen de México sean las de la violencia institucionalizada y de los asesinatos impunes de mexicanos a manos de la migra  USAmericana y demás tratantes de indocumentados. Casi me había olvidado de que soy un mexicano prófugo  de la justicia, un asesino también, a sangre fría.

Me compro una botella de aguardiente Antioqueño para pasar el trago amargo de mis recuerdos y sigo caminando por las calles del centro de Medellín, pronto me encuentro con amigos que farrean por las calles haciendo lo mismo que yo, algunos me invitaban a bareta y a coca cola, una cerveza en esta tienda otra en aquel parque, da la impresión de que estas calles están hechas para que la gente se detenga en cualquier parte a tomarse la cerveza o el tinto, y hay que decirlo para que se sepa que uno se siente bien tratado. Cuando me venció el cansancio tomé un taxi para que me llevara al hotel, en la habitación viendo el noticiero caí en cuenta de que existen unas pandillas de delincuentes a los que llaman “combos” también paramilitares y guerrilleros, también me entero de que el presidente de Colombia acusa al de Venezuela de proteger  y ayudar a sus archienemigos de las FARCS, movimiento guerrillero que ha perdido su brillo ante la población, como todos los demás grupos de guerrilleros, por sus constantes actividades delictivas que van desde el asesinato y el atraco, hasta el desplazamiento de familias enteras de sus hogares, sin embargo a diferencia de otros días, hoy no me siento infeliz y me pregunto por qué no me había dado cuenta antes, solo puedo decir que la esclavitud me había carcomido como el comején carcome a la madera,  pero la gente de esta ciudad no parece infeliz  pese a los seis millones de esclavos negros que se trajeron los europeos de África.

Bueno pues, después de un mes de lindas vacaciones y escribirles está historia “Puro cuento” me regresé a México y a mi incotidiana vida de irrealidades, triunfos y fracasos, donde soy luchador de la triple A, ginecólogo, cineasta, bailarina, jugador, siquiatra, mal ejemplo a seguir, músico, escribidor, abogado, etc.  Etc.  Poco tiempo después, desfaciendo los agravios de un entuerto como diría Don Quijote, el comisario ejidal de Kanasin, Yucatán, me regaló un perrito malix (mestizo) lleno de pulgas y garrapatas al que le puse por nombre “Pacheco”  recordando a un perrito Chihuahua blanco con motas negras que conocí en Medellín que también se llamaba así, cuando le pregunte a la dueña “Doña Guillermina” me conto que le había puesto “Pacheco” por un personaje de la televisión, yo pues que quieren que les diga, me cagaba de la risa, le prometí que al próximo perrito que tuviera le pondría ese nombre, la señora no entendía muy bien porque. En Yucatán, Pacheco también es un apellido conocido,  no menos de dos gobernadores lo han tenido. El señor Héctor Herrera “Cholo” usaba esté apellido con humor del bueno para nombrar el efecto que produce la Marihuana en los que la fuman (Pasado)  todo el mundo se reía cuando decía que alguien “andaba bien Pacheco y utz, utz, utz” En un país donde hoy se combate a balazos el control de su comercio, cuando los vecinos escuchan que llamo a veces a mi perro porque se salió a la calle, no pueden evitar reírse un poco, eso sí, nunca me dicen porque se ríen. Yo también me rio un poco acordándome de don Héctor Herrera, de “Doña Guillermina” y su perro “Pacheco”

Tomado del libro  «El indiscreto» Descárgalo gratis:

www.winstontamayo.blogspot.com

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.