¿Por qué en vez de gastar tinta en argumentos ridículos no entran en el estudio de las relaciones políticas, económicas y sociales y causas internas y externas para la Jihad, con los verdaderos protagonistas?
Carlos López Dzur
ORANGE COUNTY: En Norteamérica, la ultraderecha jingoísta festeja el libro «The Grand Jihad: How Islam and the Left Sabotage America» [Encounter, 2010], 464 ps., como su evento cultural. A Andrew C. McCarthy se le declara y remunera como el «bestselling author» y se alega que provee un recuento descriptivo y ameno del movimiento islámico global (aludido como «The Gran Jihad») en base a menciones de ataques terroristas. Y lo que más maravilla al mercado de estos lectores ingenuos, consumidores de libros de propaganda chapucera y partidaria, quienes son esencialmente los nuevos Tea-Partiers, es que se concluya que el Presidente Barack Obama es el «socio ideal» de la Gran Jihad y tiene una profunda simpatía por el islamismo. Que si fuera cierto, está en todo su derecho.
De hecho toda esa histeria anti-islámica que se vive en Norteamérica y Europa, islamofobia inducida mediante propaganda, es tan artificiosa y hueca, aún alentada por las maquinarias político-publicitarias del Establecimiento mismo, que McCarthy en su libro dice que, en términos de seguridad, el riesgo de actos de terrorismo es secundario, no es la amenaza real. Lo atroz y temible es que la izquierda (clase intelectual estadounidense) y la religión musulmana vuelvan a abrazarse. Pese a las guerras contra Irak o Afganistán, el estadounidense pensante no se ha dejado contaminar por las justificaciones inapropiadas y tendenciosas de los cerebros islamofóbicos. A Norteamérica, a su mejor prensa liberal, al activismo juridídico imparcial y ala clase intelectual, no se las engaña con guerritas al estilo de las ya peleadas en Medio-Oriente. Ni hostigamiento maCartista. Este pueblo es uno que obedece a la Ley por necesidad, disciplina o inercia; pero,
tarde o temprano, acusa frontalmente a los engañadores que, por con su estrecha interpretación de la ley y reclamos de patriotismo, lo indujeron a odios y confrontaciones. Esa es la jihad que asustara, finalmente, a un fiscal de marras.
Claro está, para un buscón de celebridad y a quien explota su papel como fiscal en el caso del bombardeo al World Trade Center en 1993, su logro de condenae a Blind Sheikh y otros jihadistas, la continuidad der cada evento relacionado al Islam da motivos para libracos mercadeables o de ocasión [«Willful Blindness: A Memoir of the Jihad», Encounter 2008], la fórmula de escribir libros políticos de odio y de patriotería irresponsable no se detendrá. En el nuevo libro de tal estopa, ahora la amenaza jihadista es que se sabotée el tejido de la democracia constitucional y de las libertades individuales. Bobería. Si en el primer libro, «Ceguera a voluntad», la idea fue pintar a una nación vulnerable a sufrir ataques de asesinato masivo, en este segundo libro, Andrew C. McCarthy –ahora con el rango de los Fiscales-élite, condecorado y jubilado con honores de los tribunales federales, después de ayudar en la investigación del Ataque del 9/11
del 2003, sobra tiempo para seguir la agenda. El ego heroico está crecido.
Educar y alertar al país de que hay una Amenaza de Radicalismo a la puerta es un viejo síndrome paranoico de los políticos ultraconservadores. Es parte característica y tradicional de una idiosincracia de alarma e irracionalidad. forjada por publicistas y vendedores de «peligros». Rush Limbaugh, por supuesto, saldrá en defense de este libro de sinsentido, alegando que «como nunca antes, la libertad está bajo asalto» y la campaña del Islam es destruir el estilo de vida estadounidense. Mark R. Levin cree que McCarthy «devela, como nunca antes se ha expuesto, una conspiración», y la casquivana filipina Michelle Malkin también ve mioros con trinchete, «la Grand Jihad de la Hermanidad musulmana, en cosociedad con la Izquierda Revolucionaria, operando en mortal sincronía», esto es, tomando campus universitarios, tribunales, y con la ayuda invaluable del personal de Obama en Casa Blanca.
