Telon Historias De Chueca 3. Abel Arana. Egales.
«[…] vamos, una agitación alucinante… sois un poco como la carrera discográfica de Mónica Naranjo, que es como de ahora me hundo, ahora triunfo, pero siempre estoy entretenida«.
Página 40.
«Las <<Ewing>> en Santander eran los reyes de la noche, claro que, bien pensado, en Santander en aquella época cualquiera que hubiese mezclado el azul marino con el verde billar era poco menos que punk«.
Página 112.
«EL Canto del loco llevan toda la vida grabando el mismo disco y ya aburren a los muertos, Alex Ubago es un chico al que uno le quiere tomar el pulso para comprobar que no ha fallecido mientras canta, Amaya Montero parece un reloadedde Bárbara Rey en la época del bingo y no para de retener líquidos de tanta balada monjil, Pereza hacen honor a su nombre, Merche… con lo que ha sido esa chica, sale a cantar… ¡con una guitarra! […] y ya no te quiero ni contar con las de OT que parecen unas replicantes chungas vestidas por el estilista de Terelu… resumiendo, el pop español está súper muerto, mega muerto, híper muerto, caris…«.
Página 172.
El libro cuenta con una contraportada de lujo al estar firmada por el gran Eduardo Mendicutti (ah, cómo olvidarse de aquel magnífico El beso del cosaco). Su análisis es ya un hándicap para cualquierr crítico. Pero vamos a intentar añadir algo de luz sobre la obra. Para aquellos que desconozcan las dos primeras partes de esta hilarante novela de personajes que entran y salen, van y vienen, se gritan, se quieren, se protegen, se van de fiesta y farra, follan y encuentran a los amores de sus vidas, no hay problema en hacer lectura independiente de esta tercera parte. Porque todos los personajes de todos los libros tienen una vida anterior (nos la cuente el autor o no). Por lo tanto la inteligencia de Abel Arana hace posible que los lectores novatos de esta serie, que tomen la tercera parte como obra independiente puedan hacerlo comprendiendo lo que sucede, aunque sin duda alguna tendrán más «chicha» que mascar si conocen ese pasado al que hacíamos referencia.
Lo que nos encontramos es a un escritor/reportero de revista musical, a un estilista, a una amiga ama-de-casa mariliendre reconvertida, a un niño adoptado por una pareja gay (bueno, por la edad ya casi pre-adolescente) con mucho coco y mucha mala leche, a un bombero ex-actor porno, etc. teniendo un buen número de aventuras de todo tipo, pero todas a cual más alocada y desternillante, desde arrojar las cenizas de una madre en un hotel de Mallorca, que es el lugar donde perdió la virginidad cuando aún no era un hotel «[…] con un chico irlandés. Y un sudafricano. Y un judío de Brooklyn. Todo al mismo tiempo», Página 28; hasta diseñar el lanzamiento de una cantante lesbiana dirigida al público homosexual pero ocultando sus verdaderas inclinaciones sexuales ¿?
Mucho tópico, mucha expresión plumífera, muchísima alusión al mundo de la música y en concreto a la música «consumida» por homosexuales, mucho chiste sobre el pop y una buena porción de críticas para los cantantes del panorama musical. Al comienzo del libro el autor explica que nada de lo que cuenta está basado en hechos reales, y que las opiniones expresadas por los personajes sobre los artistas no son las suyas, sino las de los personajes. A lo que, con acidez, se podría decir aquello de excusatio non petita… De cualquier forma, basada o no en historias y opiniones que hayan ocurrido y se hayan tenido, responde a una visión «realista» del mundo homosexual o al menos verosímil, aunque dotada de hipérbole, enferma de hipérbole, inflada de hipérbole… pero es ahí donde reside el humor del texto, en la exageración que acaba en deformación. Eduardo Mendicutti hace mención de los espejos del callejón del Gato de Valle Inclán. Algo de eso, sin duda, tiene. El deambular de los personajes exagerados y, este final amargo con el que parece que Abel Arana quisiera darnos un plato de sucia realidad. Explica el autor que por más que lo ha repasado este era el final y que el alternativo (y suponemos almibarado y tan hilarante como el resto) no le convencía. Sin embargo no se acaba de entender muy bien que en esta ensalada de risas e inconsistencias chuequiles, críticas musicales y restos de mala leche, plumas y caris, se cuele un final de este cariz. Quizá ha querido el escritor darnos un sartenazo con el que extraernos el resto de su obra de la mente, torcer nuestra sonrisa para hacer de nosotros algo menos obvio y con más misterio que ese usuario de metro que se ríe sin parar mientras no separa los ojos de las páginas de un libro y que, o bien pensamos que está poco equilibrado o bien le envidiamos la lectura e intentamos averiguar qué está leyendo.
La novela pone dedos en muchas llagas, pero como lo hace con la máscara de la risa, allá cada cuál si quiere o no coger el rábano por la hojas. No se libra, claro, el mundo de la música, desde la crítica a las cadenas de radio por cobrar por poner canciones, hasta la fechoría de los productos prefabricados y dirigidos a un determinado público. Pero se va más allá. Se critica el uso indiscriminado de drogas (y vamos ya por el segundo libro de temática homosexual en el que encontramos este tipo de crítica), o al menos se nos describen las consecuencias poco gratas del consumo exagerado de las mismas. Se critican algunas presunciones y clichés cayendo en ellos continuamente, exagerándolos de forma obvia, etc. Por lo tanto la novela cumple un número de objetivos ambicioso.
En definitiva una novela que puede ser leída en tono de humor o bien entre líneas, sobre todo teniendo en cuenta el final; una novela que despertará más de una sonrisa entre el público homosexual y aquel que sea receptivo al mundo gay occidental; y una novela escrita con mucha soltura, con un ritmo rápido pero no atropellado, pues el autor sabe muy bien marcar los tiempos de los acontecimientos y los diálogos en los que estos se explican, de forma que las más imposibles situaciones se desarrollen ante nuestros ojos con la más absoluta normalidad. (¿Normalidad? En fin, quizá no sea la palabra). Un buen libro, en definitiva, con más pretensiones de las que podría aparentar o de las que el prejuicio nos permitía aceptar antes de comenzar la lectura. Bastante más que entretenido.