Muchas personas tienen o han tenido un abuelo, un tío o un padre anciano con el que les hubiera gustado compartir más experiencias. Cuando esa persona ya no está, los “hubieras” y los sentimientos de culpa a menudo acompañan esa sensación de oportunidad perdida. “Si la hubiera visitado más”, “si le hubiera llamado”.
La idea generalizada de que la sociedad ha dado la espalda a los ancianos refuerza sentimientos de culpa que a veces distorsionan la realidad. Reducir la soledad de las personas mayores a un abandono deliberado y a una desvalorización de la vejez impide analizar los factores físicos, psicológicos, sociales y demográficos que la provocan.
El caso de Cesárea demuestra que esa soledad obedece a distintos factores. Esta señora, de 83 años de edad, tiene dos hijos que la visitan y con los que pasa muchos fines de semana. Pero ellos también tienen hijos, trabajo y responsabilidades, lo que implica que ella pase muchas horas en soledad. Por eso, desde hace varios años, Cesárea ha acogido en su casa a estudiantes universitarios por medio de programas como el de Convive con mayores, de la ONG Solidarios para el Desarrollo. Actualmente vive con Hind Essabri, una joven marroquí que estudia ingeniería informática en la Universidad Carlos III, en Madrid.
Cesárea destaca el valor que tiene la compañía de una persona joven durante las noches, así como la comida juntos, la cena y otros ratos de convivencia común. Las personas que se han acogido a este programa tienen una casa que permite una convivencia saludable con sus necesarios espacios y silencio; tienen un alto grado de autonomía y movilidad, y suelen tener familia. El estudiante no paga por la vivienda, pero comparten gastos corrientes.
En Madrid hay más de 160.000 mayores que se encuentran solos y miles de estudiantes universitarios, españoles o de Latinoamérica, que necesitan una vivienda mientras desarrollan sus estudios. Muchas personas llaman para preguntar por el “alojamiento gratuito”, pero este programa intergeneracional se basa en la solidaridad y en el enriquecimiento y aprendizaje mutuo a partir del encuentro de personas de generaciones distintas.
Muchos estudiantes con recursos limitados vienen de otras provincias y de otros países. Esto favorece el diálogo entre culturas y la apertura a formas distintas de entender la vida, siempre y cuando se respetan las reglas de juego.
Para muchas personas jóvenes o de mediana edad con padres ancianos, este tipo de iniciativas ofrecen una descarga cuando viven lejos, o cuando tienen dificultad de conciliar vida laboral y familiar. Favorece la permanencia del mayor en su domicilio sin necesidad de recurrir a una residencia. Aunque muchos de estos hogares ofrecen una alimentación adecuada, actividad física y de ocio, así como un lugar con suficiente compañía, muchos ancianos se abandonan, pierden las ganas de vivir, reducen su actividad y sufren un mayor deterioro.
No se podrían poner en marcha programas como éste sin la implicación del gobierno, por medio de sus servicios sociales, con capacidad para detectar los casos de personas mayores que viven solas y para informar de las posibilidades. Las universidades se implican por medio de sus servicios de información a los estudiantes.
Una vez detectadas las necesidades de unos y otros, le corresponde a la organización responsable analizar los casos y buscar la mayor compatibilidad posible en las “parejas” por medio de entrevistas personales y seguimiento. Llamar con frecuencia a la persona mayor y al estudiante permite saber si se encuentran cómodos, si ha habido incidencias. A los estudiantes se les da formación y estrategias de comunicación diseñadas para el trato con personas mayores, lo que mejora significativamente la convivencia.
Decía Ernesto Sabato que hacerse mayor es acercarse a la tierra de la infancia: “Así nos es dado ver a muchos viejos que casi no hablan y todo el tiempo parecen mirar a lo lejos, cuando en realidad miran hacia adentro, hacia lo más profundo de su memoria”. De la sociedad civil surgen iniciativas para que las personas estén más acompañadas en ese viaje de regreso a su infancia, en ese “ver volver” que supone vivir.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @CCS_Solidarios y @cmiguelez