¿De qué realmente estarán hablando esta cáfila de politiqueros fantasiosos y escritores de sinsentidos que, a 1,300 años de la muerte de Mahoma, no entienden metáforas de El Corán ni el sentido de sus luchas ni el el presente ni en el pasado? ¿Por qué se escudan en los valores cristianos y en las ideas de los llamados Padres Fundadores de la nación estadounidense para atacar una tradición religiosa y una ética cultural, que no tiene por qué ser copia de los valores que ni en los EE.UU. se cumple, siendo realmente mitos, dogmas calcificados y de hueca memoria, porque la nación estadounidense es tribal, agresiva, sectaria. movida por las propagandas de su bipartidismo, donde los intereses corporativos, hegemónicos de las clases domiantes y aparatos jurídico-militares van por encima del Bien Común y de las clases pobres?
¿Qué hay detrás de este libro tan fatuo sino la jactancia protagonista de la mente rígida y, esencialmente homofóbica y etnocéntrica? Revela a un oscuro procurador que, tras la jubilación su intervención en varios casos de terrorismo y ‘pretensión’ de seguridad nacional, pueden hacer ilustre y reiteradamente condecorado. A él, el autor de marras, no le importa que se haga justicia a 1.3 billones de mahometanos que hay en el mundo. Contrario a libro, no contaminado por las políticas de la ultraderecha política estadounidense, como es el de Jason Burke [«Al-Qaeda: The True Story of Radical Islam», 2003], el periodista inglés J. Burke, corresponsal de ‘The Observer’ y quien ha vivido en Pakistán y Afaganistán, es conocedor de las culturas y temas que investiga.
El fiscalillo jubilado, por el contrario, es un charlatán que corre a vestirse de gloria, con la idea de que, con su libro, echará carretadas de tierra sobre la tumba del «Imperio del Mal». Su lenguaje es un discurso de consignas y evocaciones patrioteras.
Para Burke, el análisis objetivo es primero: «Ramzi Yousef, quien intentó destruir el World Trade Centre en 1993, estuvo guiado más por el afán de notoriedad que por fervor religioso», «Abdullah Azzam, el jefe ideológico de los militantes no afganos y mentor espiritual de Osama bin Laden, suele describirse con el rol que los militantes islámicos más comprometidos, que pelearon contra los soviéticos se asignan cuando la guerra de Afganistán terminara»; el mismo rol que Bin Ladense asignó al mencionar a «la vanguardia que radicalizó y movilizó a los musulmanes, que rechazaron el mensaje extremista», «Mohammed Atta, líder del atentado del 11 Septiembre, actuó con la absoluta certidumbre de que no tenía opciones para promover una ‘jihad'(guerra santa). El fue obligado a cumplir su deber religioso» y estaba descontento por la ‘sucia y adúltera conducta’ de los blancos y ardiendo en ira por la guerra en Afganistán, promovida por el
Occidente beligerante.
Desde el punto de vista musulmán, se pelea la últIma batalla para la sobrevivencia de su sociedad, religión y modo de vida islámicos. Combaten por autodefensa, lo que «as we in the West also believe, that self-defence can justify using tactics that might be frowned on in other circumstances» (Burke). A su juicio, los Cruzados Occidentales y sus aliados son quienes han agredido y herido el orgullo de los musulmanes. Ellos siquiera se apresuran a regresar a la edad de oro, época en que fueron el principal poder mundial en las Tierras del Islam, sobreviven cuando se les declaró el «Imperio del Mal».
