Que Juan Marsé tiene los dones de la palabra, de la literatura y de la ficción, que son uno y trino, nadie puede dudarlo a estas alturas. Por todo eso es motivo de celebración ver nuevas ediciones de sus grandes obras como Si te dicen que caí, una novela magnífica en su estilo, en su caracterización de personajes, en su forma, en su estructura, en su reflejo de una época y en todo cuanto se le puede pedir a un texto de calidad.
No tiene mucho mérito “descubrir” esa calidad en Marsé, uno de esos autores premiados con cuyos galardones es difícil estar en desacuerdo.
Fondo de Cultura Económica, dentro de la Biblioteca Premios Cervantes, publica nuevamente esta obra y la acompaña de una entrevista al autor, dos textos adicionales del mismo e incluso los informes de la censura. No es mal conjunto para seducir al lector que además quiera tener ciertas claves de la lectura proporcionadas por el propio escritor.
El texto, coro de voces infantiles, incluso cuando ya se han hecho adultas, traslada unos hechos sobre otros, en amalgama, en collage, contradiciéndose, afirmándose, completándose, robándose los motivos y las explicaciones. Lo que se devuelve al espectador desde este ejercicio coral de Marsé, es la posguerra barcelonesa, la sordidez de una pobreza, de una miseria material y espiritual que penetra en el ánimo y en el día a día de los vencedores y los vencidos, de los mayores y los niños, de las casas pudientes y las traperías marginales. Un grupo de excombatientes que trata de golpear el sistema con pequeñas bombas o disparos a quemarropa sobre “agentes del Régimen”. Un grupo de niños al borde del precipicio adolescente descubriendo una sexualidad retorcida, dominada por una época de odios, de miedos, de perversiones.
La historia de fondo sobre la que se desenvuelven las demás no es sino el asesinato de una prostituta, hecho real que sirve al autor para ir fabulando a su alrededor, para ir envolviendo el corazón con carne, con piel, hasta que adquiere la forma donde no se ve ese interior primario y latiente que da origen a la narración pero que se diluye en ella.
Las descripciones exquisitas, incluso en lo más escatológico. Dotadas de un toque poético que no le resta fuerza a la prosa en ningún momento:
“Un viento húmedo recorría la ciudad… Peatones mal afeitados y de mirar torcido surgían de las esquinas igual que apariciones y se alejaban arrimados a la pared como buscando un hueco donde ocultarse, una grieta para escapar, como si las calles amenazaran convertirse en una riada. Tras las acacias deshojadas se alzaban fantasmas de edificios en ruinas. Balcones descarnados mostraban los hierros retorcidos y rojizos de herrumbre, y ventanas como bocas melladas bostezaban al vacío. Delante de una carbonería se agitaba una cola de mujeres con los pies enredados en un rumor de hojarasca, y una brigada de presos amontonaba escombros bajo el esqueleto metálico de un garaje, en medio de un luminoso polvo rojo”.
Chekas, carbonerías, traperías, refugios a medio construir, ruinas, cimientos de iglesias… rincones de una posguerra (años cuarenta) que nos parece lejana como el origen del universo, surgen de estas páginas con la viveza que sólo pueden lograr los pinceles más hábiles y las plumas más sabias.
“Qué piensa una querida de lujo mientras ve caer la lluvia desde una ventana del Ritz, una fría mañana de invierno, calentita ella con su calefacción, sus pekineses, sus estolas de visón, sus turbantes de colores”.
Y por encima de todo, lo más importante, es la misma capacidad de fabular, de inventar, de convertir las mentiras en verdades, o de contar las verdades que se cree que se saben de forma tan atractiva que parecen mentiras que uno desea creer. Ese juguete de la imaginación, tan barato y el único asequible para los niños pobres. Lo que aquí se llama las aventis, especiales las del Java y las de Sarnita, personajes protagonistas sobre todos los demás, que hacen soñar a los demás personajes y nos trasladan a los demás a un mundo que suena como ecos perdidos en la noche de los tiempos:
“¿Qué decir de un rosario de embustes que el roce de tantos dedos y labios acaba convirtiendo en un rosario de verdades, o al revés? ¿Qué puñeta tienen esas mentiras de Sarnita que en su boca se hacen más verdaderas que la verdad verdadera? ¿Qué decir de esos cuentos de miedo que hacen reír a los mayores, y de esas historias del malo que empieza a volverse bueno y del bueno que acaba siendo malo? ¿Acaso no se podría decir lo mismo de todo el mundo en el barrio, camarada, acaso usted mismo no empezó siendo un revolucionario de los luceros y no está ahora de criado y recadero y apechugando por conveniencia, acaso no se han rendido todos a la evidencia menos esos insensatos de los maquis?”
Libro imprescindible como Ášltimas tardes con Teresa, Ronda del Guinardó (mi inconfesable favorito) o El embrujo de Shangai.