La tolerancia se ha convertido hoy en día en la reina de las virtudes. Toda discusión difícil termina en la actualidad con el diagnóstico irrevocable: «No eres tolerante». Si la tolerancia es la capacidad de aceptación del otro abriéndonos a formas de vida y de pensar diferentes de las nuestras, entonces sí es una virtud. Pero a veces parece que sea una obligación impuesta por la conciencia colectiva de no hacerse juicios, es decir de no tener ninguna opinión sobre los comportamientos de los demás.
Una de las grandes objeciones que se ponen para el perdón es el hecho de poder olvidar. «No puedo perdonar porque no puedo olvidar». ¿Cómo es posible olvidarse de un crimen, de una traición, o de una calumnia? Aquel que ha experimentado algo de esto está marcado como si de una cicatriz se tratase. Olvidar, si pudiésemos hacerlo, sería olvidarnos de la ofensa, pero igualmente olvidar el sufrimiento, hacer como si nada hubiese pasado.
Olvidar sería como ocultar una parte de mi propia historia y una parte de nuestra historia común con el agresor. ¿Cómo podríamos construir una relación desde esos cimientos? A la primera de cambio lo que estaba escondido corre el riesgo de salir a la superficie y hacer estragos. Olvidar la ofensa, ¿no es acaso olvidarnos del que nos ha ofendido e incluso ignorar su propia existencia?
El olvido borra el resentimiento consciente, la cólera y la voluntad de venganza, pero lo que ha ocurrido no ha sido abolido. Aquella ofensa me cambió y el olvido hace que desaparezca del campo de mi conciencia y de mi voluntad, aunque no del fondo de mi propia persona. Por otro lado, el olvido nos obliga a una ruptura. A partir de ahora no quiero saber nada más de mi ofensor, no quiero conocerlo, lo abandono en el olvido.
Si el olvido interviene, la relación se muere para siempre, pero si no interviene ¿cómo es posible que el pasado no vuelva constantemente sobre el presente? El perdón debe introducir una nueva forma de relación con el pasado, que lo hace «inofensivo», que le impide perturbar las relaciones actuales. ¿Cómo es posible esto?
El perdón introduce una dimensión nueva, inolvidable, dentro de una relación. No se trata de una simple vuelta a la línea de salida, como si no hubiera pasado nada. Cuando se ha vivido una ruptura grave con alguien, en una amistad o en el amor, y que después de eso se ha podido vivir el perdón, no querríamos borrar de nuestra memoria el recuerdo del reencuentro.
Una relación con un nuevo comienzo se hace normalmente más fuerte que aquellas en las que nunca ha existido una fisura. Existe aquí una forma de memoria, pero que no tiene nada que ver con la memoria obsesiva de la falta, sino la del recuerdo del perdón.
El pasado no está entonces olvidado pura y simplemente, sino que se olvida desde el perdón, como si el perdón pusiese una pantalla entre el ayer y el hoy, impidiendo al pasado que tenga algo que decir sobre el presente. Ya no puedo tener acceso a este pasado más que a través del perdón.
El que rechaza el perdón se deja encerrar en su falta, y deja que pese, con toda su densidad, sobre el hoy; el que olvida el pasado, olvida la gravedad de la existencia, la gravedad de sus actos, del sufrimiento que ha podido infringir, pero también la gravedad del camino hacia la reconciliación.