Una teoría que cobra cada vez más fuerza la propone el proyecto «Musulmanes por la Verdad del 11 de Septiembre». El proyecto MUJCA incluye a cristianos, judíos y musulmanes que creen que el atentado fue planeado, como operación de inteligencia por el Presidente Bush y sus asesores y que este anti-islamismo fomentado es continuación del afán internacional por desacreditar el multiculturalismo. Al fomentarse la guerra entre diferentes etnias de inmigrantes, el resultado sirve como disuasivo de la gente a la participación de sus bases y como aliciente para que los gobiernos endurezcan leyes anti-inmigratorias. Así, por ejemplo, va ocurriendo en España, donde se pelean las bandas de sudamericanos con bosnios, en Alemania, donde se rivalizan los rusos con los turcos. En Italia. los gitanos con los romas; en Francia los árabes argelinos con los africanos y, en los EE,UU., blancos nativistas del neo-movimiento Tea-Party impulsan leyes
anti-migratorias y se comienzan a popularizar las quemas de El Corán, con el concurso der grupos sionistas, adláteres del servicio militar o de seguridad e iglesias cristianas neo-evangélicas, las mismas entidades que se oponen a que los musulmanes edifiquen una mezquita (a partir del edificio Burlington Coat Factory) en la Zona Cero de Nueva York.
Una visión diferente a la Burke es, sin duda, la que Andrew C. McCarthy provee. Otro megáfono extensivo de sus ideas es el editor canadiense Mark Steyn, quien en sus libros y artículos, propala la idea de que los musulmanes estaban y están a punto de apoderarse de Europa y Occidente debido a los cambios demográficos. La frase de Steyn, en cuanto su solapado discurso de odio, es que los «musulmanes se reproducen como mosquitos». En Europa es más obvio el veloz crecimiento de comunidades musulmanas por sus más de 4,000 mezquitas, edificadas y crecidas por un 40%, desde hace 20 años. Son minorías perseguidas, pero, en su exageración, McCarthy las convierte en imperios agresores a tono con un ficticio plan de sabotaje universal.
Los dirigentes islámicos, sin propugnar la violencia, entienden que Europa no es un territorio del Islam y que tienen el derecho de vivir, si así lo desean, en un régimen de sharia, o ley islámica, así como el estadounidense se da el derecho a comportarse como tal (occidental en el vestir, pensar, actuar y conservar sus valores) cuando sale de sus fronteras y es él el extranjero. No es que se quiera vivir por «encima de las normas civiles», es que es humano que sea lo que es y viva acorde a lo que ha sido su enseñanza y tradición. El islámico comprende en cualquier lugar al que va una posibilidad para la predicación («da’wa») voluntaria; pero no se deja quitar su libertad de culto.
El árabe, políticamente militante, es un enemigo del jingoísmo, memoria de un movimiento hipernacionalista y racista británico, considerado necesario al Imperio, cuando la hegemonía británica choca por afanes imperialistas con Alemannia y Estados Unidos y eran los ingleses quienes al considerarse la «mejor raza del mundo» daba por sentado que tendría dominar a los pueblos inferiores y que tal sería su misión. El hecho contemporáneo es que ante los resabios jingoístas y las teorías de darwinismo social ya superadas en cuanto a las cuestiones sociales y políticas, los tiempos de colonialismo cambiaron. La decadencia del imperio otomano y turco que posibilitara su dominio por Gran Bretaña y Francia, es cosa del pasado.
Lo que el estadounidense promedio consume en términos de una imagen informativa real sobre las militancias políticas, o religiosas árabes, es una tergiversación, largamente formulada, para no discutir en torno al imperio que Gran Bretaña creara en África Oriental, desde El Cairo hasta El Cabo («imperio vertical»), o que el imperialismo de Francia intentara en el Mogreb e iniciara con su expansión hacia Túnez.
