Recuerdo que una vez, hostigando a nuestras inhóspitas y dormidas trompas de Eustaquio, la profesora de Creatividad afirmó con aplomo que el concepto «nuevo», de por sí, no existe.
En un arranque filosófico nos expuso su tesis, a la que concedimos sin remedio nuestro beneplácito después de las primeras protestas ante semejante y clara provocación a unos todavía tiernos futuros publicistas.
Lo realmente nuevo sería creado a partir de la nada, sin existir con que compararlo, y sin embargo, la realidad es que todo deriva de algo o se contrapone a algo. Y sólo por eso ya no es básicamente «nuevo».
Otro profesor, esta vez el de Psicología, nos explicaba que al ser humano le cuesta mucho enfrentarse a lo desconocido, por lo que en un primer momento y para sobrevivir, intenta crear unas pautas a las que atenerse basadas incluso en meras suposiciones.
Un ejemplo claro lo tenemos en los antiguos navegantes proclives a convertirse en descubridores de «nuevas» tierras, que crearon de viaje en viaje todo un mundo de bichería marina monstruosa (anónimos predecesores de Tolkien), cuyos dibujos se pueden encontrar en algunos tratados como realidades de ver y tocar que incluyen escenas de su vida animal y comportamiento (luego dicen que la prensa rosa inventa… ¿serían estos sus antepasados?).
Lástima que todos esos monstruos, excepto los calamares gigantes, fueran de un tímido superlativo y les diera por extinguirse justo cuando se inventaron las cámaras fotográficas.
Así que por mucho que guionistas y escritores nos esforcemos en imaginar tramas novelescas de mundos perdidos, crímenes ocultos, cuevas inexploradas o de libros misteriosos… ya no inventamos nada nuevo, existen bajo una forma u otra en este mundo giratorio – en el que la mitad de la humanidad duerme mientras la otra esta despierta – que todavía se resiste a contarnos todos sus secretos.
Es el caso del llamado manuscrito Voynich, un libro rodeado de un halo de suposiciones.
Se supone que tiene más de 500 años, escrito en una lengua que nadie entiende a pesar de que criptógrafos profesionales de varios países han intentado descifrarlo.
Se cree también que puede ser un engaño, un conjunto de letras dispuestas al azar.
Pero lo curioso es que cumple la ley de Zipf, (en los lenguajes conocidos la longitud de las palabras es inversamente proporcional a su frecuencia de aparición, o cuantas más veces aparece una palabra en un idioma más corta es).
Posee unas 240 páginas. Se utilizó pluma de ave para escribir y para dibujar las figuras con pintura de colores, y el texto es posterior a las figuras.
De raciocinio común, pienso, porque los dibujos son más difíciles de rectificar.
Tomando precisamente esos dibujos como referencia, el libro se divide en seis secciones y casi todas las páginas, – menos la última sección que es sólo texto – poseen una ilustración. Se han denominado a estas secciones: herbario, astronómica, biológica, cosmológica, farmacéutica y recetas (quizás de alquimia…).
Con semejante punto de partida, se dispara la imaginación.
¿Y si el manuscrito secreto era un tratado de ciencias diversas, de muy difícil supervivencia si caía en manos de la Inquisición? Buenos eran ellos, encontrando pecados y herejía hasta debajo de la alfombra.
¿Existirá otro libro perdido de inocente apariencia, con el que se pueda traducir este?
¿Quién escribió realmente el libro? ¿Puede estar escrito en una lengua «de oído», que no constaba de escritura?
Material consultado y más sobre el tema en: http://es.wikipedia.org/wiki/Manuscrito_Voynich