Cultura

Vida del ahorcado. Pablo Palacio. Ediciones El Nadir. 2009.

  «Estás hecho de esclavo como tu voz está hecha de sonido. Así totalmente y sin esperanza».

    Pág. 16.

    «¡Eh! ¿Quién dice ahí que crea?

    El problema del arte es un problema de traslados.

    Descomposición y ordenación de formas, de sonidos y de pensamientos. Las cosas y las ideas se van volviendo viejas. Te queda sólo el poder de babosearlas.

    ¡Eh! ¿Quién dice ahí que crea?»

    Pág. 24.

    «CORO DE CIPRESES RECORTADOS: Protestamos contra todas las mutilaciones y los prejuicios. El hombre nos echa encima su tristeza todos los días. Nosotros somos un palo alegre y nos gusta el fandango».

    Pág. 51.

    Vida del ahorcado, como la casi popular El público es una obra breve, pero de difícil comprensión si uno se acerca a ella con los principios de la Literatura tradicional (lo que de la solapa del libro se desprende que podríamos llamar Literatura lineal). Pablo Palacio, ecuatoriano cuya vida arranca con los albores del siglo XX, se adscribió a las corrientes vanguardistas, lo que explica parte de sus formas, aunque no todas. En 1940, siete años antes de su fallecimiento es internado en un manicomio y algunos críticos han abusado de esa realidad para denostar su obra.

    Sin embargo, si su locura tenía ya manifestaciones o no durante la redacción de Vida del ahorcado, escapa a mi conocimiento (biógrafos hay que aseguran lo contrario), aunque esa inestabilidad mental bien podría ser la perfecta coartada para atreverse a afirmar algunos de los enunciados del libro sobre el origen de las guerras, la burguesía, el capitalismo… Se habría tratado, en cualquier caso, de una locura de lucidez espléndida y visionaria.

    El hilo argumental es complicado de seguir, aunque podría resumirse de la siguiente forma: un hombre que flirtea con unas muchachas, tiene un hijo y lo ahoga de un abrazo excesivamente fuerte. A partir de ese momento el juicio contra el presunto parricida es de un absurdo que roza lo kafkiano. Pero subyacen grandes verdades que se han ido haciendo patentes en nuestra sociedad de forma cada vez más sutil pero también más potente. Durante ese irregular proceso al asesino se presta en todo momento la voz al «pueblo» que decide sin formación, sin conocimiento, y sin mesura, sencillamente por que «tiene el derecho». De esta forma se exige aplicar un castigo (la horca) que, según el abogado defensor no existe en aquel ordenamiento jurídico. No importa. Tampoco importa que se interrumpa y se prive de voz a ese abogado de la defensa porque los derechos del reo y la seguridad jurídica no son compatibles con la tiranía de un pueblo que pide revancha y que encuentra en las autoridades oído y megáfono, poder de mano ejecutora. Esa denuncia clara del autor es actual hasta extremos inauditos: no sólo las campañas electorales, sino la forma de ejercer el poder depende cada vez más de una opinión popular con derecho a todo con independencia de su formación o fundamento al pedir o exigir determinadas medidas o actuaciones por parte de los poderes públicos.

    Tampoco es inocente o casual que el autor haga a los bolcheviques llamar burgués al acusado; y a los burgueses denominarle burgués: unos y otros identifican la maldad con el contrario, con el otro, con la alteridad: se demoniza a lo diferente y se lo etiqueta. De esa forma es más fácil la ideologización y el extremismo. No se ha avanzado mucho tampoco en este aspecto, ya que tras un breve pero magnífico paréntesis occidental entre 1945 y 1960 y español en la envidiable transición española, los auténticos derechos humanos y la apuesta por un volver a comenzar, han ido siendo privados de contenido, como lo estuvieron anteriormente y denuncia el autor con su obra. Una obra de frases aparentemente caprichosas a veces, pero densas y cargadas casi siempre.

    Para terminar de rematar la impresión que produce todo este desorden social y jurídico, el propio acusado tiene en su boca el último resquicio de cordura al identificar el único Código legal en vigor y reconocer que el asesinato ha sido sólo un sueño, como podría haberse deducido de que él mismo dice que la madre no se ha enterado de que han sido padres.

    En definitiva un alegato inusual contra el despotismo no ilustrado, la omnipresencia de las masas y la indefensión del individuo en ausencia de seguridad jurídica; una crítica sorprendentemente actual casi cien años después de su redacción.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.