En el deporte, las victorias glorifican, pero las victorias épicas mitifican, y el triunfo de Rafael Nadal sobre Roger Federer en la final de Wimbledon fue épica, y, por tanto, convierte al tenista manacorí en un mito.
Porque la importancia de una victoria también se mide por la categoría del rival derrotado, y, en este caso, se trata de Roger Federer, el mejor tenista de la historia, el cuál se encuentra en su mejor momento de juego y de serenidad. Un jugador que será recordado por las generaciones futuras como el genio que dominó el tenis mundial durante más de un lustro.
Rafael Nadal no es el mejor en nada. No posee la mejor ‘derecha’ del circuito, su golpe de revés es algo limitado, y su servicio tiene que mejorar notablemente. Pero, sin embargo, lo hace todo aceptablemente bien, y lo que es más importante, no comete errores, y esa es su gran virtud.
Porque de pura perfección en su juego acaba cansando a sus rivales que optan por finalizar el calvario con golpes arriesgados que no siempre entran, con lo cuál su desespero se incrementa. Jugar contra Rafael Nadal debe de ser algo así como discutir con una persona más elocuente, que siempre encuentra respuesta a cualquier argumento que le envías, por lo que acabas por darle la razón en todo lo que dice.
¿Cuál es el techo de Rafael Nadal? Seguro que ni él mismo lo conoce. 22 años y una mentalidad ganadora inquebrantable le convierten en un candidato a sustituir a Roger Federer en su título honorífico de mejor jugador de la historia.
Sin embargo, una sombra planea sobre su estilo de juego. Á‰ste es absolutamente físico, basado en su potencia, en su rapidez, agilidad y movilidad, por lo que cabe preguntarse ¿qué sucederá cuando su explosividad física comience a remitir?
La pregunta está en el aire, pero hasta ese momento conformémonos con disfrutar de su juego y grabemos cada momento de sus victorias, porque dentro de unos años diremos a nuestros hijos aquello de ‘¡cómo jugaba Nadal!’, al igual que nuestros padres nos dicen hoy ‘¡cómo jugaba Santana!’.