Cultura

Un enamorado de España

Después de estar viviendo los lamentables acontecimientos que han venido sucediéndose en la sociedad catalana, a raíz de la ardua tarea para alcanzar la independencia y el soberanismo absoluto, llevando incluso al enfrentamiento y a la enemistad entre amigos y miembros de una misma familia, puede sorprender, de pronto, o llamar la atención, el protagonismo de alguien tan singular como diferente, de un holandés que lleva veraneando en la isla de Menorca más de cuarenta años, en una casa solariega provista de un recoleto huerto, al que dedica parte de la jornada, cuando no está entregado a la escritura en su saludable retiro.

Este hombre, de edad madura, y gran veterano en el marco de la creación literaria, mostrando esa clara inclinación por la isla balear, a la que no deja de acudir año tras año, igual que un pintor ahonda reiteradamente en un mismo tema, desplegando las más variadas versiones del mismo, no parece reflejar en ningún momento el peso de la fatiga, o el desgaste acumulado por los años, ni ser víctima del tedio y el aburrimiento.

Cees Nooteboom es un escritor holandés, nacido en La Haya, en 1933, de reconocido prestigio y firme candidato al premio Nobel de Literatura, una de cuyas pasiones siempre ha sido viajar a través de las distintas geografías, para luego dejar constancia de ello en su obra literaria, habiendo recorrido más de medio mundo en el transcurso de cincuenta años. Para este autor nómada, viajar es desoír la llamada seductora del sedentarismo y la holganza, a la que más de uno termina por ser presa en el mundo acomodado en que vivimos, y transitar a sus anchas en un estado de placentera soledad, una soledad que es necesaria compañía, y elemento de primer orden para llevar a cabo sus propósitos.

Dueño de una erudición arrolladora, y una exaltada curiosidad, Nooteboom se aparta de aquellos recorridos más concurridos, menos dotados de intrahistoria, para adentrarse por caminos tortuosos, y alcanzar así aquellos rincones de la geografía española plagados de una larga tradición histórica. Es así, como el autor holandés nos ha dejado un libro tan lleno de sinceridad como bello, tan erudito como cuajado de emoción, un libro sobre España, y de España. Con motivo de una rueda de prensa, para presentar esta última edición conmemorativa, concluyó que su libro – El desvío a Santiago – no es otra cosa que una suma de viajes realizados por la polifacética tierra ibérica, tardando quince años en finalizarlo.

Si bien, en un principio, su destino era Santiago de Compostela, su desbordante curiosidad y ansias de conocimiento le llevó a visitar otros destinos no menos significativos. Explica que su primera incursión peninsular data del año cincuenta y cuatro, contando con veintiún años de edad, y que desde entonces lo ha venido haciendo todos los años. En sus declaraciones comenta, que cuando llega a una población, sea la que fuere, nunca deja de frecuentar sus librerías o librería, para hacerse con «libros raros de patria chica», aquellas obras que narran las crónicas del lugar, sus costumbres y su historia, y que no van a poder encontrarse en otra parte.

El libro está surtido de fotografías – a modo de daguerrotipo – en las que el tiempo queda detenido, como petrificado, en imágenes tan sugerentes y precisas, como pueden ser callejones inmersos en la bruma del casco antiguo, bares o tabernas sombrías, en las que hombres medio en sombra beben e hilvanan sus pensamientos en silencio. Y, de este modo, llevado del afán y de la curiosidad extrema por la tierra española, Nooteboom retorna y rastrea sin descanso las ciudades y pueblos habitados por gentes de toda condición y circunstancias. No se queda corto, al indagar por tierras de La Mancha los pasos infatigables del héroe que siempre antepuso sus ideales en defensa de causas justas. Y, exclama, gozoso: «quijotesco es nuestro carácter, pero de Sancho nuestras acciones».

Lleva siempre en su mochila un ejemplar de bolsillo, del Quijote, se toma unos minutos de descanso, acomodándose en un banco, y abriéndolo, lee en el prólogo: «en Argamasilla de Alba, durante su encierro, Cervantes crea la inmortal obra, el caballero de la triste figura en la sempiterna búsqueda de su amada Dulcinea».

