Sergei venÃa arrastrando del ramal al asno que les habÃa regalado el Abad y del que ya pensaba incautarse «para hacer recados» en el pueblo. Durante uno de los descansos de la comitiva, Sergei preguntó al Maestro:
– ¿Cómo era la historia del Buda borracho? ¿BebÃa tanto el Buda?
– No, Sergei, con el nombre de Buda se designa a las personas que han alcanzado la iluminación, pues ese es el significado del la palabra «buda». AsÃ, ha habido muchos «Budas» entre las personas que han seguido el Camino. Uno de esos Maestros se llamaba Suiwo y fue un personaje casi mÃtico al que se le achacan más historias que las vividas por él.
– Maestro, – intervino Ting Chang -, a mà siempre me ha parecido un personaje inmensamente libre y divertido, aunque preocupante para no pocos abades ortodoxos.
– ¿Por qué?, – preguntó Sergei que intuÃa una historia apasionante.
– ¡Pues imagÃnate lo que serÃa un monasterio en el que todos imitasen al Maestro Suiwo! Y eso que él fue el Maestro sucesor del gran Hakuin al frente de su monasterio por el que pasaron y se formaron otros famosos Maestros, como Torei, Daikyu y Reigen.
– ¡Cuenta, Maestro, cuenta!, – dijo Sergei acercándoles unas tazas de té caliente alegradas con un poco del vino de arroz que les habÃan regalado en el monasterio.
– Suiwo conoció a Hakuin cuando ya tenÃa treinta años y el Maestro percibió en él un espÃritu excepcional y le animó a desarrollar sus potencialidades. Suiwo siguió sus enseñanzas durante más de veinte años pero era un tipo excéntrico y extravagante. VivÃa a diez leguas del monasterio que recorrÃa a diario para escuchar las enseñanzas del Maestro. Muy aficionado al vino de arroz, comÃa cuanto le ponÃan delante. Se echaba a dormir donde le apretaba el sueño y tenÃa una fortaleza nada común. Era hermoso y fue amado, pero Suiwo era incapaz de atarse a nada ni a nadie. Hasta que enfermó el Maestro Hakuin, y Suiwo se fue al monasterio para cuidarlo hasta su muerte. Entonces, todos se pasmaron de que el Maestro le hubiera entregado a él el manto, el bastón y el cuento sÃmbolos de la transmisión.
– ¿Y se quedó a vivir en el monasterio?
– Bueno, como habÃa otro monje llamado Torei que también habÃa alcanzado la iluminación, Suiwo le enviaba a todos cuantos llegaban para estudiar Zen. El problema es que nadie como Suiwo era capaz de comentar a los clásicos y, cuando él hablaba, tenÃa audiencias de hasta trescientas personas. El caso es que los demás Maestros le suplicaron insistentemente para que se ocupase de la formación de los monjes en el monasterio. Suiwo ya tenÃa cincuenta y ocho años cuando pronunció el increÃble discurso de las Cinco casas del Zen que, desde entonces, se ha convertido en un clásico. Al final de sus dÃas llego a congregar a más de setecientas personas para escucharle. Él les decÃa: «En contra de lo que dijo un clásico, de que es mejor estar demasiado relajado que demasiado apasionado, yo creo que es preferible estar demasiado apasionado que demasiado relajado. ¿De qué vale vivir de la fraseologÃa recitando textos sagrados? Hay que vivir a tope».
– Claro, con una personalidad tan extraordinaria como la suya – comentó reflexivo Ting Chang-, hiciera lo que hiciese habitaba en la perfección.
– El caso es que, cuando estaba en su lecho de muerte, no admitiendo más medicamentos que vino caliente bien especiado, los monjes le pidieron un poema de despedida, de acuerdo con la tradición. Suiwo tomó un pincel y escribió muerto de risa:
o «He estado burlándome
o de Budas y Maestros Zen
o durante sesenta y tres años.
o En cuanto a mi epitafio,
o ¿Qué? ¿Qué?
o ¡Kaa!»
Y después de una sonora carcajada, cerró los ojos y expiró.
J. C. Gª Fajardo