Cultura

Ricardo Burguete, un escritor de sable

          Confieso con humildad que desconocía la existencia de este aragonés peculiar hasta que me lo descubrió un buen día el doctor José Luis Calvo Carilla, profesor de Literatura en la Universidad de Zaragoza, incansable investigador, reconocido ensayista y generoso amigo. Á‰l había trabajado sobre Burguete hacía tiempo, y conocía en alguna medida su labor literaria.

         La lectura de autores que se hallan cronológicamente a caballo entre los siglos XIX y XX, nos ofrece la ocasión de aproximarnos a ese tiempo histórico y comprender el pensamiento de una sociedad que nos muestra facetas de enorme interés cultural. Leer hoy al aragonés Burguete —un escritor, mas no un intelectual, al menos tal y como hoy entendemos semejante concepto— viene a ser un viaje en el tiempo que nos sitúa entre una maraña de líneas ideológicas que se van entreverando hasta definir un mapa social muy práctico a la hora de analizar trayectorias y mentalidades. Tampoco es lectura recomendable para cualquiera, debo reconocerlo; aunque sí para los que ya tienen alguna experiencia en autores finiseculares del XIX.

         Burguete (Zaragoza, 3-II-1871 – 1937) fue un militar aragonés que llegó hasta el generalato. Sin entrar en demasiados pormenores, diremos que en 1885 ingresa en la Academia General Militar. Recibe su bautismo de fuego en la campaña de Melilla de 1893; y posteriormente interviene en la guerra de Cuba, donde por su valor heroico es recompensado con la cruz laureada de San Fernando y el ascenso a capitán. Destinado a Filipinas, resulta herido gravemente en acción militar y ascendido a comandante por méritos de guerra, empleo en el que permanece doce años hasta su ascenso a teniente coronel por antigÁ¼edad. Durante este tiempo, Burguete destaca por su intensa actividad literaria y como publicista militar.

         En la campaña de Melilla, entre 1909 y 1910, vuelve a entrar en combate y a poner otra vez de manifiesto su valor, siendo ascendido a coronel por su comportamiento en Beni-Bui-fur. Con el grado de general de división, es nombrado Alto Comisario de Marruecos en 1921 y general en jefe del Ejército de África. Una vez ascendido a teniente general, ocupa las Capitanías Generales de la sexta y primera regiones militares. Más adelante, y de forma sucesiva, fue nombrado director de la Guardia Civil, presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, y —ya durante la Segunda República— es designado para el cargo de director de la Cruz Roja Española (1931). Su larga y fecunda vida al servicio de España termina con su muerte en 1937.

Burguete fue un militar que utilizó la literatura como vía de expresión de sus experiencias en la guerra

         Entre sus numerosas publicaciones sobresalen las memorias sobre sus actuaciones en Cuba y Filipinas, La guerra; Hágase Ejército (2 tomos); Nuevos métodos de combate. Proyecto de Reglamento táctico para la Infantería; Así hablaba Zorrapastro, Mi rebeldía; Dinamismo espiritualista; Morbo nacional; Biología de los Ejércitos, El problema militar, Corsarios y piratas, y algunas otras que nos dejamos en el tintero.

         Por medio de su pluma y de sus libros, Ricardo Burguete expresa su idea de un ejército compuesto por soldados profesionales y endurecido por la voluntad. Dada su experiencia en los frentes de Cuba y Filipinas, Burguete entiende que un ejército moderno debe tener, como base de sustentación, el alma dócil del soldado, su entrega completa, su comprensión de que la misión sacrosanta de su persona consiste en defender la patria cuando se lo ordenan los superiores. Está convencido de que el Catolicismo es «una excelente escuela para educar la voluntad». Defiende un ejército donde se halle el alma de las masas, donde no sólo se cuente con la técnica para la victoria, sino que al tiempo –y sin despreciar en absoluto los avances técnicos- los oficiales y jefes puedan contar con el espíritu del verdadero soldado: un ser que pone, por encima de cualquier otra cosa, la patria y su defensa.

         De la lectura de sus obras emblemáticas, y en especial de Mi Rebeldía,  deducimos que el soldado ideal, para Burguete, es aquel que ha entrenado a fondo su voluntad de entrega. El militar y escritor aragonés apela a unas supuestas palabras de Lutero que aluden al deseo de las gentes de ser dirigidas por la severidad, y no por dulces caminos de molicie. El progreso mismo es visto como un inconveniente, pues «con su percepción optimista de la vida, trajo una honda crisis religiosa en católicos y protestantes». Es evidente que el fondo que subyace en estas palabras tiene mucha relación con el anhelo de un ejército formado a base de pura disciplina, factor válido sobre cualquier otro para la consecución de la eficacia de las tropas.

         Burguete contempla el liberalismo católico como la doctrina imperante en la sociedad de su tiempo; y por ello, afirma que ni la voluntad, ni siquiera el sentimiento del deber «tienen base sólida en nosotros».

         Al recapacitar sobre los supuestos avances del progreso en el último siglo —el militar se refiere al XIX, obviamente—, Burguete asevera que «si la obra del progreso no hubiera ido mucho más allá […], los pueblos protestantes conservarían sólido el sentimiento del deber. Pero la obra de la reforma religiosa quedó rezagada ante la obra de la reforma económica».

         Mas la educación de la voluntad es el eje esencial sobre el que desea incidir Burguete. Cita a Payot, diciendo que la voluntad es una potencia sentimental; «una de las potencias del alma, como reza el catecismo», y añade que sin embargo la voluntad requiere pasión para actuar. Esa pasión es difícil hallarla en gentes en las que la voluntad carece de molde y educación previa. Ve difícil educar mayorías –muchedumbres, dice él- «y hacerlas aptas para el sacrificio». Sólo serán aptas para ese sacrificio las personas leales con la voluntad educada y la idea de patria como fundamento y principio. Prefiere el hombre religioso, o el hombre que aun sin serlo presenta una espiritualidad neta. «No creo –escribe- en los absolutamente materialistas. Mas si los hay, éstos de antemano digo que no sirven: son desertores del campo de los humanos, que por cobardía abandonaron el bagaje espiritual para entregarse al cuchillo y vivir de antemano la vida del cerdo». El fragmento no tiene desperdicio. Pero también rechaza para la milicia a las almas frías y a los intelectuales. A éstos les aplica el calificativo de escurridizos, y afirma sin ambages que no sirven para soldados.

         Valentía y sentimiento del deber, junto a la fuerza de voluntad, son los conceptos que, según este desconocido escritor, debe llevar impresos a fuego en su mente el buen militar. Aquí dejamos estas someras notas de lectura, no sin antes transmitir el mensaje de que los libros antiguos nos descubren a menudo peculiares e importantes modos de mirar y analizar los hechos y las cosas. Tampoco es bueno ir siempre a la caza y captura de novedades editoriales. Porque los libros con solera también nos hablan, desde sus viejas páginas amacigadas por el decurso del tiempo, de apasionantes materias y cuestiones.

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Sobre el Autor

Ricardo Serna

- Doctor en Patrimonio
- Licenciado en Filosofía y Letras [Historia]
- Máster en Historia de la Masonería en España
- Diplomado en Estudios Avanzados de Literatura Española