Si Hemingway saliera de la tumba, estaría hoy aquí.
Fue él quien llamó a Madrid -al Madrid taurino, no al del «no pasarán»- capital de la gloria y Antonio Machado quien lo elevó a «rompeolas de todas las provincias españolas».
Las dos frases son hoy, mañanita casi sanferminera del 5 de julio, domingo, y festividad de santos José y Tomás, definición exacta de lo que está sucediendo en la única ciudad oficialmente antitaurina del país.
Me corrijo. Exacta, no, porque la hipérbole de Machado se queda corta. No es sólo España entera la que hoy converge en Barcelona, sino el mundo. Los catalanistas deberían estar contentos y quienes, agazapados en las sombras del fanatismo y en la impunidad del antiespañolismo, pintarrajean o derriban toros de Osborne tendrían que llevarlos a hombros hasta la Monumental y darles allí la vuelta al anillo entre tremolar de señeras con divisa de campos de gules de Aragón.
Desde los Juegos Olímpicos no se veía nada igual: doscientas cabeceras informativas (el New York Times, la BBC, la CNN y la NBC, entre ellas. Es sólo un puñado de ejemplos) y casi trescientos periodistas de a uno han acudido al trapo del capote y la muleta de Tomás. ¡Ni que torease hoy Obama, vestido de luces, barras y estrellas, con Ben Laden de sobresaliente, armado de estoque y no de cimitarra y kalashnikov!
Vuelvo a corregirme. Se vio algo similar el 17 de junio de 2007, cuando el faraón de Galapagar (perdóneme Curro) reapareció en la plaza de sus amores -veintiuna corridas, con ésta de hoy, lleva ya lidiadas el maestro en ella- y puso Barcelona en la platina del microscopio de la atención del mundo. Con los periodistas, ya se sabe: a un panal de rica miel…
Y rica miel, como la que sirve Rosa Gil, la Nena del Leopoldo, mezclada con mostaza y untada sobre bacalao, es la que hay en la colmena del hombre que por primera vez en su vida va a encerrarse a solas con seis toros en puntas de tres hierros diferentes. ¿Diferentes? Identitas in varietate, decía Leibnitz. Con esas ganaderías, y con muchas otras, ha triunfado José Tomás aquí y en China (es un decir).
¿A qué ton tal desafío? ¿Por qué lo entabla? ¿Qué necesidad tenía? Esas son las preguntas que todos los aficionados se hacían anoche en el Leopoldo, gran mentidero taurino de la ciudad, por mí y por muchos otros elegido para tomarle el pulso; y en la fiesta organizada por los de la Plataforma de Defensa de eso mismo, de la Fiesta; y por los que dormían malamante al raso, pegaditos a los muros de la Monumental y animados por la remota esperanza de hacerse in extremis con una de las novecientas localidades que hoy, a portagayola, y por imperativo legal, se han puesto a la venta; y por quienes en este mismo instante, a media mañana, brujulean por los alrededores de las taquillas y de la puerta de caballos, animados también por la no menos remota esperanza de colarse en el apartado, que no sorteo, de los toros, y terminarán por irse luego, con buen humor ibérico y flema nada británica, a tomar un vermú en el Bretón (que ahora está en manos de los chinos) con tapa de rabo de toro agridulce y de rollitos primavera o un shawarma en el DÁ¶ner, que así de multiculturalista anda ahora la afición en esta ciudad de guiris, y a seguir haciéndose las mismas preguntas formuladas al comienzo de este párrafo.
¡Cómo que por qué se embarca en semejante marrón! El de torear él solito a seis marrajos, digo. ¡Pues por vergÁ¼enza torera, leñe, y por bravura, y por anhelo de excelencia, rien ne va plus, ahí queda eso, y porque torear es competir con uno mismo, superarse, gritar ¡ultreya!, mirar adentro, buscar el alma, y a san José y santo Tomás, dos santos en uno, ya sólo le faltaba hacer esto para haberlo hecho todo y poder, algún día, cuanto más lejano, mejor, cortarse la moña y descansar en paz con la satisfacción del deber cumplido!
¿Se ha quedado sin rivales que de poder a poder le planten cara, como le pasó a Miguel Ángel, a Shakespeare, a Beethoven, a Belmonte, a Manolete, a Antonio Ordóñez, o es que nunca los tuvo? No, no. Los tuvo y los tiene -otro Miguel Ángel, el Niño de la Reperera, viene arreando, y no es el único-, pero Tomás, el torero más ensimismado, más concentrado (puro Bovril, si se me consiente tan extemporáneo tropo), más vuelto hacia dentro, de cuantos figuran en el Cossío, ya sólo compite consigo mismo, con su ángel y su demonio, con su mística y, a la vez, ascética voluntad de perfección, y por eso ha corrido el albur de hacer un 5 de julio en Barcelona lo que nunca había hecho ni nada le obligaba a hacer!
¡Honor y fuerza, maestro!, como se decían los unos a los otros, chocando sus manos y entrechocando sus armas y sus almas, los generales de Roma antes de entrar en batalla.
