Estudió Derecho y lo traicionó por la literatura. Fernando Lalana, escritor zaragozano, es uno de los clásicos juveniles de los jóvenes lectores españoles. Tras quedar finalista en 1981 del premio «Barco de Vapor» con «El secreto de la arboleda» en 1982 fue ganador del Premio Gran Angular 1984 con “El zulo”.
Detectives, bailarinas de ballet, amnesias… son unos cuantos frutos de la imaginación que han enganchado a cientos de lectores. En octubre de 2010, recibió el XIV Premio Cervantes Chico en reconocimiento a su trayectoria literaria.
Cabezonería aragonesa, imaginación y mucha diversión a la hora de crear son los ingredientes básicos de sus novelas, bajo el toque de un humor propio que les dota de ritmo y contrastes que secuestran desde el principio a las jóvenes cabezas.
¿Hay novelas en el horno?
Sí, hay varias en cocción pero dos ya están cocinadas esperando salir a la mesa. De entrante con la editorial Casals llega “13 perros”, una obra cortita únicamente mía, y como plato fuerte “Ášltimo deseo”, una novela larga, de las largas que he hecho en estos últimos años, escrita a medias con José Videgaín, con el que ya había publicado unos libros infantiles tiempo atrás. Aunque lleva escrita un las puertas de las librerías se abrirán este otoño aproximadamente. Además estoy trabajando en varias obras pero a la espera de que alguna coja forma para centrarme en ella.
¿Qué nos espera en otoño?
“Ášltimo deseo” es una obra muy cercana a la contemporánea novela de aventuras; es la búsqueda de la lámpara de los deseos de Aladdino como objeto real, alejado de la leyenda que mucha gente conoce. Está muy bien documentada por Jose Videgaín y es la persecución de ese objeto mágico a lo largo de la historia a través de las manos por las que pasa, a veces de personajes muy conocidos, y otras no para acabar en el tiempo presente en Zaragoza, concretamente en Canfranc en el laboratorio de neutrinos que hay en mitad de la montaña.
Por su pluma han pasado personajes de todo tipo, detectives, bailarinas, jóvenes, adultos…
Fermín Escatrín es el que más alegrías me ha dado en los últimos años. Sigo trabajando en esa línea pero a Fermín lo tengo abandonado desde que terminé “El último muerto” hace dos años. Ha habido un par de argumentos que pensé que podían irle bien pero ha envejecido mucho y al final han ido a parar a manos de otros personajes.
¿Cómo se conjugan en la imaginación personajes tan variopintos?
Para mí esto es un oficio, yo no soy un escritor vocacional. Hago lo que me sale bien. Cuando digo que escribo tres, cuatro libros a la vez, muchas personas se preguntan cómo lo hago, porque hay muchos escritores que viven en su novela durante mucho tiempo y luego la dejan reposar… yo no. He visto que puedo manejar varios argumentos y castings de personajes, pasando de uno a otro con facilidad, y mientras no los mezcle, seguiré haciéndolo. Me meto poco en las novelas, son trabajo. Me implico en ellas hasta el punto que me parece razonable para sacar el proyecto, pero no se puede decir que me implique en ellas. Lo hago así por una razón muy sencilla y es que creo que aprovecho mejor el tiempo.
Tras 31 años de “El secreto de la arboleda”, su primera novela, ¿cómo mira a la cara un escritor su primera novela?
Le tengo muchísimo cariño a “El secreto de la arboleda” que ahora vive su 40 edición. Me hubiese gustado escribir muchos otros libros con ese éxito pero fue el primero y ninguno de los que han venido después lo han repetido. Lo que hice fue utilizar después a Mari Juli y Gil Abad, protagonistas para una serie detectivesca. Más allá de eso no he repetido la fórmula de esa novela, porque no habría quedado tan bien como la primera, escrita con esa forma intuitiva del escritor novato.
¿Por qué esa elección de la literatura juvenil?
Cuando descubrí la novela juvenil me gustó más que la infantil porque me tropecé con ella en los primeros momentos de mi carrera como escritor. Tiene unas características que se adaptan muy bien en cuanto a la extensión, el ritmo, los argumentos, personajes… a mi forma de escribir. Me atrae más que la novela de adultos por su estado intermedio, por ese papel que tiene de educar a los jóvenes en la lectura. La tarea que se encomienda a la literatura juvenil juega un gran papel: hacer lectores. Lo que verdaderamente le convence a un chaval de que esto de leer está muy bien es lo que llamamos novela juvenil. Si es buena, con calidad, les muestra lo que les espera en el futuro… está haciendo la tarea más importante de la literatura. Con los adultos hay que hacer buena literatura para defender el prestigio de la literatura, pero con los jóvenes lo imprescindible es esa tarea de convencer.
¿Cómo se llega a los jóvenes de ahora?
Los temas clásicos de la literatura, novelas románticas, de intriga, de aventura… siguen funcionando. No hay que obsesionarse por hacer novelas contemporáneas, de la realidad de los jóvenes… esto es flor del día. Intentar escribir novelas al hilo de la actualidad corre el riesgo de que al salir publicada quede obsoleta. Precisamente la literatura te ayuda a vivir esa vida que nunca podrás vivir, por eso gustan tanto los libros de piratas, de aventuras… Y bueno, esto es algo de minorías, de esos pocos que leen, pero hay que procurar que la minoría sea lo más mayoritaria posible. No hay que pensar que si los jóvenes no leen esto es una calamidad. Ojalá la mayoría leyeran, pero eso no puede ser.
Humor, ironía, misterio… ingredientes que con el resultado de una mezcla explosiva.
Son el tipo de historias que le gustan a uno mismo, que te habría gustado leer, pero que de algún modo estaban en tus autores favoritos. Un tipo de humor que descubrí en la adolescencia… es una mezcla que me hubiese gustado encontrar más a menudo en mis lecturas de joven. A mí lo que me divierte es preparar nuevas historias, personajes… escribir, lo que es escribir, me gusta lo justo.
Novelas, teatro, pero no quiere oír hablar del periodismo, ¿hay un abismo?
No, no (risas). Es pura cabezonería aragonesa, como una declaración de principios, en la que decidí que no iba a colaborar en prensa, mucho menos en artículos de opinión sobre acontecimientos de la realidad. Una vez lo dije y ya no puedo bajarme del carro.