En este rincón del recuerdo cinematográfico, he decidido analizar uno de los trabajos poco nombrados pero si más personales del canadiense David Cronenberg. “The brood” o conocida en castellano como “Cromosoma 3”, forma una brecha entre los comienzos toscos de su director y la posterior madurez narrativa para establecer su turbador e incisivo universo.
Bajo la fachada del horror de clasificación, encontramos un relato que intenta abstraer lo más aterrador que podríamos experimentar en algún momento, la deformación o deterioro de la psique. Un pavor tan cercano que hace verosímil su fantástico contexto.
Germina ahí la conflictiva transformación interna luego de la represión individual del protagonista, además de la ajena por ciertos personajes que cumplen roles asfixiantes y enajenantes. Afectando parcialmente al inconsciente hasta incluso manifestarse en la carne. Esto será constante en la futura filmografía de Cronenberg, aunque de forma minuciosa para una confrontación directa nada complaciente con el espectador. Porque su ejercicio singular de psicoanálisis no ofrece soluciones digeridas, sino una cavilación sin paliativos al comportamiento humano frente a la impuesta moralidad social.
Aquí contemplamos un relato correctamente articulado en pos de conseguir una tensión progresiva. Se logra un ritmo acertado cuando se da la información contundente y libre de tediosos diálogos expositivos. Percibiendo la angustia del acontecer gracias a unas interpretaciones muy logradas, sobresaliendo un magnifico Oliver Reed, una sublime Samantha Eggar y la inquietante niña Cindy Hinds, que lleva a cuestas gran parte del drama. Los demás están bien pero les falto mayor construcción, aun así vale destacar la dirección de actores.
No obstante, su autor necesitaba expiar sus propios sentimientos en ese momento, y tal vez en mí opinión, descuido las personalidades al centrarse solo en la situación misma. Verán, la cinta se inspira en Cronenberg y la tortuosa separación de su primera mujer; donde peligraba incluso la estabilidad de su hija, Cassandra. Espero busquen mis estimados lectores el resto de la anécdota, comprenderán mejor esa necesidad de catarsis en David.
Referente a los demás aspectos técnicos y de lenguaje -fotografía, montaje, o puesta en escena-, son sencillos pero depurados. Sin embargo, lo realmente efectivo del conjunto es la banda sonora realizada por un inspirado Howard Shore, que remite un poco al mejor Bernard Herrmann. Por ello logra generar una respuesta emocional nada forzada.
Pudo ser más redonda, pero se deja ver y causara impacto duradero luego del primer visionado.