Son ya las dos de la tarde. He vuelto de la plaza al hotel para seguir con mi crónica. La batalla a la que me refiero empezará dentro de cuatro horas y media. La ciudad, hoy como ayer, tensa sus músculos, bulle, hierve, pero las burbujas de ese fervor, son más forasteras que vernáculas. Forzoso es reconocerlo. Dije antes, y por desgracia es cierto, que Barcelona es la única ciudad del mundo a la que sus ediles, en un gesto de despotismo sin precedentes, colgaron el sambenito de antitaurina, pero no menos cierto es que en ninguna otra ciudad del mundo han funcionado simultáneamente, como sucedió aquí, nada menos que tres plazas de toros.
De aquello queda hoy sólo la espuma, el recuelo, la Resistencia, un grupito de insurgentes… La Barcelona real, la del día a día, la del trabajo y el paro, la de los turistas -los hay por todas partes- y la del seny, la de los charnegos y los inmigrantes, la de hoy y la de siempre, va a sus cosas, vive de espaldas al acontecimiento, no habla de toros, huye a las playas y mata el tiempo en las terrazas de los cafés o paseando por las Ramblas, ese parque temático, entre pajaritos, titiriteros y quioscos.
Nada nuevo bajo el sol. Si las gentes del Zaratustra de Nietzsche no se habían enterado de la muerte de Dios, ¿por qué iban a saber los barceloneses de la logse, el tripartito y la Alianza de Civilizaciones, republicanos todos, que hoy va a hacer el paseíllo un rey?
Son otras gentes, venidas de fuera, de Castilla, de Aragón, de Extremadura, de Andalucía, de Holanda, de Estados Unidos, de Japón, de México, de Andorra y Litchtenstein, del mundo entero y, sobre todo, de Francia, las que esta tarde llenarán hasta las posaderas de los huevos de avestruz que la coronan los tendidos de una plaza convertida en rompeolas de los siete mares y en malecón de la gloria.
Anoche, en el Leopoldo, que hoy ha vuelto a llenarse de franceses, y hace un par de horas, en la entrada del patio de caballos de la Monumental, se hablaba un babel de lenguas, y entre ellas no faltaba, ¡estaría bueno!, el catalán. Pero es otra Europa, muy distinta a la de Bruselas, la que aquí se palpa. Sé de buena tinta (la de Simón Casas) que Sarkozy pagaría con gusto cualquier cifra astronómica que en la reventa le pidiesen con tal de estar aquí. Y si no lo hace, me dicen otros, es porque más cara aún le saldría la factura presentada al cobro electoral por los puritanos y las beguinas de la inquisición, digo, corrección política. ¿Será Carla Bruni, como buena progre, antitaurina? Eso sí que no lo sé. Secretos de alcoba.
Antitaurinos eran (o son, porque alguno queda) los intelectuales, también progres, que encumbraron, con toda justicia, el Leopoldo. Me lo contaba anoche, entre bocado y bocado de bacallÁ con miel y mostaza, Rosa Gil, viuda del torero Falcón y diosa madre de tan taurófila y extraordinaria casa de comidas. En cierta ocasión le dijo el bueno de Manolo Vázquez Montalbán:
-Algo deben de tener los toros para que le gusten a una mujer como tú.
Puntos de vista. Yo le habría dicho: algo debes de tener tú, Rosa, para que los toros te gusten tanto.
Se presenta el martes, por cierto, el libro La Nena del Leopoldo (Una crónica de Barcelona). Esta mía de hoy, salvando las distancias, también lo es. «Patria de los valientes» llamó Cervantes, en el Quijote, a la Ciudad Condal. Rosa: ven a Las Noches Blancas. No te amostazaré. Te daré sólo miel.
Antitaurinos, en todo caso, no faltarán esta tarde. Ellos sí que son la mostaza, sin miel, y el eterno coñazo y monótono coro de Furias que siempre sirve de entremés a las apariciones y reapariciones de los santos José y Tomás en la Monumental de Barcelona.
¡Qué le vamos a hacer! En los procesos de canonización es preceptiva la presencia del abogado del diablo.
Sólo diré, al respecto, una cosa: la que esta mañana he leído en el diario ABC, firmada por Antonio Santainés. «Nunca discuta con alguien que sepa menos que usted. Su ignorancia podrá más que su sabiduría». De acuerdo. Punto en boca.
Y un estrambote. Lo añado a las cinco en luz, que no en sombra, de la tarde. Me voy hacia la plaza de Barcelona, patria hoy de un valiente. ¿Qué será será? Quien dentro de hora y media estará solo ante el peligro lo tiene muy difícil, porque en realidad forma terna con dos toreros de cartel… Los mejores de la actual torería: José y Tomás. El uno y el otro, como Perera, vienen arreando. El rey deberá superarse, literalmente, a sí mismo. Tal es la apuesta. Y si la gana, será emperador.
Honor y fuerza, maestro.