Al concluir la lectura de la novela “Tríptico del desamparo”, del escritor argentino Pablo Hernán Di Marco, a las dos de alguna madrugada, no se si es que estoy aún más sensible por el hecho de tener a mis seres queridos al otro lado del océano, pero lo primero que sucedió al leer la última página, fue algo tremendo que me revolvió por dentro y entonces me senté en un sillón de mi sala mirando la chimenea, mis ojos se dirigieron hacia las fotos familiares que están en la biblioteca, entonces vino un torrente de lágrimas.
Tríptico del desamparo nos mantiene desde el comienzo de su lectura con pleno interés, emoción, suspenso como también se siente hasta el final de la obra que toca las fibras más íntimas del ser, en ella se encuentran el amor, el dolor, la ternura, el conocimiento, la vanidad, la miseria y la gloria.
Todos tenemos parte de Irene, en su sabiduría o creemos ir llegando allí con los años, o quizá otro tipo de sabiduría que no hace tantas galas pero es la que queda grabada en el alma como le quedó a Irene: “Yo le cuento el secreto para hacer mermelada casera, y usted agarra y me enseña a leer y a escribir” Lila, un personaje entrañable.
También la furia, la rebeldía de Ignacio, el espíritu lleno de sueños e ingenio de Giselle, la dulzura para su padre y luego al crecer se deja absorber por su entorno de juventud; como le ocurre a Rafael Leone, cuántos momentos desperdiciados y se pasa la vida para luego mirarse en un espejo, viendo a ese viejo débil y enfermo, ya no encontraba a ese joven lleno de locura y que podía conquistar el mundo.
Su autor nos lleva al viaje de sus personajes al mismo tiempo que nos da un tour cultural, con sus citas que enriquecen el texto y nos permite conocer en sus descripciones la importancia de los libros a lo largo de la vida de los personajes involucrados como testigos mudos de toda su trayectoria existencial.
Pablo Hernán Di Marco logra una novela donde se encuentra una historia de amor que emociona, pero también nos invita a reflexiones filosóficas y sicológicas de sus personajes principales y secundarios con tal intensidad que logra una trama original y enriquecedora. El camino es inesperado, juega con el lector, introduce hábilmente la novela en otra novela que nos sumerge en una dinámica interesante en su desenlace.
El autor deja una premisa, “la armonía de las palabras” de que habla Irene uno de sus personajes, también la idea de los espejos mostrando el reflejo de lo que se ha sido y lo que realmente se es, como en el retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde o la crisis existencial, al sentirse pequeño en la metamorfosis de Kafka, son libros que evidencian el reflejo del ser en circunstancias específicas, indistintamente de quién sea su lector que se identifica irremediablemente, lo que los constituye en obras universales, elementos que se perciben en toda la obra “Tríptico del Desamparo”. La juventud, los sueños, la alegría, la autenticidad, su capacidad de percibir el mundo y pintarlo, como cuando el Quijote de Cervantes iba con el pecho firme a cumplir sus sueños y Sancho al igual que Rafael Leone estaría dispuesto a secundarlos. Todo un proceso existencial, ese chico abandonado en el cementerio, luego ese hombre feliz con Lucía, con el aprecio de Alvaro y el mundo en sus manos, después el hombre derrotado por sus equivocaciones, luego el encuentro de sí mismo que le costaría 30 años largos en descubrirlo. Una vida tras los intereses creados de otros, la alabanza en la gloria y el conflicto en la derrota como le ocurre a Leone con Ediciones Leopardi; quizá la miseria de un hombre que dormido de dolor despertó, contrario a lo que le ocurre al personaje de un pueblo azotado por la injusticia, como es el caso de La Rebelión de las ratas, de Fernando Soto Aparicio, cuando Rumencindo, cerrando los ojos después de luchar contra imposibles, lleno de rabia, clamando justicia después de un disparo ya le queda en su mente la imagen de su pastora y de sus hijos, quedan para siempre enterradas la venganza, la ira, el hambre.
Pablo Hernán Di Marco deja claras las crisis más profundas en la existencia, se toca el fondo y luego el lector emerge con él a nuevas e inesperadas posibilidades. Bien lo expresa el autor en Tríptico del Desamparo, se encuentran la gloria y la miseria de todos. La clave siempre estuvo ahí y Leone no la vio, como cuando ocurre a algunos individuos en algún instante cuando está en frente y se deja pasar.
Como en Fausto anticipa una solución cuando todo está perdido, no llega la legión de Angeles pero si llega uno que es Adina, la esperanza. No podemos irnos a la isla de Burano a ver tejer en el aire, pero nos deja la inquietud de cómo es el proceso.
Una novela que bien valdría la pena llevarla al cine por su riqueza literaria, sus diálogos permanentes y por la trama que hace que se viva toda una Odisea moderna. Nos remite en su hermosa novela a Boccaccio, a Pirandello, evocando o enseñando el arte italiano que ha sido tan rico para el mundo y entonces recordar la buena literatura, esa que nacía de adentro, de la mayor agudeza racional y pasional, donde mostraba la condición humana sin pensar en ser un negocio de momento, de ahí su gran valor trascendiendo los siglos. Quién no recuerda la Divina Comedia, llamada así gracias al adjetivo que le diera Boccaccio y Comedia por tener un final afortunado.
Algo para recordar de Tríptico del desamparo: “Tres Irenes me observan comprensivas, así como yo lo hago con ellas. Ya dejamos de culparnos por el paraíso perdido, ni siquiera nos reprochamos por conformarnos con este purgatorio”. “Ellas —nosotras— empañan mis labios con su aliento. Me hacen de ellas, y yo las hago mías. Me abrazan enlazándome con todo mi cuerpo hasta volvernos una, hasta volvernos yo misma.”
Realmente Tríptico del Desamparo sí que conmueve para siempre y podría decirse que Pablo Hernán Di Marco deja el sabor de un Dante Latinoamericano. Con justa razón es una novela ganadora del tan serio y reconocido premio por mérito José Eustasio Rivera. Mi venia con mi sombrero.