El tiempo como expresión de la esencia humana
Spinoza definió la duración como la “continuación indefinida de la existencia”, indefinida porque no se sigue necesariamente de la naturaleza de la cosa que dura. Esta duración es referida a las cosas finitas, es decir, aquellas que tienen un principio y un final. Así, la duración es el “tiempo” de cada cosa, que no es más que su propia existencia. Y se halla este tiempo o duración de las cosas estrechamente relacionado con otro concepto spinoziano: el conato. Á‰ste es el esfuerzo que toda cosa pone en perseverar en su ser; o dicho en otros términos, el esfuerzo de la existencia. Y dicho conato constituye la esencia de las cosas. Así, el tiempo entendido como duración también es esencial al ser humano.
Según esta definición del tiempo podría quizás entenderse la tristeza que implica “perder el tiempo”: significa perder la vida, morir. Si la esencia del ser humano es su esfuerzo por sostenerse como ser humano, y este esfuerzo que se da en su existencia es su tiempo, su duración indefinida, entonces sólo tiene sentido decir que se pierde el tiempo cuando se abandona la propia esencia, tornándose la existencia en un lastre, en una vida de esclavitud. Es la vida enajenada del ser humano.
Dado que Spinoza define el conato humano como “deseo”, que es consciente, diremos que el tiempo es parte del deseo humano, de su esfuerzo por autoconservarse: es, como continuación indefinida de la existencia, expresión del deseo humano. Y como tal, es primordialmente presente, actualidad, acción. Mas, como acción, es el presente en conexión íntima con el pasado y el futuro: es acción consciente y transformadora. El pasado es deseo, al igual que el futuro, y ambos se resuelven en el presente.
La pérdida inconsciente del tiempo
El tiempo es expresión del deseo, pero no toda expresión del deseo realiza perfectamente a éste. Así, nuestro tiempo puede ser imperfecto tal como lo puede ser nuestra conducta. Tal imperfección es a la vez una aproximación y una pérdida de nuestra genuina vivencia del tiempo. Es una pérdida inconsciente del tiempo, porque la persona se entrega a objetos o conductas que no propician la realización verdadera del deseo, aunque efectivamente satisfagan dichos objetos o conductas algunas inclinaciones personales. Aquí se involucra un aspecto cognitivo: la consciencia de la verdad. Y en la existencia humana lo verdadero es también lo mejor o lo preferible, según el entendimiento y no según determinaciones extrañas al ser íntegro del hombre.
Pueden un objeto o conducta parecernos buenos, realizadores de nuestro verdadero deseo, y estar, sin embargo, en un fatal error. Perdemos inconscientemente nuestro tiempo. No nos percatamos de ello, y gustosamente acariciamos las cadenas que nos atan, sin darnos cuenta clara de las otras posibilidades (mejores, más genuinas) de la vida. El deseo mejor realizado es aquel que no sólo satisface parcialmente al cuerpo y la mente, sino que lo hace en su totalidad. Este puede tomarse como criterio de valor y de verdad. El ejercicio del entendimiento es lo que hace posible la definición de los medios propicios para la satisfacción íntegra del deseo humano. Dicha satisfacción es lo que llamamos felicidad.
¿Bajo qué formas perdemos inconscientemente nuestro tiempo? Lo más común es hacerlo en la rutina de las conductas sociales establecidas. Dichas conductas son necesarias en cuanto sirven a la sobrevivencia de las personas, pero al carecer de un sello personal-individual, se asimilan en el mejor caso como una imposición útil. Pero las verdaderas personas trascienden dicho ámbito de la rutina social, en la creación de una vida común mejor (transformando la ya existente o desarrollando otra como alternativa).
Pero la otra cara de la pérdida inconsciente del tiempo es cuando nos dedicamos a satisfacer el cuerpo y la mente sin que dicha satisfacción cree un lazo con el mundo que lo reconfigure. Se exacerba aquí el valor individual de la persona, olvidando su dimensión social, es decir, que la persona se hace en la relación con otras personas. La autosatisfacción egoísta, que no genera ningún lazo con los demás, puede ser dañina en tanto pervierte la fuente de la personalidad humana. La persona se debilita, y se fortalece un monstruo de persona.
Tiempo social versus tiempo personal
La existencia personal no puede reducirse al rol social que cumple. Si bien dentro de dicho rol social puede dar una aportación personal, fruto del ejercicio de su libertad, y obtener de ello muchas satisfacciones, su verdadera naturaleza es plurifuncional, reacia a reducirse a un solo tipo de actividad. Nada humano le es ajeno a la persona. Por ello, la persona busca formas institucionales cada vez más respetuosas de la libertad individual, para realizarse integralmente.
El tiempo social es el que se despliega en las actividades socialmente establecidas. Dentro de él, el ser humano aprende a ser persona, pero se confirma sobre todo en la creación de sus propias actividades, relaciones e instituciones sociales. La limitación de la existencia al tiempo social consiste a lo sumo en una práctica reiterativa de lo ya hecho. Es algo cómodo y no problemático, característico de la persona común, cuya vida se desenvuelve en la rutina de la cotidianidad, sin los momentos de riesgo que se hallan implícitos en la realización de cosas diferentes.
Las personas deben propiciar en sus acciones un sano equilibrio entre la realización del tiempo social y el tiempo personal. Pero, dado que el primero ya está determinado (y sólo tiene que seguirlo), su reflexión principal debe orientarse en torno al problema de cómo insertar su tiempo personal dentro del propio tiempo social y más allá de él.
Esto último es la consideración de los medios para la realización de la propia vida, en la acción consciente, en nuestro tiempo. Y es la continuación de la consideración de los fines, es decir, del deseo inherente a la propia persona, que no sólo hace referencia a un satisfactor meramente individual, sino a la vez social. Así, la vivencia del propio tiempo implica la consciencia de nuestras verdaderas necesidades igual que la de nuestra situación objetiva o social para definir los medios útiles a la realización de dichos deseos.