Aquellos guateques. Aquellas tardes-noches en las que el caserón del abuelo se inundaba de secretos, de pasiones y de placas. El tocadiscos con su piloto rojo parpadeando, bajo la ventana. La mesa con los cubatas y los pinchos, a medio camino entre la boda y el bautizo, engalanada y un tanto aislada. Que lo que de verdad importaba estaba sobre las baldosas rojas y blancas: la pista.
La pista aquella, en donde se daban cita todas las flechas de Cupido y temblaban las piernas de quienes se acariciaban por vez primera, donde se crecían y esmeraban los que del amor ya ejercieran y eran como los espejos en los que los demás se miraban: bailarines de lujo, bailarines con las mejores galas; ellas con las rebecas sobre los hombros y con sus faldas plisadas, ellos con sus pantalones blancos y los niquis de rayas.
Aquellos guateques. Aquellas tardes-noches en las que el Tico tico se bailaba.