Ser un turista en Nueva York tiene el aliciente añadido de poder aparecer en una de las cientos de películas que se ruedan en sus calles, lo que no deja de ser algo importante, sobre todo cuando en compañía de amigos o con la chica de tus sueños, apareces en la pantalla del televisor con las chanclas pantaneras y la bolsa riñonera asomando por los michelines. Todo un actor, te dices a ti mismo; -vaya hortera que se te ve, colega,- dicen los otros.
La suerte de este destino turístico es que un hortera más ni se nota, habida cuenta que son tantos los que pululan arriba y abajo por el inmenso down town que hasta se forman tendencias entre la muchedumbre: modelo latino, super abundante. Modelo español, ruidoso y derrochador – give me two! give me two- fue el grito de guerra de los spaniard que aprovechando que el dolar era más barato que el euro compraban hasta la estatua ésa de la liberté- que francés fue el regalo- Modelo oriental, aunque en este caso, imposible de saber si viven aquí de siempre o llegan con quince minutos de adelanto para ver todo en un día. «Life is a hurry, friend». Tamaño armario ropero de caoba: es decir, negros de dos metros que son muchos, incluso algunos vestidos de «cop» o «poli» en argot. Abundan vaqueros de midnight cowboy que cambiaron las praderas por las calles en las que siempre sale humo por las alcantarillas. -Deben tener un subsuelo en llamas- reflexiono.
Babel, Sodoma, Gomorra, Babilonia sin Nabucodonosor. Todo es mezclado en una gran batidora hasta ser papilla que los peces del Hudson apetecen. No hay horas para las comidas, se come a todas horas. Cuando sea un poco más mayor me compraré un Deli y me lo llevaré a mi terruño para poder comer sin hambre. Deli viene de delicatessen y es la salvación del bolsillo del turista que olvida que en la Nueva Roma nada es barato, aunque los gringos de Manhattan son tan listos que lo acabas creyendo. -Give me two!!!- me contagio al pedir dos bocadillos que me como por la calle sin que nadie me pida un trozo. ¡Sí señor, esto es libertad!
No me imagino paseando por Independecia, la de aquí, con dos bocatas del Calamar Bravo. Estamos perdiendo el norte en esta vieja Europa. Dicen que reparten boletos en la esquina de Dakota´s Building para ver de nuevo como matan a Lennon. -Give peace a chance-
Aquella cara de la camarera del J.G. MELON recuerda que es tan guapa porque se alimenta de las mejores hamburguesas de N.Y. que es lo mismo que decir del mundo. Lamentablemente el día de mi visita no estaban rodando ninguna película de Woody y la chica me ignoró aunque le ofrecí una dote de dos hectáreas de monte bajo. Bien es verdad que no sabría que hacer con ella, vendiendo hamburguesas en mitad de la Galligera aunque puede que en Osia, mi compadre Dionisio la convertiría en una mujer objeto para objetivo de poetas y artistas descarriados.
Bailemos bajo la lluvia y primero tomemos Manhattan, luego ya tomaremos Berlín si hemos de hacer caso a Cohen.
Hace un tiempo dediqué una crónica a los Sky Lines. Mirar rascacielos es un ejercicio agotador, sobre todo para el cuello. Cómo no, otra visita al Moma. Allí reparten carnets de turista ilustrado que luego hay que contar a los conocidos.
New York, New York nunca duerme pero todos vuelven para encontrar el sueño que anda perdido entre las ardillas de Central Park y los rincones de la Gran Manzana.
fotos E.Mateo