Este artículo de análisis con entrevista al autor acercará al lector a esta novela que recomiendo encarecidamente a todos, porque la manera de contar la historia no sólo es literariamente ejemplar por su estilo, sino también curiosa, ya que la trama y el estilo del relato provocan máxima expectación y reflexión profunda.
La novela es mucho más compleja que la pregunta por el intento de olvidar acontecimientos o vivencias pasadas. Lo que parece que ocurre, en realidad es otra cosa muy distinta. De allí que surge la pregunta de si ¿se podría decir que la novela «Todas las maldiciones del mundo» tiene un toque surrealista? Y hemos aquí la respuesta del autor:
Javier Quevedo: La verdad es que nunca lo había pensado en esos términos. Pero ahora que lo dices, puede que sí tenga algo de surrealista… claro que no en el sentido de “absurdo” que mucha gente entiende este término. A veces hay en la novela una especie de libre fluir de la conciencia de Gabriel que no sabes hacia dónde va a llevar el discurso y que se puede asemejar un poco a una especie de estado onírico. Ignoro si es ese el toque surrealista al que apuntabas, pero lo cierto es que nunca me había parado a pensar en ello.»
Javier Quevedo: Yo creo que es más un asunto de inevitabilidad que de utilidad. Quiero decir que no es que Gabriel busque reflexionar sobre su vida como vía para sobrellevar su estado, sino que más bien es algo de carácter un poco compulsivo, que no puede evitar, que le surge sin pararse a pensar demasiado en lo que está haciendo. En todo caso, sospecho que lo peor que uno puede hacer en estados de depresión es encerrarse en sí mismo y ponerse a darle vueltas a todo, puesto que con la cabeza caliente se corre el riesgo de caer en una especie de espiral que no lleva a ninguna parte. Los problemas es mejor pensarlos con la cabeza fría, ¿no?
Javier Quevedo: Supongo que eso es algo que depende de muchos factores. A mí me da la impresión de que, cuando uno mantiene conversaciones ficticias con alguien, siempre hay un cierto componente obsesivo-compulsivo en ello, por pequeño que sea. Lo importante es que ese componente no nos supere; lo ideal sería focalizar esas conversaciones para organizar el discurso interior y quizás poner en orden las ideas, un poco como haríamos con un diario privado. No creo que sea ni útil ni sano despacharnos o desahogarnos de esa manera, dado que se trata de un discurso que sólo oímos nosotros mismos. Pero vamos, que todo esto son impresiones mías, no soy psicólogo ni nada por el estilo…
Javier Quevedo: Interesante lectura… No sé, cada persona vive el trauma afectivo de una manera, pero creo que todas tienen un elemento en común: cierta incapacidad para ver las cosas con claridad. Algunos se verán incapacitados para relacionarse a fondo con otras personas y se cerrarán en banda en sí mismos, mientras que otros tal vez crean estar relacionándose a fondo con otras personas, cuando en el fondo sólo están llenando desesperadamente los huecos y las carencias que les ha dejado ese trauma afectivo. Lo que le pasa a Gabriel es que se siente completamente alienado, experimenta un vacío que sólo se explica en toda su dimensión hacia el final del libro… y lo irónico es que ni siquiera siente demasiada empatía cuando se encuentra a otras personas que también viven encerradas en sus propias cáscaras. Es un poco como lo del pez que se muerde la cola. Quizás encaje bastante tu visión de lo que le pasa a Gabriel, ahora que lo pienso, me gusta.
Javier Quevedo: Esa es, sin lugar a dudas, la lectura que se puede ir extrayendo durante gran parte de la novela, estoy de acuerdo. Sin embargo, si nos ceñimos al viraje que se da en el tercio final, creo que la novela habla de otras cosas muy diferentes o, por lo menos, menos específicas: todas las maldiciones del mundo acaban siendo la misma, es decir, todas acaban reduciéndose a la frustración, la carencia de aquello que deseamos y no tenemos. Creo que, más que de la incapacidad de relacionarse, que es al fin y al cabo una parte concreta del problema, el libro habla de algo más general: la frustración como mal social.
Javier Quevedo: Nada bueno, desde luego. Llegado un momento de la novela, se comenta qué es lo que hace alguna gente que no es capaz de superar el momento de lucidez que tuvo Gabriel y, si mal no recuerdo, se habla de suicidio. Lo curioso es que Gabriel, por motivos demasiado complejos como para comentar aquí, optó por otra opción que él consideró mucho menos autodestructiva… sin embargo, se trata de una salida que, a su manera y según queda reflejado en la novela, también tiene mucho de autodestructiva (al menos, simbólicamente).
