El sol aprieta, el tiempo apremia, el salario no llega, los niños lloran, la mujer se queja, el gato maulla, la radio suena, el móvil vibra, los conductores pitan, el motor gime, el hotel aguarda, las vacaciones comienzan.
Es Semana Santa y hay que salir de vacaciones, obligado, por ley, no escrita, social, necesaria, lucha contra la rutina, contra el estrés, huída hacia adelante, huída de la ciudad, al campo, a la playa, a la montaña, o a otra ciudad.
Horas de atasco, todo el mundo en coche, no queremos tren, obviamos el autobús, descartamos el avión, caro, estamos de crisis, nos quedamos con el coche, mujer, hijos, gato, suegra o suegro, maletas, juguetes, la bici en la baca, y ganas de disfrutar.
Se evaporan, las ganas, a medida que el atasco se colapsa, y la sangre a punto de ebullición, un coche se nos cuela en el carril, justo delante, pitamos, nos enfadamos, parece lunes, o martes, un día cualquiera, pero hoy no importa, estamos de vacaciones.
Atrás queda el jefe, el compañero coñazo, el cliente exigente, la vecina metomentodo, el policía becario ponemultas, las heces de los perros de dueños irresponsables, la oferta del supermercado, la caña reprimida.
Una semana para disfrutar, para derrochar, para recuperar la fe, él que la perdió, y para disfrutar de la de los demás, él que nunca la tuvo, una semana de pasión, de lágrimas, de diversión, de delirios de ociosidad.
Yo, me quedo en Madrid.