Pero, en oposición a Andrew C. McCarthy, Burke es capaz de enfocar ese movimiento, con militancia islámica, o Gran Jihad, en los contextos de la diversidad activa, donde Osama bin Laden es una simple figura periferal, por más carismática que haya sido. Se ha llegado a ofrecer 25 millones de dólares por su captura; lo mismo que por Abu Musab al-Zarqawi, líder en Irak de la red al-Qaeda. Del modelo al-Qaeda, lo real es que, pese a las manipulaciones occidentales (en alianzas con ricos jeques y billonarios sauditas), sirve a unos pueblos árabes, cuyos proyectos son desmentir al jingoísmo islamofóbico occidental que les niega sus capacidades para la supervivencia.
Al-Qaeda, en su mejor papel, como dice Burke, funciona «as some sort of wealthy university distributing research grants and providing classes to allow the ambitions of its pupils to be fulfilled». Mas los EE.UU. es otro caso. Dice José Luis Raya de la Cruz que, desde que ha asumido tal rol, «Estados Unidos ha tomado el papel de policía mundial pero es presa de sus compromisos en el mundo (sociales y económicos), éstos que le llevan a cada paso al callejón de la ignominia cuando niega en derecho a unos lo que da en privilegio a otros» [El sainete en eltre israelíes y palestinos]
Hay razones diversas del por qué de la corriente mediática principal está teñida de islamofobia y algunos individuos, como los ya mencionados, la promueven. Amnistía Internacional (AIUSA) en uno de sus recientes informes indicó que está profundamente preocupada por «the growing number of reports of crimes committed against Muslims and of other anti-Muslim sentiment and activity in the United States». Los EE.UU. ha querido cobrar desproporcionadamente en vidas humanas y maltratos lo que un acto terrorista (el 9/11) produjo. Desde 2001, la Guerra en Afaganistán ha costado 3.3 billones de dólares, en dinero dsespilfarrado por los EE.UU..
Si estudiamos el informe de la Oficina de Prespuesto del Congreso y el Servicio de Investigación Congresional The Cost of Iraq, Afghanistan, and Other Global War on Terror Operations Since 9/11, sumario del cual nos los ofrece Amy Belasco nos ofrece un sumario de 49 páginas (Ver), se puede comprobar cuán irracionales han sido los gastos, motivos y vericuetos de financiamiento ($1.086 trillones) de estas operaciones; el impacto que han tenido y tendrá en la economía de los EE.UU, y contando con que el costo se mantenga en números conservadores, siendo que «The cost of the wars in Iraq and Afghanistan could total $2.4 trillion through the next decade, or nearly $8,000 per man, woman and child in the country», que el costo remontaría a $2.4 trillones.
Sea como sea el costo trillonario en tax-dólares ya se ha sufrido en el bolsillo del estadounidense promedio, lo que apesta de estos libros de McCarthy, Steyn y otros acólitos de Gringrich y Limbaugh que cantan loas a la Guerra Contra el Terrorismo es que no acaban de entender quiénes son los verdaderos terroristas y al costo humano u financiero que sustentan su mentira y lavado de cerebro al pueblo estadounidense y europeo en los medios de información que incluye muchos libros, documentales y campañas.
El costo doloroso de las 2,792 vidas perdidas por el ataque a las Torres Gemelas, los políticos del odio la han convertido en lo siguiente, además del costo económico: (1) Unas guerras que en Iraq y Afghanistan afectan las minorías más pesadamente que a los blancos; guerra que, si hubiese justicia internacional no vendida, convertirían en criminales a Bush, Cheney, Rumsfeld & Co. por la invasión ilegal de Irak.
(2) los hispánicos, siendo el 14.2% de la población estadounidense, son el 9% del total de las tropas y el 10.4% de las muertes (489 soldados caídos en acción).
(3) En las dos guerras, han perdido sus vidas 4,570 soldados estadounidenses, más 113 mujeres. Un número de 30,490 tropas fueron heridas en acciones de combate directo en Irak y 2,309 en Afganistón (32,799 en total).
