Cultura

Qué maja la baraja

Van llegando los tahúres, se acomodan en las sillas que han sacado a la banqueta mientras uno de ellos se apresura a repartir las cartas sobre una caja de cartón que han acondicionado como mesa de juego, sabedor de que el tiempo es el único enemigo real. Los naipes sujetados entre los dedos forman un abanico de números, palos, habilidad y azar. Cada jugador intercambia una de sus cartas con el rival a su derecha, la arrojan con desprecio y la levantan con asco, a pesar de que no pocas veces, esa carta bastarda les ha valido el triunfo. En cosa de segundos deben urdir una estrategia, inteligente y mutable que sea capaz de adaptarse a los giros sorpresa que da el mazo, y que, por supuesto, termine imponiéndose a las demás. Las únicas armas disponibles son aquellas ocho cartas que la baraja repartió de acuerdo a la suerte que le tocó a cada uno. La destreza, sin embargo, casi siempre tiene la última palabra. Los músculos se tensan, los sentidos están alerta, la concentración puesta en el centro de una base de doble corrugado. Nadie parpadea. El juego ha dado inicio. Los ánimos se caldean de inmediato, y, aunque cada partida no se prolonga por más de cinco minutos, estos transcurren con una lentitud exasperante. Ahora bien, multiplíquense estos cinco minutos de ansiedad por treinta, cuarenta veces a lo largo de una tarde… Al poco tiempo se adopta un gesto adusto, rayano en lo hostil, bien parecido al que debe tener Dios, que, si bien dice Einstein no juega a los dados con el universo, parece, por otro lado, divertirse jugando a las cartas con la humanidad. La baraja española pasa de mano en mano sin tregua en un trajín desenfrenado, arrastrando con cada carta fortuna o mal agÁ¼ero.

Cae la noche pronto, las nubes densas prometen un fuerte aguacero. Los jugadores se levantan, llevándose las manos a las bolsas vacías, pues todo lo apostado se queda en las tinieblas, en ese humo de tabaco que se fuma sin parar, en los tragos de cerveza, en las notas de la guitarra y la voz destemplada del trovador callejero que a buena hora pasó por aquí. La baraja regresa a su estuche, ha dado bastantes emociones por hoy.

Arriba, desde las estrellas, se vuelve a repartir. Al final no ha llovido.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.