Javier Quevedo: Absolutamente. Por ejemplo, esa es la función básica que desempeña Sam dentro del relato: él es la persona idónea y, aunque Gabriel lo tiene delante de las narices todo el tiempo, apenas lo ve porque está demasiado ocupado persiguiendo dentro de su mente a otra persona. Aunque no hay que olvidar que también el propio Sam podría estar equivocándose al creer haber encontrado en Gabriel lo que tenía en otro, por el simple hecho de que ambos guarden algunas similitudes asombrosas. De todos modos, no son los únicos personajes aquejados de este problema, continuamente están entrando y saliendo en la historia personas que son infelices por no haber sabido relacionarse con los demás o por haberse equivocado con las decisiones que han tomado a la hora de relacionarse.
Javier Quevedo: Alguien dijo en una ocasión que el pasado y el futuro no existen, que todo lo que tenemos es el presente. A veces, las personas nos obsesionamos con el pasado y, si no inventarlo totalmente a nuestro antojo, lo que tal vez hagamos es magnificarlo, pulirlo de imperfecciones y quedarnos con lo bueno. Supongo que de ahí el famoso dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que siempre me ha sonado bastante cínico, dicho sea de paso.
Javier Quevedo: Ayer estaba viendo “(500) días juntos”, una película que recomiendo a todo el mundo, y me llamó la atención algo que le dijo un personaje al protagonista: ahora sólo te acuerdas de lo bueno; cuando pienses en el pasado, recuérdalo tal cual era. Es curioso cómo siempre tendemos a manipular nuestros recuerdos para quedarnos con una sensación polarizada de lo que fueron. Quien tenga una mala experiencia de algo, seguramente la magnificará hasta convertirla en un infierno. Y quien añore su pasado, tenderá a pasar por alto todo lo que pudiera tener realmente de malo y acabará pensando que aquello era el paraíso.
Javier Quevedo: ¿Tú crees? A mí el final de Todas las maldiciones del mundo me parece muy esperanzador. Las dos últimas páginas de la novela están llenas de pistas, de guiños que nos marcan un cambio de mentalidad decisivo en el protagonista. De hecho, si me preguntaras cuál de los dos finales es más inequívocamente optimista, más esperanzador, diría que el de Todas las maldiciones del mundo. Gabriel ha pasado de una mente confusa y un corazón enmarañado a un estado de lucidez total y un corazón saneado, que parece empezar a latir de verdad. Á‰l mismo afirma que anhela alcanzar cosas auténticas, reales, y que no le importa tener que esperar. Creo que ahí está la clave de todo, en esa voluntad de no querer seguir engañándose por más tiempo (y cuando hablo de no engañarse, me refiero a ninguno de los dos modos de engaño que perpetra Gabriel sobre sí mismo en la novela).
Javier Quevedo: Por no desvelar de más a quien no haya leído el libro, diré que la auténtica maldición es equivocar el objeto de nuestro deseo. Esa es la mayor frustración que sufre Gabriel y, para rizar el rizo, la sufre por partida doble. En algunos asuntos, es preferible mantener la cabeza fría y los pies en el suelo, aunque sea para evitar acabar persiguiendo fantasmas con una red agujereada.
Javier Quevedo: Si te soy sincero, me gustan los cuentos, pero no las fábulas. O dicho de otro modo: me gusta hacer mis interpretaciones, pero no que me digan al final lo que debo pensar. Te aseguro que lo último que pretendía es sentar cátedra con la visión que pueda insinuar en la novela, es decir, no quería en ningún momento dar moralejas ni nada por el estilo (y espero no darlas). Lo que sí te puedo decir, tal vez entroncando un poco con esa lectura surrealista que comentabas antes, es que se puede extraer una lectura muy irónica de todo lo que le pasa a Gabriel, un cierto poso agridulce del que se puede aprender algo o no. Como ya comentamos en la otra entrevista a propósito de El tercer deseo, me gusta que el lector saque sus conclusiones y, si viene al caso, que cuestione las que yo le pueda haber sugerido.
Javier Quevedo: Hace poco me comentaba alguien que esperaba leer una novela de amor y que lo había desconcertado al no encontrar rastro de ello en el libro. Yo creo que, si bien no es el tema central, Todas las maldiciones del mundo sí habla bastante del amor, o por lo menos de la idea del amor… claro que se habla de él de un modo mucho menos romántico que en El tercer deseo, más distanciado, casi quirúrgico por momentos. De todos modos, me parece que tiene más de novela existencialista, si nos centramos en lo que comentaba antes que considero es el tema esencial de la obra: las frustraciones. Y hay frustraciones en la novela que no tienen nada que ver con el amor (o, por lo menos, nada que ver con el amor romántico).
(c) Pedro Schwenzer
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