Prometà contar tu historia y nunca lo cumplÃ, no por pereza, sino porque terminaba tan triste que nunca la pude empezar, y sé que la frase no es mÃa, sino de Sabina, pero la plagio, porque no se me ocurre nada mejor, aunque hoy rebusco en mis entrañas y encuentro el valor para enfrentarme a mis emociones y comenzar tu historia.
Nos conocimos en un bar de carretera, pero de los castos, no de los otros, que frecuento los primeros y rehuyo los segundos. ServÃas detrás de la barra a una tunda de camioneros maleducados pero tú no parecÃas enfadarte nunca, siempre con tu sonrisa, siempre amable, siempre servicial, que no servilista.
Nuestra conversación fluyó con normalidad, sin premuras, primero el tiempo, luego la crisis que estaba por venir, llegaron las noticias del dÃa y de ahÃ, el pasado, nuestro pasado, primero el mÃo, anodino, mediocre, sin interés, y luego el tuyo, apasionante y cruel.
Me contaste historias de un paÃs en el Centro de América, me hablaste de un matrimonio adolescente, de un marido maltratador, de una familia que te negaba la mayor, y de una huÃda desesperada a España, en busca de la salvación.
Repasaste los pormenores de una sin papeles inocente de todo salvo de querer soñar con un futuro mejor, un futuro para sus hijos por venir y un presente para una mujer que maduró demasiado pronto. Recordaste tu matrimonio con un español al que no querÃas, pero que te daba cariño, y del cariño nacieron tus dos hijos, chico y chica, chica y chico, y de los hijos nacieron los problemas económicos, y de la falta de dinero las tensiones, y de las tensiones las agresiones.
Te veÃa algún dÃa con magulladuras en la cara que tú excusabas con aceite saltarÃn o con sartenes voladoras, sin mucho afán porque te creyera. Te ofrecà mi ayuda, pero la rehusaste, preferiste que te leyera mis relatos y yo, cobarde, no hice nada más que eso, y me hiciste prometer que un dÃa escribirÃa tu historia.
Nunca lo hice hasta aquella tarde que volvà a tu bar, como cada viernes, y no te và allÃ. En tu lugar otra chica, más joven, más guapa, pero no estabas tú.
– ¿Dónde está Lina? – Le pregunté por encima de la algarabÃa de un grupo de trabajadores que acababan de cobrar la paga del mes y lo estaban celebrando a base de cerveza.
– ¿Lina? ¿No te has enterado? La mataron el lunes.
– ¿Cómo? ¿Qué me estás contando? ¿Qué ha pasado?
– Vino su marido hecho una furia, amenazando con una escopeta, la obligó a salir y ahà mismo, en el aparcamiento, la mató de tres tiros. Lina le habÃa pedido el divorcio.
Tragué saliva, maldije mi cobardÃa y comencé a escribir tu historia.