Pero el rol verdaderos de estos hombres que, legalísticamente dicho, cumplen su deber, ofrendan sus vidas a la patria, no resuelve el problema de ninguno de los países en conflicto; los invasores extranjeros agravan el problema y a más débil y pobre, el país lo destruyen, victimizando a civiles.
Sobre lo que se trata la resistencia en Afganistán, país de 30 millones de habitantes, es de una lucha de más de 150 años contra el colonialismo y los poderes imperialistas. Los interventores de hoy son los EE.UU., con fuerzas combinadas de 145,000, mucho más criminales que la la presencia soviéticxa durante los ’80. El Secretario de Defensa, Robert Gates, fue el segundo en comando en la CIA durante ese decenio de los ’80 cuando se les enviaba armas y se reclutaba a mujahedines afganos y se creó el liderazgo de los Talibanes, al mando de Osama in Laden, con dinero de la CIA.
De modo que Afganistán ha estado por años en manos de las hienas: el presidente actual de Afganistán es un ex empleado de una de las petroleras de los Bush, mismas que depredan las reservas petroleras del país y de Irak. Afganistán es una satrapía del imperialismo corporativo estadounidense, a la que algunos capataces europeos prestan su concurso. España, por ejemplo, gastan allí un millón de euros diarios en mantener el orden depredatorio, comando por los EE.UU. ¿Y para beneficio de quiénes? Allí, esperanzas de educación y libertad, ya no serán posibles después de que la aventurilla de las Torres Gemelas a estos pueblos árabes les ha costado un millón de muertos.
Son fuentes británico-iraquíes (en especial, Independent Institute for Administration and Civil Society Studies (IIACSS), las que alertan sobre la verdadera naturaleza de lo que han sido las matanzas en Iraq y territorios en Oriente Medio. En un artículo de David Walsh, British-Iraqi survey confirms one million deaths as a result of US invasion se alega que más de un millón de civiles iraquíes han mueto como resultado de la invasión y la ocupación del país. Para septiembre del 2007, la agencia encuestadora británica Opinion Research Business (ORB) hizo público el hallazgo de 1.2 millones de muertes violentes ocurridas en Iraq e investigadas desde marzo del 2003. Entonces, comentó que «at the time that US-occupied Iraq had ‘a murder rate that now exceeds the Rwanda genocide from 1994 (800,000 murdered),’ with another one million wounded and millions more driven from their homes into exile, either internal or foreign».
¿Son civilizadores los que allí llegaron bombardeando el Museo Nacional de Badgdad, destruyendo su antigua capital (haciendo fragmentos su historia) y colocando cárceles de tortura como Abu-Ghraib? ¿Cuántas muertes achacar a los bombardeos estadounidenses en Afganistán? ¿Es realmente importante si ya sabemos que las guerras civiles ocasionadas por grupos que se doblan al imperialismo, en medio de condiciones de pueblos hambrientos, enfermos y desantendidos, ocasionan ya un efecto genocida que acaba con las vidas 6 a 8 millones de personas? Tan criminal es incitar a la guerra como imponer sanciones econónicas que hambrean los países. Países pobres, con civiles en hambre, desempleo, sin servicios hospitalarios, es una manera de terrorismo que EE..UU, no combate, sino con bombardeos. Y con presencia militar y alianzas con países recalcitrantes.
Podríamos dar el ejemplo de la mala diplomacia estaounidense que desoye más de 100 querellas presentadas por organizaciones de derechos humanos ante la Defense for Children International (DCI) por maltrato a prisioneros palestinos, especialmente niños. Un informe del Ministerio de Prisioneros Palestinos dice que el 65% de los detenidos, mayormente niños y adolescentes, sufren tortura, brutalizaciones e interrogarorio; el 14% son sujetos a amenazas de abuso sexual por soldados israelíes.
