Tanto tiempo venimos oyendo hablar de Obama, de su nuevo espíritu, de su renovador estilo, de su halo de esperanza y de su aúrea de santidad, que estaba convencido que ya había tomado posesión, pero no, ahora es cuando, por fin, se va a convertir en el Presidente número 44 (no me atrevo con el ordinal) de Estados Unidos.
Y todos los ciudadanos del mundo deberíamos alegrarnos y vanagloriarnos ante tan vasto acontecimiento, porque hoy es el primer día del resto de nuestra vida, una vida que viviremos en plena felicidad y ausencia de todo dolor o sufrimiento.
Porque Obama terminará con la crisis financiera y estructural que nos sacude a todos, porque Obama encontrará empleo a todos los trabajadores no activos en este momento, porque Obama detendrá el calentamiento global, porque Obama retirará todas las tropas estadounidenses de allá donde estén, porque Obama, sí, el grande, el redentor, eliminará toda la maldad de este planeta.
El hambre desaparecerá del mundo y pertenecerá ya solo al pasado, los analfabetos comenzarán a leer y escribir, las mujeres dejarán de ser maltratadas, y los niños de trabajar. Se acabarán los problemas de la banca internacional, del sector inmobiliario español, o del gas ruso. La PAC dejará de ser un expolio a los países subdesarrollados y el libre comercio será una realidad y no una utopía.
Porque Barack Obama tiene la receta para combatir todas las injusticias de este mundo y todas las ineficiencias de los mercados económicos, en él confiamos y de él dependemos.
De hecho, se me acaba de estropear la caldera de mi casa, pero no la voy a arreglar, ¿para qué? ¡Qué la arregle Obama!