«Pese a estos tiempos de completa democracia, en la cultura gay parecen no tener cabida los feos, los que tienen cierto sobrepeso, los que han perdido su posible encanto. Ese soy yo. Algunas locas extremistas hablan de decadencia fascista. Obsesión por la superioridad estandarizada. Como en todo orden de cosas, le echan la culpa a las costumbres norteamericanas». Página 261.
Otro premio que, a tenor de la experiencia de la lectura, resulta muy merecido. Las dotes de este escritor son magníficas. Su trabajo arduo, serio, sólido. La estructura de este libro parece la de una ría que se introduce en la tierra, pues los descendientes de la primera generación protagonista, salen al paso de esta última dejando que su historia se cuente marcha atrás. Es decir, mientras avanzamos en los avatares de una primera tanda de personajes, sus hijos y parejas se nos van revelando desde el futuro hacia el presente hasta un punto de intersección con esa generación anterior. Este ejercicio, que sería de complicada comprensión en cualquier otro libro, se desliza como la seda sobre la piel para el lector. ¿Se trata de un libro en el que una generación tras otra está condenada a cometer los mismos errores como en Cumbres borrascosas, repitiendo roles, como dicen que hacen algunos hijos de maltratadores?
La respuesta es rotundamente no.
En este libro, a pesar de todo, los arquetipos caen, los tipos prefabricados no tienen cabida. Cada personaje es de una complejidad, de una riqueza psicológica apabullante, con sus momentos buenos y malos, con su realidad, miserable como la de todos, pero profundamente humana, caleidoscópicamente humana, aunque evidentemente, en cada uno predomine un estilo, un carácter, una personalidad de unos colores u otros de forma mayoritaria. En esta novela se toma por los cuernos el tema del VIH entre los que nos precedieron frente a la enfermedad, cuando era directamente mortal, cuando se manifestó robando la tranquilidad a la comunidad homosexual y colgándole un sambenito más, como si fueran pocos.
Historias de amor, de desencuentro, de sociedades opresivas, predemocráticas, situaciones políticas chilenas: degeneración del sistema bajo Allende, golpe de estado, persecuciones… Y un espléndido fondo hecho de carteles de películas de Hollywood, que dan título a alguno de los capítulos, y en las que la homosexualidad estaba presente de forma más o menos evidente. No se puede pedir más a esta novela cuya historia, cuyas historias, dejan poso, tristeza de verdad, como cuajos de sangre que todavía palpita. El estilo del autor está tan trabajado que parece sencillo cuando no lo es: los ojos devoran las líneas a veces sin percatarse de la calidad que hay en la construcción de cada frase: los diálogos son naturales pero no simples; las reflexiones son profundas, no aparentemente profundas; las historias vienen hacia nosotros con un ritmo impecable, auténtico, más atento a la realidad de lo que se cuenta y de quien lo cuenta en cada momento que al recurso fácil de enganchar al lector con nuevas acciones que den salida o solución a los misterios planteados por las anteriores.
Lo que se nos cuenta es duro, duro de asumir, duro de creer, pero real como la vida, porque es vida embotellada en las trescientas veinticuatro páginas que firma Jorge Marchant, suponemos, con el orgullo de quien sabe que ha escrito con el sello de obra de alcance. No hay caídas facilonas en las luchas generacionales, aunque existan tales luchas; no hay descripciones previsibles y sensibleras de las consecuencias físicas del sida, aunque se entra a describir casos y circunstancias a veces con imágenes que parecen surrealistas y sin embargo muy claras (como los pájaros que sobrevuelan a los moribundos o que creen ver o sentir los moribundos). Hay un trabajo bien construido, con conocimiento, con habilidad, con don, con talento de gran escritor que no se deja embaucar por las concesiones o las expectativas a un público que espere escenas tórridas, romances corintellanescos o rabietas de niños pijos que disfrutan de su rebeldía frente a papá y mamá.
En definitiva: imprescindible.