El camino de Santiago sólo es la excusa para adentrarse en otros territorios nacionales, viniendo ,luego, el pluralismo, la multiculttura, ya sea de Toledo a Granada, o de Sefarad a Al-Andalus. Del románico de Soria al gótico de la catedral de León, el escritor deambula por esa España rural, semivacía, de aldeas apartadas y medio en ruinas, de piedras milenarias y leyendas ancestrales contadas al calor de la lumbre, donde el silencio – cual ángel guardián – invade el espacio y el tiempo, haciendo el paisaje más transparente y luminoso, más real y coherente, siempre por carreteras secundarias, despegándose de las grandes y ruidosas urbes tan propias del tiempo en que vivimos.

Este inveterado viajero, este holandés – que escribe lo mismo que respira – no deja de sentir algo en su interior, una especie de adoración, de culto abrumador, a la vida sencilla que trascurre en esas casas bajas con balcones adornados de geranios y hojas de laurel, al complaciente olor que despiden los churros recién hechos en bolsas de papel , y a las charlas tomando el fresco. Lo que más le interesa es la gente corriente, gente que ha sufrido los los pormenores de la historia más reciente sin alzarse en protagonista. En llegando a Teruel, después de dejar atrás los maravillosos templos románicos que salpican los horizontes de Castilla, reflexiona largamente sobre las ejecuciones sumarias llevadas a cabo con la victoria del general Franco, y acerca de esas personas que no pueden evitar mirarse en un espejo: las unas como espectadores de una inminente ejecución, y sabiéndose a salvo, y las otras provistas de unos cuantos segundos de vida, y despidiéndose de este mundo al grito de «Viva la República». Pero, este espejo demoledor acaba quebrándose, y polarizando a una sociedad en permanente crispación y haciéndola cada vez más vulnerable, por lo que a uno le viene a la memoria los sobrecogedores versos de Machado:

Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios,

una de las dos Españas

a de helarte el corazón.

Si en los años cincuenta, cuando Nooteboom emprendía sus primeras andanzas, entendía el viaje como una experiencia fundamental de aprendizaje -dado que viajar «es una permanente transacción con los demás, porque al mismo tiempo uno está solo» – con el paso de los años, y con las vivencias retenidas, el autor entenderá el viaje como un intento de transformación: «me sucede en todos los viajes largos. El tiempo que estoy fuera de casa se paraliza, se estanca, se convierte en una especie de cosa masiva y rara que termina aprisionándome. Entonces, estoy fuera, estoy sometido a algo diferente, al viajar, al efímero elemento de no pertenecer a nada».

Más adelante, dejando atrás Asturias y encaminándose hacia León, y tras divisar en las alturas el majestuoso vuelo del águila real , y tomar un descanso,traerá a la memoria los puertos que ha venido recorriendo, y sentenciará: «Las montañas mismas parecen animales sin ojos, el suelo es gris y negro, el viento sopla por donde quiere …»

Concluye, de modo tajante, al término de uno de sus viajes: «Una de las pocas constantes de mi vida es mi amor por España. Mujeres y amigos han desaparecido de mi vida, pero un país no se escapa tan fácilmente». Y, tiene la sensación que el carácter y el paisaje españoles están en consonancia con «todo aquello que me incumbe». No deja de regocijarse ante la visión de iglesias, ermitas y monasterios, confinados entre valles y pueblos en donde parece que el tiempo no corre, y entre tanta belleza y armonía busca refugio en uno de esos lugares en los que viven una pequeña comunidad de hombres entregados a la oración y el estudio. Al llegar a Madrid, escribe: «mi vida se mueve entre España y mi país, en los dos me encuentro en casa y no en casa».

Iglesias, aldeas perdidas, nostalgia, amor por las ruinas, amor por todo aquello que viene envuelto en el ropaje genuino, intransferible, de lo auténticamente español. A la pregunta en cierta ocasión, de por qué encontraba tan bello el paisaje de la meseta castellana, contestó: «Porque creo que yo soy así por dentro».

José Luis Alós Ribera

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.