Tocando tierra. Emma Donoghue. Traducción de Alberto Mira. Editorial EGALES. 2010.
«¿Eran las franjas horarias sólo cosa de tierra o también funcionaban en el aire? ¿Qué hora era aquí arriba en el negro vacío donde el avión parecía estar colgado en el negro vacío?
Página 22.
«En Norteamérica tendemos a dar siempre la versión Disney del pasado, y lo convertimos en un producto empapado en nostalgia empalagosa, lleno de gorritos y excursioncitas felices en trineo…».
Página 43.
«Mira que los humanos eran dados a las palabras… era algo que no dejaba de sorprenderle. No les bastaba cantar, dar conferencias, cotillear y telefonear a extraños para ofrecerles la oportunidad única en la vida de aprovechar una ocasión única, sino que encima escribían. ¡Una auténtica torre de Babel! Enviaban tarjetas de cumpleaños y notas breves, novelas históricas y obituarios, letras y entradas de enciclopedia, libros de afirmaciones y basura… y todo esto ¿para qué? Para estar en contacto, para convencerse los unos a los otros, suplicar, aplacar, tranquilizar. Para seguir funcionando».
Página 57.
«Es otra cosa que tienen las cartas escritas a mano, que son más honestas. Si hubiera intentado tachar lo de arriba lo habrías visto, mientras que en los e-mails la gente puede corregir sus sentimientos».
Página 93.
«Era muy difícil escapar de los hábitos. Las viejas costumbres, los viejos chistes, las viejas discusiones, provocación, regañina, provocación, regañina, empujar, tirar».
Página 137.
«… ¿qué expresión había oído en casa de Jael la otra noche?… «Socialistas de salmón ahumado», eso es».
Página 254.
«-¿Sabías que el destinatario es propietario del trozo de papel en sí, como si siguiera el cuerpo, pero el remitente es dueño de las palabras, como el alma de la carta? Es como un obsequio que en parte ofreces y en parte te quedas».
Página 288.
Por el número y calidad de las citas extraídas de Tocando tierra, entiendo que no resulta difícil adivinar que se trata de una muy buena novela. Una novela en la que el ritmo no decae. Una novela que, enmarcando la historia en el mundo contemporáneo, extrapola la esencia de las relaciones interpersonales cuando media la distancia, una importante distancia. Y lo hace de una forma honesta, pura, clara, muy inteligente y fluida, como si fuera fácil hacerlo.
De hecho un grandísimo talento de la autora es, sin duda alguna, el diálogo. La conversación entre los personajes es de una gran maestría porque sabe elegir las palabras adecuadas para parecer extraídas de un encuentro real (como si transcribiera de una grabadora) extrayéndole todo lo de vulgar, común y repetitivo de los diálogos del día a día. A través de estos diálogos, además, se informa al lector, la historia avanza, las protagonistas (y los personajes secundarios también) se materializan, toman forma, carácter, tono de voz, fisonomía y personalidad. Y aunque en todos ellos hay un alto nivel de inteligencia común, las peculiaridades de cada uno se hacen sentir perfectamente. La unión de todas estas virtudes es tan poco frecuente que resulta un soplo de aire fresco a lo largo de toda la obra. Virtudes que consiguen no sólo una apariencia de realidad como si de un cuadro hiperrealista se tratara sino además un ritmo que impulsa la lectura sin sentir las páginas, como si volasen directamente las palabras hacia nuestro cerebro.
La historia: dos mujeres que se encuentran en un avión y pertenecen a mundos casi opuestos, pero se quedan «enganchadas» la una a la otra, podría responder al clásico chica encuentra a chicha; chica tiene dificultades para realizar su amor; etc. Sin embargo la autora planea sobre este clásico con gran inteligencia e ironía, con una solvencia muy notable. Para empezar su humor se deja notar en el hecho de que cada una de las protagonistas viven en una Irlanda antagónica de la otra: la europea, totalmente urbanita y de ritmo frenético; y la pequeña aldea canadiense, donde seiscientos habitantes parecen saberlo todo los unos de los otros y donde cada uno de ellos he interactuado con el resto en alguna ocasión.
El desarrollo del «romance» no se hace nada pesado a lo largo de las cuatrocientas veintiséis páginas que constituyen la versión en castellano de la obra. Por el contrario nada parece sobrar… ni faltar. La evolución psicológica de los personajes, sus relaciones familiares, toman protagonismo por separado para ir confluyendo en esta historia de amor que se desarrolla en gran parte a través de e-mails, cartas, llamadas de teléfono… y en pequeña parte en presencia física. Nada se ha dejado al azar y todo encaja como en un puzle perfecto, desde la profesión de una de ellas (azafata) que la permite viajar con cierta facilidad, dentro de sus turnos y rotaciones; hasta la forma en que el mundo cultural del que procede esa azafata, puesto que su madre era india, explica cierta experiencia con las mudanzas y los cambios dentro de la familia.
Las problemáticas planteadas, desde el «qué piensan los amigos» y su importancia más o menos relativa, hasta la logística para las mudanzas, todo tiene esencia, solidez, realidad. ¿Qué significa amar a alguien? ¿Qué importancia tienen las relaciones sexuales en las relaciones de pareja? ¿Qué esperamos del otro en el binomio? ¿Nos conocemos a nosotros mismos y la importancia del arraigo a nuestra tierra y entorno? Todas las preguntas se plantean, aunque no de forma directa, a lo largo de la obra y se dan una serie de respuestas, humanas, ciertas, auténticas. No válidas para todo el mundo, por supuesto, pero sí para unos personajes cuya forma de ser es tan coherente (incluso dentro de sus propias incoherencias y miedos), se adapta de tal forma a sus pieles que uno nunca llega a dudar de la existencia de las entelequias literarias, como si en realidad se tratase más de una especie de diario común que una historia inventada. Las protagonistas, mujeres adultas e inteligentes, se saben humanas, con sus limitaciones. Ambas, además comparten una contemporánea estructura mental de respeto a las formas que la vida diaria del final del siglo veinte y principios del veintiuno ha instaurado entre los «pueblos de occidente» sean más grandes o más pequeños, más rurales o más urbanos, incluso aunque parezca que medien dos generaciones de tecnología entre ellos (casetes-MP4).
Una lectura agradable, inteligente, adictiva, impredecible, y auténtica, sobre todo muy auténtica, donde el sentimiento lo es todo, pero la sensiblería no tiene lugar