Cultura

Vida y escritura

En mi adolescencia, cuando había que crearse un ídolo de carne y hueso de los que andaban por la sociedad, no mirábamos tanto a los futbolistas mediáticos como a los intelectuales y celebridades de las artes y las ciencias que se asomaban a los noticiarios de radio y televisión. Aunque imagino que habría de todo, como en botica. Yo descubrí a Ramón como ídolo al abrir una vieja edición de sus Greguerías –aún no sabía muy bien lo que era eso- bajo la amable semisombra de un olivo centenario. Ramón Gómez de la Serna, inefable escritor de las Vanguardias, dejó dicho: “El escritor quiere escribir su mentira y escribe su verdad”[1].

Los escritores auténticos –todos los que nos sentimos escritores por encima de cualquier otra cosa- queremos hacer una obra literaria original, diferente, mentirosa en definitiva; y terminamos, en cambio, mirándonos en el espejo de la literatura y esbozando intimidades. Pretendemos contar historias nuevas y sólo recreamos la nuestra, aunque de forma más o menos explícita.

Podríamos decir que el escritor que lo es, no tiene más remedio que morir al palo de la dictadura de sí mismo. Lo comprendan ustedes o no a priori, los escritores nunca somos capaces de inventarnos una historia al cien por ciento. Salvo que desterremos adrede ese yo íntimo que nos impele a contar experiencias propias. Literatura y vida son cosas bien distintas, lo tengo claro. El mundo de la creación es el universo mágico donde uno se sumerge para hacerse dios –con minúscula quizá- y para disfrutar sufriendo a ratos. Sé que el mundo literario es una cosa y la cotidianidad otra bien distinta. Y aun sabiéndolo, aun siendo plenamente consciente de ello, me resulta imposible separar ambos mundos. Mirarse en el espejo literario es algo que hacemos sin querer desde que amanece, sin poses ni teatros. Ya dijo Soledad Puértolas –y cito textualmente de su magnífico ensayo La vida oculta– que “no se debe confundir la vida con la literatura. Á‰ste –añade- es un consejo muy recomendable y yo misma lo doy y me lo doy. Sin embargo, de una forma profunda, es casi para mí imposible deslindar la vida de la literatura”[2].

Me resulta evidente que los escritores nos miramos en la literatura y volcamos la biografía en las páginas de nuestras obras. Respiramos literatura porque nos alimentamos de ella.

Pero dicho esto, conviene reflexionar acerca de la importancia real que la biografía y la experiencia propia tienen en las obras literarias. Hay escritores que han hablado de este asunto. Memorias declaradas o solapadas las tenemos, por ejemplo, en algunos títulos del madrileño decimonónico Mariano José de Larra, en ciertas obras de Baroja, en Pérez Galdós, en títulos de Camilo José Cela, y nada digamos de Francisco Umbral, muy propenso a la expansión personal. Y aparece en los argumentos y entresijos de un sinfín de otros grandes escritores que en España y en el mundo han sido.

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Don Francisco Umbral ha sido uno de los escritores que han vertido
elementos de autobiografía en sus libros con mayor autoridad y maestría 

Está de moda, aun sin saberlo casi nadie, la literatura autobiográfica. Y no me refiero a las memorias literarias formales, ni tampoco a la recreación de ciertas vidas ilustres, sino a esos retazos o jirones de vida que los escritores donan o vierten en sus obras de ficción. Y no es menos llamativo tampoco el hecho de que, de un tiempo a esta parte, se estén publicando estudios serios referidos a dicho fenómeno. Ejemplos los tenemos en el número 69 de la revista Archipiélago[3], dedicada al tema de la Autobiografía como provocación. O también en el trabajo de Romera Castillo, intitulado De primera mano. Sobre escritura autobiográfica en España[4].

De forma paralela, tanto los diarios como los epistolarios también podemos incluirlos sin asomo de duda en esa literatura del yo íntimo, con lo que el peso intrínseco de la biografía y autobiografía en la literatura aumentaría considerablemente.

Yo me siento solidario con los escritores que no tienen inconveniente en derramar vida propia, opinión o pensamiento en sus libros. El escritor necesita crear a su imagen y semejanza. Una vez que la obra queda terminada, uno se identifica en mayor medida con ella de forma directamente proporcional al grado de intimidad, de veracidad, que ha prestado a esas páginas.

En todos mis libros encontrarán ustedes una buena dosis de biografía y sobre todo de experiencia vital. En cualquier caso, y visto el auge de la importancia que se está dando al elemento biográfico en literatura, no me resta sino reafirmarme en la idea de que no hay auténtica literatura sin que se halle presente la vena de lo privado, de lo íntimo, del testimonio de autor.

Mirarse en el espejo de la literatura significa ofrecerse, darse en alguna medida a quien se aproxima con interés a las páginas de tus libros.

.·.

 

[1] GÁMEZ DE LA SERNA, Ramón, Greguerías, Madrid, Ediciones Cátedra, 1983.

[2] PUÁ‰RTOLAS VILLANUEVA, Soledad, La vida oculta, Madrid, Editorial Anagrama, 1993, p. 247.

[3] Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura, 69, Autobiografía como provocación, 2005.

[4] ROMERA CASTILLO, J., De primera mano. Sobre escritura autobiográfica en España (siglo XX), 2006.


Sobre el Autor

Ricardo Serna

- Doctor en Patrimonio
- Licenciado en Filosofía y Letras [Historia]
- Máster en Historia de la Masonería en España
- Diplomado en Estudios Avanzados de Literatura Española