Debo confesarlo: me han gustado los superhéroes desde que de niño devoraba tebeos de los personajes clásicos: Superman, Batman, el Hombre Araña y la inmensa mayoría de los del grupo Marvel (Dan Defensor, Los 4 fantásticos, Capitán América, Thor, etc.) y hasta Popeye. Años más tarde, en plena madurez, no me privé de asistir encantado y decepcionado a partes iguales a las películas que trasladaban las viñetas a escenas dinámicas. Perduran en el recuerdo las interpretadas por Christopher Reeve. En muchas de ellas no habían más que saltos y trucos croma que verdaderos guiones elaborados, limitándose a exponer un personaje de cómic que no tiene más profundidad que la de un mito del entretenimiento juvenil. ¿Sólo?
Claro que la hermenéutica, la antropología y hasta la psicología social tienen mucho que decir de los mitos y su importancia para encarnar las aspiraciones y los temores en las culturas y comunidades humanas. Y en Superman existe algo de ello cuando generaciones enteras siguen fascinadas por las hazañas del Hombre de Acero, un extraterrestre procedente del planeta Krypton, que habita entre nosotros ocultando su verdadera identidad y sus poderes, como se hace con un complejo que cualquiera intenta disimular en su conducta.
En comparación con todo lo visto anteriormente, la última película de Superman de Zack Snyder –sin eludir la “historia” del personaje, que vuelve a contarla- ahonda en su perfil más “oscuro”, acorde con la nueva tonalidad del uniforme, para intentar explicarnos el sacrificado proceso por el que un niño asume su condición redentora en la Tierra. Los paralelismos con la leyenda de Jesús los subraya la película con la edad del héroe, 33 años, el rechazo espontáneo para cargar con tamaña responsabilidad (“¿Y por qué no puedo seguir fingiendo que tan sólo soy tu hijo?”) e, incluso, ese diálogo con un cura que le muestra el camino de la fe y la confianza. La identificación con la mitología religiosa es más que evidente para resaltar lo que simboliza Superman: una fuerza que nos protege del mal y vela por nuestra seguridad, exigiéndonos sólo que nos portemos bien, sin cuestionar la ideología del sistema.
En nuestros tiempos, los mitos ya no son relatos tradicionales que dan respuesta a interrogantes que ahora elucubran la filosofía y la ciencia. Pero siguen satisfaciendo la necesidad incluso del divertimento. Como el amor, sirven para hilvanar historias con las que expresamos nuestros deseos y frustraciones a través de la ficción.
En el Superman que protagonizan Henry Cavill, Rusell Crowe y Kevin Costner, entre otros, se hace verosímil este enfoque en la enésima versión de un ser que, siendo tan todopoderoso y dotado de tan formidables capacidades, sólo podría enfrentarse a un malvado tan excepcional como él mismo, por proceder de su misma esencia original y extramundana. Y mediante la trama acostumbrada de catastróficas luchas y desmanes que empequeñecen el derrumbe de las Torres Gemelas, el bien triunfa sobre el mal aunque para ello tenga que hacer renuncia de aquellos valores que forman parte de las convicciones buenísimas del personaje: no matar.
La técnica mejora espectacularmente los efectos especiales de la narración, los actores se toman en serio los papeles que representan, sin caer en aquella comedieta descreída de algunos filmes antiguos, y la actualizada imagen del héroe se torna más apropiada con la personificación de un mito de tales características. Para ser un cómic audiovisual, la película resulta entretenida, honesta y eficaz. Me hace reconciliar con mis viejos ídolos superhéroes y añorar mis lejanas tardes de lectura en la soledad de mi cuarto. ¡Ta-chan!