Se nos va, se nos viene, y en el camino se nos entretiene, amenaza con venir, pero va, hacia un lugar, vete tú a saber cuál, yo, no lo sé, me bajo, ya me bajé, dejo a otro subir, ¿vorágines?, no gracias, calma, la calma chica de la rutina, parodia de la realidad, infinitesimal extrapolación de los sueños.
Porque los sueños, sueños son, y la caravana de seguidillas aflamencadas huyen de ellos, de los que se quedaron en el tintero, ajenos a pesadillas edulcoradas con sacarina de terciopelo, espesura de la vida, añejo vital de la muerte, una muerte sobrevenida por asfixia social.
En procesión plañidera, angustiada por lo que deja atrás, buscando lugar para ver un clásico, dos clásicos, no más, los otros ya vendrán, la Santa Compaña advenediza de la diversión servida en bandeja de plata adulterada toma la carretera por asalto, como si de la Bastida se tratara, y de una masa enardecida estuviéramos hablando.
Guillotina por doquier, antesala de los esquejes vitales de quien quiere pero no puede, puede pero no quiere, huye por huir de la vida por venir, de la vida que no quiere.