Estamos aludiendo a formas de terrorismo que McCarthy no explica en su libro, gracias al deseo de seguir cultivando el mito ganador: el Imperio del Mal, según lo valoran los homofóbicos y los que creen que las casi 3,000 víctimas del 9/11 justifican las matanzas por millones de islámicos y esos derroches de dinero/ horas / tropas / que Obama a contragusto aprueba
Tristemente, los EE.UU. creyó, durante la administraciones de Bush, que podría manejar a gusto este movimiento islámico en beneficio de sus intereses. No pudo, pese a que con su costosa e intensa guerra en Afghanistán, buscó aplastar a los «desobedientes», al tiempo que radicalizar a un remanente de ellos, «notably in Pakistan, Kashmir, Algeria, Yemen, Chechnya, Indonesia, and Uzbekistan». Afganistán ha sido la guerra que costara más de 2 mil millones de dólares al mes a los EE.UU. y que no trajo seguridad a nadie, sino pérdidas de empleo a los estadounidenses y muertes a soldados en la guerra. No sólo ésto, en un reportaje titulado «Infierno en Afganistán», el corresponsal investigador Rubón Luengas afirma que «cuando utilizamos el poder militar para resolver lo que es en esencia un problema político y económico, el resultado es la muerte y accidentes civiles en gran parte debido a política exterior de EEUU.»
La Guerra en Afganistán y su posible impacto catastrófico en Pakistán son temas complejos y peligrosos, los cuales representan aun más ejemplos del porque nuestro país necesita un debate nacional urgentemente… Pakistán tiene armas nucleares y un gobierno completamente desconectado de la pobreza extrema, malnutrición y la falta de servicios de salud que afligen a su población. Aún cuando Pakistán permanece como un aliado cercano de los EEUU, las tensiones entre ambos países continúan incrementándose, mientras EEUU contempla expandir sus ataques hacia la frontera de Pakistán.
[…] … es necesario entender y respetar la cultura y la religión de los musulmanes. “Porque es peor cuando no mostramos respeto a su religión, es peor que la tortura… La tortura es inmoral, no es consistente con los principios y valores de Estados Unidos, dicen que salva vidas, eso no me importa, porque Estados Unidos no es un país de vidas, sino de principios”.Seguro de que Estados Unidos no puede librarse de otro ataque terorista, como soldado Alexander considera que para detener el terrorismo hay que entender las causas que lo originaron y que tiene que ver con la intolerancia.
«Debemos detener la causa del por qué la gente usa el terrorismo, eso sólo viene de la educación, si queremos ganar la guerra no necesitamos más soldados, necesitamos más escuelas… La frontera de la guerra es la educación, con eso vamos a combatir la intolerancia, esa es la guerra que tenemos que ganar».
En vez de estar echando cuentos, o justificando medidas tan triviales, sobre si Francia y Suiza tiene derecho a prohibir la construcción de mezquitas o el uso de la burqa, el velo completo al rostro, o cuán honesto sea que en Dinamarca el Profeta Mahoma sea objeto de burlas en exhibicionbes de arte, o actos poblicos del eurocéntrico, tales detalles se presentan como asuntos menores frente a los verdaderos asuntos de necedad y derechos humanos. Para el Concilio de Ulema de Indonesia, donde habitan 200 millones de musulmanes, el uso del velo es de nimia importancia y en sureste asiático ya ni se usa. Entre las mujeres musulmanas del Oriente Medio, usar un velo es «parte de su cultura y su creencia religiosa». Lo importante es proteger a los musulmanes de condiciones económicas adversas y de hostilidad en naciones africanas. En Etiopía, uno de los países más pobres del mundo, con el 30% de su mtotal de 80 millones de habitantes de religión
musulmana, las cosas que se aprecian son menos políticas que prácticas. Pero, cada año, más de 6,000 etíopes son peregrinos que viajan desde el Africa a Arabia Saudita para celebrar con ellos el Hajj.
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