Es el Siglo XIX en todo su esplendor. Seguimos las peripecias de Ray Steam, un joven inventor tal como su padre Edward y Lloyd, su abuelo. Recibe con sorpresa una singular esfera metálica con válvulas enviada por Lloyd. Sin tiempo para apreciarla siquiera, llegan a su hogar dos misteriosos hombres que, según ellos, representan a la fundación O´Hara, quienes al parecer contrataron a  Edward para construir una compleja fortaleza denominada “El Castillo de vaporâ€, y esa esfera es su fuente de energÃa. Quieren arrebatársela, pero Ray apenas escapa. Ahora emprende una monumental búsqueda para encontrarlos y descubrir además el misterio del castillo, viéndose involucrado en un entramado de intriga y poder. Sean bienvenidos a Steamboy.
Katsuhiro Otomo en su meticuloso conocimiento y experiencia dentro de la ciencia ficción madura, plantea de nuevo otro universo, o una contundente alegorÃa, sobre el convulso devenir del progreso con ciertas aristas sobre la condición humana. Nos ofrece en esta ocasión quizás su obra más humana. Donde la travesÃa vital de sus personajes, incluso a grandes rasgos, eclipsa el espectáculo que pretende ser, aunque de manera muy positiva en pos de un resultado más completo y concreto. En otras palabras, posee una sensibilidad tan cuidada como su enorme escala.
Explora el tema -ya constante en su creador- del hombre versus la tecnologÃa y los dilemas éticos frente a su aplicación. Examina el idealismo en la ciencia, en teorÃa el debido cauce hacia el mayor entendimiento, que sin embargo en su práctica, la codicia y arrogancia juegan en su contra por la tendencia autodestructiva ya inherente de nuestra especie. Progreso (balance) contra regresión (caos), por lo que la idea de ambientarlo en una Inglaterra alterna en plena revolución industrial –steampunk puro y duro- , es sencilla u obvia, pero brillante.
Lo magnifico en la ejecución de Otomo es evitar recaer en la mera denuncia o en la innecesaria sobre-exposición. Todas sus ideas, percepciones o posturas las recibimos por medio de personajes tridimensionales tan cercanos y universales. Quienes nos dan en conseguidas interacciones francas su mirada del cambiante entorno, sin trucar lo que desea contar y generar reflexiones honestas. El principal ejemplo, además el mejor, es la aguda analogÃa de la disfuncional comunicación paternal entre las tres generaciones de la familia Steam, con el conflicto de intereses corporativos y armamentÃsticos en los avances cientÃficos. Pues sabemos el resto, los malos entendidos y el egoÃsmo son la fuente muchos conflictos externos e internos.
Lo que serÃa un metraje denso, en realidad es dosificado y bien distribuido –más no simple- durante un relato aventurero bastante fluido. Ahora que sus protagonistas nos importan, en verdad asimilamos todo un prisma de sensaciones tanto en sus precisos diálogos y claro, en sus increÃbles secuencias; las cuales a pesar de que sus gráficos digitales han envejecido un poco, cautivan y estremecen a doce años de su estreno, o al menos cuando la vi hace tanto.
Su tratamiento al factor humano, algo parcialmente descuidado en Akira (1988), llega a equiparar su cenit estético. Esta cinta es para deleitarse con cada trazo, encuadre, color y engrane. Vehemencia cinética sencillamente.
Diez años de producción y con un sistema de animación creado desde cero, su concepción es una hazaña per se. Pero como no podÃa ser de otra forma, resulta en una experiencia increÃble no solo por sus antecedentes, sino porque gracias a ella pude conocer una historia encima de las etiquetas y cuya relevancia prevalece. Germina en mà la necesidad de contemplar e indagar en aquel humanismo casi olvidado en la deteriorada y ambigua era contemporánea, sin considerarla tampoco un engorroso tratado antropológico.
Es un metraje entretenido y de pretensiones sinceras sobre la perpetua odisea del ser, ese que añora alcanzar su potencial e intrépido derrumba barreras ajenas y propias. En su conjunto y matices, es eventualidad humana.