Escenarios, 30
Una obra de teatro bien diseñada, bien montada y bien interpretada puede dejar un regusto a insuficiente si el texto no acaba de definirse. Es lo que ha ocurrido con ‘Desclasificados’, la pieza de Pere Riera que se interpretó durante el pasado fin de semana en el Teatro Principal de Zaragoza.
Escenografía, vestuario, iluminación, sonido, etc. estaban bien concebidos, pero el discurso dramático era un tanto confuso y bastante reiterativo. El fallo estaba en el guión que los tres intérpretes, Jordi Rebellón, Alicia Borrachero y Joaquín Climent trataron de defender con su mejor empeño, sin conseguirlo. Aunque el mensaje a transmitir era nítido: que todos tenemos nuestro techo de coherencia y honestidad, el proceso narrativo resultó tortuoso y ambiguo.
Tal vez el problema nace del punto álgido que se trata de mostrar en la trama: la comisión de un delito nefando, en tiempo pasado, por parte del presidente de un gobierno. Ese suceso lamentable, al que la opinión pública es muy sensible en caso de divulgarse, parece ser el centro de interés político para los partidos de la oposición, una vez transcurrida la mitad del mandato presidencial. Se da a entender que los servicios secretos del gobierno han provocado un incidente delictivo en el que se ve involucrada la hija adolescente de la periodista que está dispuesta a destapar la caja de los truenos en una entrevista para la televisión. Los presuntos abusos sexuales del actual presidente sobre una menor de edad van a ser difundidos, salvo que una maniobra oportuna lo evite. Así es, y la periodista se encuentra entre la espada y la pared: si sigue adelante con su intención de denuncia, quedará en entredicho como madre de una menor traficante de drogas. La solución es que se arruga y desiste, admitiendo la negativa del presidente, ante las cámaras, del delito del que se le acusa, cuando pocos minutos antes, en privado, ha confesado que fue cierto.
Hasta aquí la trama. Tema tan espinoso es difícil de esclarecer con acierto. En primer lugar porque una víctima adolescente lo es no sólo por los abusos sexuales que ha padecido sino también por resultar objeto de las maniobras del narcotráfico y del consumo de estupefacientes.
La minoría de edad debiera abarcar estos dos delitos en cuanto a culpabilidad; un menor que haya mantenido relaciones sexuales con un adulto es siempre víctima, aunque haya sido el promotor o el provocador; un menor que ha consumido y traficado con drogas es igualmente una víctima, no un delincuente. La justicia debe arbitrar los modos y los recursos para plantearlo así.
De esta manera, el texto de Pere Riera hubiera resultado rompedor y la obra ‘Desclasificados’ quedaría planteada con mayor coherencia.