Hay una tendencia generalizada en los productores y directores cinematográficos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, como es el tratar temas profundos con una soporífera pedantería que no hace más que echar a la audiencia del cine y contentar a unos pocos críticos que nunca serán capaces de hacer su película soñada.
Slumdog Millionaire rompe esa tendencia. La película es dinámica, atractiva, intensa, pasional y con un pulso narrativo excelente que mantiene la atención del espectador durante todo el metraje de la misma.
Danny Boyle juega con el espectador, que cree que le van a contar una historia sobre el popular programa de televisión ‘¿Quieres ser millonario?’, pero acaba visionando una obra maestra sobre la India profunda, sobre la India de los suburbios, sobre la India de la pobreza, sobre la India del sobrevivir a cada anochecer.
Hitchcock, el gran maestro, llamaba a este recurso el McGuffin, y Danny Boyle lo ha comprendido a la perfección. El programa de televisión no es más que una excusa, como podía haber sido cualquier otra, para contarnos la historia, con sus penurias y alegrias, de Jamal Malik, un desheredado de la sociedad que consigue salir adelante, a diferencia de millones de compatriotas que perecen en el intento.
La historia es apasionante, la fotografía excelente, el montaje insuperable, la banda sonora recomendable y los actores están, simplemente, soberbios (totalmente indispensable ver la película en Versión Original, porque el doblaje la estropea sobremanera).
Danny Boyle ha sabido dotar a la película del mismo ritmo con el que ya nos sorprendió en Trainspotting, y que tanto hemos echado de menos en sus películas hollywoodienses, repletas de dinero pero carentes de esencia, y ello sin caer en la sensiblería a la que invita una historia de este calibre.
En definitiva, la mejor película del año, con mucha diferencia, y una de esas joyas que serán recordadas y visionadas en las filmotecas del futuro.