Ya está otra vez aquí. ¿Lectores? Pocos. ¿Espectadores? Muchos. ¿Escritores? A puñados. Y yo entre ellos. ¿Feria del Libro o feria de vanidades? A nadie quiero ofender, pero me pregunto, con un rictus de melancolía, a cuántos, entre los visitantes del Retiro, les sonará el título que hoy he puesto a esta columna. ¿Sabrán quién es Thackeray? ¿Estarán al tanto de que su novela Vanity Fair es un clásico de la literatura inglesa? ¿Hay alguien por ahí, en el Paseo de Coches o donde sea, que la haya leído? Quizá peque de pesimismo, pero me temo lo peor. Ojalá esté equivocado. Stanislaw Lem… ¿Lem? ¿Quién será ése, se preguntará, rascándose la cabeza, más de uno? Se lo aclaro. Lem, que nació en lo que todavía era Polonia y murió en 2006 con ochenta y cuatro años a cuestas, es uno de los mayores, mejores y más fecundos novelistas del siglo veinte. Todos sus libros son apasionantes y hay en esa larga lista al menos uno que bastantes conocerán de oídas, porque el cine lo hizo célebre: Solaris, que obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1972. Y fue ese autor «•a ello iba»• quien ya en el otoño de su existencia, escéptico y desesperanzado, formuló lo que hoy se designa con el nombre de triple ley de Lem. Es ésta : 1. Casi nadie lee; 2. Los pocos que leen no entienden nada; y 3. A los que entienden algo se les olvida inmediatamente todo. Yo también tengo esa impresión, pero no maten al mensajero. Al fin y al cabo, y pese a lo dicho, estaré en la Feria. Á‰l, por supuesto, no lo haría.
¿Vanity fair? De eso, mayormente, se trata. Me río de los colegas, y son muchos, a los que por estas fechas se les llena la boca de almibaradas declaraciones consistentes en asegurar que la Feria les permite entrar en contacto directo con los lectores, mirándolos a los ojos, y que eso les produce una inmensa felicidad. ¡Hipócritas! Hipócritas, sí, mes chers collÁ¨gues, porque el único contacto que la literatura, por definición, exige y agradece es el que se entabla mediante la lectura. El resto es anécdota, cuando no fanfarria, sucedáneo, culto a la personalidad más propio de hinchas, grupis y fans que de amigos de la lectura y, por encima de cualquier otra consideración, vanidad impropia de la sabiduría que se atribuye a los literatos. Y la misma risa me dan, mezclada con dentera, quienes, entre los de ese gremio, movidos sólo por el designio de halagar a los lectores para ver si aumenta el número de los que piden su firma, juran, mintiendo, que escriben para que los quieran más. Mediocre escritor será quien haga eso. El afecto se gana de otro modo. ¿Feria del Libro? De acuerdo. Curioseen, aticen la vanidad de sus autores favoritos y pídanles una dedicatoria, pero intenten leer los libros firmados y, sobre todo, aunque no lo estén, lean, por ejemplo, los de Thackeray y Lem. Son clásicos, y el peor de los clásicos es mejor que el mejor de los modernos. Palabra de lector.