“Es probable que la vida no tenga sentido, pero tiene que tener sentido vivir”, respondió el agnóstico André Malraux a la desesperanzada pregunta del General De Gaulle… que intentaba consolar al escritor por la pérdida de su hijo. Uno de los temas estelares en el pensamiento de la aldea global es la búsqueda de un vivir que tenga sentido, aunque la vida no lo tuviera.
Hay cansancio de las cosmovisiones tradicionales desde que se desarraigaron de sus inefables orígenes misteriosos y que convocaban a una plenitud personal en la unidad con todo. También padecen fatiga la lógica aristotélica, el pensamiento cartesiano o el mecanicismo y la filosofía y la economía, al uso, fuera de su utilización como instrumentos, de donde nunca debieron salir para erigirse en metafísicas. Como sucedió a Marx que buscaba un método para luchar contra la injusticia social, y lo convirtió en una metafísica, que algunos convertirían en ideología totalitaria.
Sigmund Freud comentaba a su hija Ana, que no creía haber curado a ningún paciente mediante el psicoanálisis; los había ayudado a que desenredaran las madejas de sus mentes. Muchos seguidores redujeron todo a la represión y se constituyeron en secta de iniciados.
La lógica paradójica, el principio de incertidumbre, la física cuántica, la ingeniería genética y la revolución de la biología transforman nuestro imaginario con la revolución de la comunicación y de la informática.
Nicholas Negroponte habla de la contracultura que emerge del paisaje digital. «La tecnología digital puede ser una fuerza natural que atraiga a la gente a una mayor armonía mundial».
Philippe Breton subraya los puntos de conexión entre el culto de Internet y el movimiento contracultural de los sesenta que animó las revueltas estudiantiles. Resurge la búsqueda de propuestas alternativas como pretendieron la beat generation o los hippies. No han muerto del todo Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Alan Watts, Ken Kesey o Timothy Leary.
Hay cierta continuidad entre el movimiento underground e Internet, dice Breton, en la ruptura con el mundo –drop out-, los viajes iniciáticos en un simplificado orientalismo, la vida en comunidades, profundo deseo de igualdad y adhesión a un modo de vida no violento y solidario.
Pero, en lugar de adherirse a una utopía revolucionaria, que decepcionó, prefieren la utopía contracultural de tradición libertaria, que no rompió del todo con el mejor liberalismo, asumieron el gran reto socialista no marxista, convertido en imperativo categórico, “actúa de forma que tu conducta pueda ser la norma de un obrar general”.
Los vagabundos celestes de Kerouac navegan por las autopistas –on the road- de Internet de un mundo que no les gusta pero de cuyos hallazgos técnicos se sirven.
El descubrimiento de que existen otros estados de percepción suele ser revolucionario, escribe Racionero, cambia la vida porque cambia la visión del mundo. El descubrimiento de lo relativo de la realidad y la existencia de estados diferentes al sueño y al estar despierto, es una revolución mental comparable a la de Copérnico; pero más importante, porque puede cambiar la vida humana y la relación entre los hombres y la naturaleza. La realidad ya no es este estado, impuesto como único válido por el racionalismo y la ciencia mecanicista; existen realidades diferentes, cualitativamente tan distintas ente sí como el soñar y estar despierto, concluye.
Mircea Eliade está seguro de que las formas de la experiencia religiosa serán distintas de las que ya conocemos en el Cristianismo, en el Judaísmo o en el Islam, que están fosilizadas, desvirtuadas, vacías de sentido. Habrá otras expresiones. La gran sorpresa es siempre la libertad del espíritu, su creatividad. Karl Rahner aventuró que el siglo XXI será misterioso-místico o no será.
Si la religión es el intento de respuesta a un sentido para la existencia, es posible hablar del ocaso de las religiones, fuera de niveles populares donde les alivian del fardo de la existencia. Con Chuang-tzú podremos recordar que, así como la noche empieza a mediodía, será posible alumbrar el mundo nuevo que encierra en su seno.
De ahí la necesidad de inventar y aprender un nuevo lenguaje para comunicarnos en los espacios virtuales. Como tuvieron que hacer cuando llegaron la imprenta, los periódicos, la radio y los lenguajes imaginísticos del cine y de la televisión.
Para servirnos de un medio es preciso conocer antes su estructura y funcionamiento, y desaprender lo aprendido, como recomendaba Giner de los Ríos.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS