Una lágrima resbala por tu cara de ámbar y se hace un hueco en tus mejillas, amparándose del aire que pueda ondular sus olas y caer de manera irremediable en esa obscuridad en donde nadie distingue una perla de un diamante.
Una lágrima rodando por tu faz de plata, pero cobijándose rauda entre tus labios para no sentir la brisa que pueda desterrarla al pozo húmedo e ignorante en donde esa obscuridad palpita aún más lóbrega que antes.
Una lágrima cuajada de idilios, deslizándose perdida por entre las líneas de tu semblante y tratando de asirse a cualquier asomo de rictus para no tener que contemplar desde la distancia acaso un destello impermeable de ternura.
Una lágrima en tu rostro. Una lágrima de amor.
(Ilustración: www.todocoleccion.net)