Escenarios, 25
A los hombres y mujeres de este país menores de 40 años les suena muy lejana la época de la dictadura franquista; a veces ni les suena. Para quienes guardamos suficiente memoria de aquella etapa de la sociología española, ‘El manual de la buena esposa’ es un referente muy preciso.
Se trata de un repertorio de escenas a las que pudimos asistir con bastante frecuencia: basta con que tuviéramos hermanas, primas, o simplemente vecinas de nuestra edad. Era suficiente con espiarlas, pegar la oreja o saltar algunas tapias. La educación que recibieron la mayoría de las mujeres desde el inicio de la guerra civil (en la llamada zona nacional) hasta el final de la dictadura (en toda la nación) estaba basada en el sometimiento a las normas preestablecidas y en la sumisión al varón, fuera abuelo, padre, hermano o marido; incluso sacerdote o profesor.
La obra representada en el Teatro Principal, para abrir el mes de noviembre, se compone de doce episodios escritos por seis autores que representan tres actrices bajo la dirección de Quino Falero. Mariola Fuentes, Berta Ojeda y Concha Delgado dan vida a sucesivos personajes, desde la infancia a la edad adulta, que sufren en sus carnes la opresión del régimen, personificado en la Sección Femenina de la Falange Española que se ocupó en buena medida de la formación político-social de las jóvenes durante la posguerra.
Los textos están redactados con un desparpajo y un lenguaje costumbrista que provocan con facilidad la hilaridad y hasta la burla del espectador. Son situaciones cómicas, a veces ridículas y estrambóticas, incluso hirientes para la sensibilidad actual de las espectadoras (y la mayoría de los espectadores), pero siempre hilarantes aunque se enfoquen los temas con seriedad en algunas ocasiones. Desde la preparación para la primera comunión, hasta los ensayos de los Coros y Danzas de la Sección Femenina con los que termina el espectáculo, desfilan situaciones varias de estas mujeres cuya vida personal, laboral, sentimental y doméstica se analiza con una sutil ironía sin renunciar a un permanente enfoque cómico de la jugada.
Hay armonía argumental en la función, pero cierta irregularidad en cuanto al peso de las historias narradas. Procediendo de diferentes autores, es normal que unas estén más cuajadas que otras, a pesar de una apreciable homogeneización en el tono y el ritmo.
Lo que desdice del notable perfil del conjunto es cierta rutina en el modo de expresión de las actrices: no se trata de las mismas personas a lo largo del tiempo, sino de situaciones distintas con protagonistas diferentes. Esto no lo han sabido plasmar las actrices, no han conseguido crear sus personajes diferenciándolos de un episodio a otro más allá del cambio de tema y de vestuario, sino que mantienen por lo general una línea monocorde en los gestos y la voz.
Por lo demás, la obra es intensa, graciosa, dinámica y muy recomendable como testimonio de una época y de una forma oprobiosa de concebir el papel de la mujer en el mundo.