“Cincuenta años de vida en estas tierras llenaron mi cabeza de historias. Yo podría contar cada noche del resto de mi vida una historia distinta, y no habré terminado cuando suene la hora de mi muerte”
Ursúa
Terminada la lectura de Ursúa donde todas estas historias que se suceden rebosantes inundan de gestas capítulos y capítulos de aventuras inmensas como árboles gigantes de un bosque de envolvente espacio, en la que la fantasía es como una liana que enreda y extasía con la lectura de otras realidades sobre la conquista de América, flotando sobre dolores y desvaríos, volcanes que vomitan la crueldad de la avaricia y el sometimiento de miles de pobladores a la aceptación de una religión fanática carente de piedad y comprensión. Finales del siglo XV y continuación del siguiente siglo. Cuando como paradoja de residuo imperialista de este otro XXI que nos aprisiona, ofrece la cómica y a la ves despótica muestra que de súbito me sirve a modo de animal represivo para confrontar actualidad con pasado, cuando estas semanas surgió un espía que esta vez no procede del frío berlinés, pero bien que es vergonzoso y fogoso escándalo el avasallamiento vivido por el presidente boliviano, frente al despotismo del imperio blanco USA y la fervorosa obediencia de sus provincias en el viejo continente. Es un jirón de la memoria de lo que pudo ser entonces aquello. La diferencia de los hechos que se narran en esta inmensa y estremecedora novela que es Ursúa frente lo que nos narra al otro lado de la historia magistralmente Bernal Díaz del Castillo en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, obra magistral de literatura narrativa que puede ir cogida del brazo de El quijote.
Nadie en aquellos finales del siglo XV cuando el trianero marino dio el grito de ¡Tierra a la vista” y Colón dejó de súbito contemplar aquellos pájaros volanderos que ya anunciaban algo, que la aventura del descubrimiento de un nuevo mundo cambiaría el curso de la historia en toda la tierra ya redonda. Cuánto infortunio traería consigo esa conquista entre gloriosa, sangrienta y tenebrosa, poseída de la ambición desmedida de los conquistadores y la imposición sin escatimar métodos para la conversión de los nativos a la Fe única dictada desde la madre patria fiel a Roma. El poderoso blanco sobre el indio hospitalario. Los abusos miserables en la codicia por el oro sin importar la sangría hasta el ahogo.
Seis años dedicó el escritor colombiano William Ospina a la elaboración y creación de esta fantástica e inmensa novela de prosa envolvente y hechos palpitantes de la realidad histórica desarrollada en la búsqueda y conquista de El Dorado, volcado en la lectura de viejos y empolvados documentos hasta encontrar la personalidad de Pedro de Ursúa deseoso de fortuna, que embarcó para la aventura del Nuevo Mundo cuando solo había cumplido los dieciséis años, pero que se sentía poseído, deseoso de fortuna y aventuras guerreras. Donde a sus deseos se sumaría la avaricia como muerte y veneno desatado por la locura y el crimen sobre aquellos nativos que osaron enfrentarse al poder absoluto del domino imperial protegido por el Todopoderoso tanto allá en el cielo como acá en inmensidad geográfica de la tierra, por considerarse dueño y poseedor de la verdad absoluta. En el Norte por Hernán Cortés para quien no existía nada más que su criterio de cruzada ese poder para destruir tanto ídolos y como a los indios que al resistirse murieran. Almagro y Pizarro, por el sur, abriéndose paso, espada y cruz por la gigantesca selva. Una novela basada en documentos históricos que absorbe al lector en una a ventura que parece tener más de fábula mágica que realidad. Porque en todo este delirio se reflejan las pasiones de los conquistadores, los enfrentamientos hasta los más sangrientos extremos, envidias y deseos de dominio absoluto. Todo está aquí en esas magníficas páginas envueltas en una prosa digna de los mayores elogios que nos muestra el poder narrativo de un autor de fábula. Donde expresa: “Entonces era cierto que en el mundo no había gratitud ni respeto, los méritos de una vida de sacrificios y lealtades podían ser borrados por una sola intriga…y no sabía sobre qué volcar su amargura” Así fue la dura y ensoñada vida de Pedro de Ursúa utópico e idealista en favor de un imperio del que se consideraba servidor y devoto.