Cultura

Un urbanismo insensible y voraz amenaza el cerco de Numancia

Nadie sabía que tras Escipión llegarían los ladrillos. Pero tampoco es tan extraño. La historia de Numancia está ligada a la construcción de muros. Por un muro se enfrentó a Roma, un muro cimentó su leyenda y al cabo de los siglos, sigilosos muros, intentan desfigurar el paisaje en el que, el general Publio Cornelio, sitió y doblegó a unos tozudos celtíberos, cuya resistencia molestaba al Imperio, como una mosca molesta a un elefante. Roma, que pudo con Cartago, no iba a ceder ante un puñado de bárbaros.

Las lanzas están levantadas. Una auténtica polvareda de opiniones encontradas, a veces incluso paradójicas, se cierne sobre la construcción de un polígono industrial, trescientos chalets y una Ciudad del Medio Ambiente. Soria, que se queja de abandono y despoblado, tiene que construir, precisamente, en el entorno de Numancia. Y tozudos como sus ancestros, los interesados en el proyecto, parecen decididos a llegar hasta el final. Ya pueden mesarse los cabellos los historiadores, las Reales Academias o Hispania Nostra. Solo la UNESCO, si declarase a Numancia y su entorno Patrimonio de la Humanidad, podría detener el destrozo cultural.

Según explica María Jesús Pérex, Directora del Departamento de Historia Antigua de la UNED, la cosa fue que en Segeda, un enclave celtíbero que ahora se encuentra en la provincia de Zaragoza, levantaron un muro cuando habían llegado a un acuerdo con Graco, que les había prohibido aumentar las defensas. Poco importa si el muro levantado era de construcción nueva o si sólo se trataba de reconstruir uno ya existente. El caso es que el hecho se consideró “casus belli” y los de Segeda huyeron a refugiarse en Numancia. Faltaban unos 154 años para que naciera Cristo.

El asedio duró veinte años. Y al cabo de los veinte, Roma manda a Publio Cornelio Escipión, a que ponga firme a la tropa y acabe con una situación sencillamente insostenible. Lo primero que debió pensar el general romano fue que el asedio era una chapuza. Y que aquello iba a cambiar. Publio estableció su cuartel general en el cerro del Castillejo, reorganizó los campamentos de sus legiones y los unió entre sí con un muro de nueve kilómetros. Los campamentos eran siete. El muro en cuestión estaba precedido por un foso y una empalizada. Debió ser una obra formidable. Pero no se conformó con eso. Levantó torres en las uniones de los ríos, para que tampoco llegaran víveres por medio de barcazas. Después de once meses de asfixia, la ciudad se rindió por hambre, aunque la mayoría de los que quedaban vivos optaron por el suicidio.

Parece claro que las obras previstas en torno a Numancia no van a destruir restos arqueológicos de importancia, como se dice insistentemente por parte de los que consideran que el “progreso” de Soria sólo se producirá si se construye en estos lugares. Pero también parece claro que Numancia no es sólo el yacimiento. Numancia es ella y su historia. Ella y su cerco. Un cerco que hoy todavía puede verse en toda su pureza. Siete columnas blancas identifican los siete campamentos desde los que las águilas romanas vigilaba la aldea. Sopla el viento y apenas cuesta imaginar la escena. Por ahora.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.