Al ser tan vasta la obra de un autor, se nos puede pasar por alto su mejor libro. Esto sucede de dos formas. Una, cuando en un determinado momento sus publicaciones fueron pésimas o no estuvieron a la altura de aquella obra maestra (una mala racha literaria es casi imperdonable).
La segunda forma es cuando al haber leído muchos libros de un autor se le considere a éste de igual o de inferior calidad literaria a la media. Es decir, un autor prescindible.
Estas irregularidades cualitativas lo nota el lector exigente y actúa en consecuencia: se aparta o ignora adrede la obra de dicho autor, lo condena al destierro literario, no lo lee y hasta le coge manía. Pero dicha irregularidad es normal, porque mantener en el tiempo esos niveles de calidad son muy difíciles de conseguir. Solo unos pocos autores publican o publicaron con una regularidad cualitativa a lo largo de su vida. Y cuando ocurre dicho acontecimiento te reconcilias con ese autor. No hace falta decir nombres; cada uno se reconcilia con el escritor o poeta que lo merezca.
Lo anterior ocurre desde luego con los autores que tienen una dilata obra, que sean muy mayores o que estén muertos. Con los autores jóvenes o con una corta bibliografía, lógicamente, esto no ocurriría.
En cualquier caso, cuando uno descubre que aquel autor no era tan malo como uno pensaba siente, aunque suene raro, placer; el placer de equivocarse. Y todo gracias a ese descubrimiento; a ese libro que sacó del destierro a ese autor y que lo trajo a nuestra biblioteca personal.
Sorpresas que te da la vida … y la literatura.
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