RUTA DE LOS DINOSAURIOS. ASTURIAS JURÁSICA
En los planos turísticos de Ribadesella viene marcada una ruta que partiendo de la playa de la Atalaya, asciende hasta el faro ladeando por la Punta del Pozu. Hasta este lugar que domina una espectacular panorámica de la costa asturiana, se llega después de un recorrido por un frondoso bosque de eucaliptus. Estamos en la cresta de los acantilados. Llueve, produciendo la impresión de una excursión invernal para la que afortunadamente vamos bien pertrechados. Llegados al edificio del Faro parte una pista que parece guardar muchas sorpresas. La primera sorpresa fue el robusto y cuidado muro de piedra que escoltaba esa parte del camino. En dos tramos, dos grandes enormes aberturas a modo de ventanas por la que se ve el mar, detrás de los árboles, permiten descubrirlo de otra manera, a través de una reja que parece protegerse de nosotros.
Prados; ganado vacuno pastando en ellos. Al sur, los perfiles de la Cordillera. Tras unos kilómetros la ruta desciende. Vemos otros horizontes precipitarse hacia el mar. Estamos llegando al cruce con la carretera en las cercanías a Tereñes. Un cartel anuncia que allí se come. Una parada técnica por lluvia aconsejó un café. En el minimalista ambiente del establecimiento se nos aconsejó asimismo tener mucho cuidado al descender al acantilado donde se aprecian diversas huellas de dinosaurios. Cuando descendíamos por una endiablada senda, los resbalones de la simple hierba nos hicieron recordar aquellos sabios consejos. Llegados al inicio del acantilado, una escala metálica sirve de mirador privilegiado. El siguiente paso es sobre la empinada roca, que esta mañana luce espléndidamente reluciente a causa de la lluvia. En ese paso, la suela de mi bota de montaña resbaló justo lo que me costó asirme a la barra salvadora. Así pues, solamente pudimos ver una de las icnitas, en este caso de un ejemplar grande de terópodo, es decir, del grupo de carnívoros sobre dos patas conocidos como Tiranosaurios. Cuestión de prudencia de andarín veterano
El panorama, entre la lluvia, el terreno, la gana de comer y la hora recomendaron el regreso, haciendo parada en Casa Antón. La especialidad de este cálido establecimiento son los bacalaos, que tienen cabida propia en la por otra parte variada y cuidada carta. El menú consistió en Brandada de bacalao con tostas de guacamole. Parrillada de verduras con Romesco y lomo de bacalao con salsa de zamburiñas y setas con crujiente de jamón. Regado con un blanco Verdejo de Rueda. Los orujos, cortesía de la casa, nos devolvieron al sabor de lo auténtico. El trato amable de la maitre, Maria Jesús Nieto, invitó a la conversación. Antón Romero, el chef, salió a saludarnos y a interesarse por el menú. El camarero que atendía el servicio era un profesional de toda la vida.En definitiva que esta sugerente propuesta gastronómica está gestionada de un modo que la convierten en un lugar donde comer es algo más. Es experimentar placeres y sensaciones.
Toda una sorpresa. Para recomendar. En otra ocasión, ojalá, probaremos la carne, de la que también nos hablaron.
Hay una máxima en Montaña que dice: «Con la tripa llena mal se sube» pero lo que no dice es que el orujo es la mejor gasolina para las cuestas. Nos reímos sin resuello desandando el regreso y hasta un animal que vimos nos pareció un caballo. Llegamos a Ribadesella; seguía lloviendo.Al día siguiente, en el paraje conocido como la Punta del Pozu, en Ribadesella, descubrimos las huellas de los pasos de varios saurópodos y ornitópodos encaramados en la ladera del murallón de roca como testimonio del glorioso pasado de la tierra en el Jurásico
fotos E.Mateo