La tercera entrega de Dragolandia se emitió a las doce y media de la alta madrugada. ¡Lástima, porque era mucho mejor que las anteriores! Ni yo mismo estaba al tanto de esa decisión. Me pilló por sorpresa y de igual modo pilló también a quienes, pocos o muchos que fuesen, querÃan verla. Las gentes de la tribu, y algunos que no lo son, me piden que ponga por escrito lo que dije en el monólogo inicial de ese programa. Accedo. Aquà lo tienen…
¿Está usted sentado frente al televisor en compañÃa de su señora, de su novia o de su querida? ¿Está usted sentada frente al televisor en compañÃa de su marido, de su novio o de su amante? Pues mÃrense a los ojos y pregunten a quien está a su lado si alguna vez le ha sido infiel de palabra, pensamiento u obra.
Sobre todo de obra, porque lo primero carece de importancia y lo segundo es moneda de curso común. Si le dice que no, lo más probable es que le esté mintiendo. Lo más probable, digo. Habrá excepciones, porque en este mundo hay gente para todo. Incluso para ser fieles.
¡Basta ya de hipocresÃa y de posesividad!
HipocresÃa… Si en España, según las estadÃsticas, el veintisiete por ciento de las personas no son hijas de quien creen que es su padre, y hay cuatrocientas mil prostitutas al acecho por las calles, casas de citas y puticlubes de todo el paÃs, y cada una de ellas realiza cinco servicios al dÃa, y casi ningún hombre reconoce que va de putas, ustedes dirán…
Las cuentas no salen. Y no salen porque la infidelidad sexual, que no debe ser confundida con la lealtad conyugal ni hay razón alguna para que deteriore la convivencia si se practica de mutuo y libre acuerdo, forma parte indisoluble de la condición humana, de igual modo que también está inscrita en ella la cobardÃa, la ñoñerÃa y la mentira.
¡Pues no seamos ni mentirosos ni ñoños ni cobardes! Enfrentémonos a la realidad y admitamos en el interior de nuestros domicilios conyugales lo que se hace con frecuencia y, por lo general, clandestinamente fuera de ellos.
Posesividad… SÃ, la de los celos, monstruo que devasta las relaciones y cosifica a las personas.
Personas, he dicho, o sea, seres vivos, independientes y autónomos que por nadie deben ser poseÃdos, pues no son objetos y tienen memoria, entendimiento y voluntad propia.
¡Eres mÃa! ¡Eres mÃo! ¡Te poseo! ¡Poséeme!
¡Qué barbaridad!
¿Es el varón o la mujer una propiedad privada? ¿Es tan grave atenerse al mandato de la biologÃa y darle de vez en cuando un poco de alegrÃa, y de novedad, y de variedad, al cuerpo? Caviar todos los dÃas, cansa. Y si son garbanzos, ni les cuento.
De los celos proceden, en el noventa y nueve por ciento de los casos, los malos tratos. ¿Quieren poner fin a esa lacra? Ahora la llaman violencia de género. Antes la llamaban crÃmenes pasionales. ¡Pues dejen de cosificar a la pareja y no se enfaden cuando se dan cuenta de que es imposible enjaularla!
Sea cada ser humano dueño de su cuerpo, porque el alma, según el alcalde de Zalamea, sólo es de Dios, y compártalo con quien le venga en gana sin engañar a nadie. Lo malo no es la infidelidad en sà misma, sino el embuste generado por las convenciones, la mojigaterÃa y el miedo.
Yo no defiendo la poligamia ni propongo la promiscuidad. ¡LÃbreme Dios de semejante dislate! Si el matrimonio monógamo suele resultar opresivo, ¡imagÃnense el polÃgamo o el poliándrico! En cuanto a la promiscuidad, es una opción, pero no una obligación ni una recomendación. Va en gustos.
Yo defiendo lo que defiendo en nombre de la libertad y de la familia, que es un proyecto de vida en común, pero no una cadena puritana ni una condena religiosa. Mejor que los niños tengan padre y madre, pero a condición de que el padre lo sea de verdad, ya que la madre siempre lo es.
Me gustarÃa que reflexionaran sobre todo esto sin dengues ni pamemas, por muy escandaloso que les parezca. Lo mismo llevo razón.
Dice (o viene a decir, porque no lo cito al pie de la letra) un poema de AgustÃn GarcÃa Calvo convertido por Amancio Prada en canción: «Grande te quiero, buena te quiero, alta te quiero, blanca te quiero, libre te quiero, pero no mÃa, ni de Dios, ni de nadie, ni tuya siquiera».
AplÃquenselo. Les garantizo que usted y ella, o usted y él, saldrán ganando.