Según comentaba una vez Marías en una de sus colaboraciones para la prensa matritense, Wilhelm Dilthey definía la vida como «una extraña mezcla de azar, destino y carácter». No erraba en su juicio el pensador alemán, porque en el devenir humano, mal que nos pese, tan pronto aflora junto a nosotros la trágica diestra de la desdicha malcarada, como te señalan inopinadamente los hados con su índice benéfico. Y la obra del hombre, componente inseparable de su propia hechura y experiencia, no puede eludir los avatares de un destino, a veces caprichoso, que afecta de lleno a quien es al fin y a la postre su vivo hacedor y limitado arquitecto: el escritor, lúcido y constante reinventor de la palabra.
En Casualidades, libro que Espasa-Calpe publicó a Gregorio Salvador allá por 1994, vemos carácter literario a flor de piel y un protagonismo claro del azar como elemento de interrelación entre ambientes y personajes. Don Gregorio Salvador, granadino él, catedrático, agudo estudioso y hombre observador, trazó en este libro las líneas maestras de su prosa contundente, segura, humanizada siempre. Como nadie ignora, Salvador Caja ha hecho siempre una crítica de prestigio. Ha publicado estudios sobre Federico García Lorca, Blas de Otero, Miguel Hernández, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, entre otros poetas y creadores. Salvador ha defendido la validez de las teorías del círculo lingÁ¼ístico de Copenhague, cuyo método de análisis ha seguido en sus trabajos. En junio de 1986 fue elegido para ocupar el sillón g de la Real Academia Española, e ingresó en febrero de 1987 con un discurso acerca de la mencionada letra.
Gregorio Salvador (retrato al óleo)
La obra narrativa que hoy hacemos protagonista de este comentario consta de siete relatos, cuyo punto de contacto lo hallamos en la recreación literaria del fenómeno del azar, de la casualidad, dentro de los distintos argumentos que se suceden a lo largo del volumen. Los cuentos de Salvador son entretenidos, en especial el primero, Casualidades, que da título a la entrega. La piscina, junto con Dequeísmo, resultan muy logrados también.
En Casualidades, el narrador convierte el azar en reflejo infalible de la intuición y de la muerte. Dos hombres cruzan sus destinos en un incidente de tráfico que acontece una tarde en el centro de Madrid. Por un instante, los ojos abiertos de Eulogio González, recién atropellado y muerto, tendido sobre el asfalto del Paseo del Prado, anuncian a Eugenio que su destino se halla fatalmente unido al de ese hombre al que acaba de ver por vez primera. Casualidad, juegos horarios y un cierto suspense, conforman el triunvirato ideal con el que se ofrece al lector un cordial -y nunca mejor dicho, pues el infarto se hace presente en el desenlace- y ameno relato, donde la verdad más cruda y verosímil confraterniza con la imaginación prudente, contenida, y con el ingenio vivaz.
En “La piscina”, Adela Sebastián da nombre al personaje de una viuda que rememora la figura de Gabriel, su esposo, desde el amor y la pretérita infidelidad de su cónyuge difunto. Aquí, como en el resto de los cuentos, el azar o el detalle más nimio hacen del sino personal un espejo donde los protagonistas se miran una y mil veces, alumbrando claves secretas, pistas, intuiciones, hasta embutir al lector en esos mundos paralelos, auténticos aunque irreales, de los que sólo puede evadirse uno tras agotar el último párrafo, o divisando el punto final con el rabillo del ojo.
Gregorio Salvador utilizó en esta obra ya clásica un lenguaje peculiar, ajustado, sencillo y encomiástico, que eleva el español a idioma de querencia y gratitud.
En nuestra próxima visita a la biblioteca, no olvidemos estas Casualidades tan recomendables como entretenidas. Lo pasaremos bien y tendremos, por añadidura, buena literatura entre manos.
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