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«Vengo a traerte unas flores, amor mío: sabes que soy caballero de rígidas costumbres. Siempre la misma hora, siempre en el mismo sitio, ¡pudiste escoger lo original pero preferiste lo impredecible! Hoy te traje rosas amarillas, sé que te encantan; te confesaré una cosa: salté sobre unos setos para colarme en el jardín de un buen vecino, de ahí las arranqué… no puedo evitar ese toque romántico, absurdo e insignificantemente bello que me empuja a arriesgarme para hacer alguna locura, por ti, mi amor, que siempre me has brindado las más hermosas de las sonrisas. ¿Serías capaz de recordar cuando te traje la primera rosa amarilla? ¡Apuesto a que sí! Fue el cinco de octubre, hace dos años; el sitio fue el mismo, la hora fue la misma. Como puedes ver, mi amor, algunos no cambiamos con los años. Pero sé que en el fondo, muy en el fondo, este espíritu infantil y estúpido te ha despertado el más hermoso brillo que jamás he podido contemplar, incluso más que aquella estrella que a veces mirábamos juntos, sobre el firmamento, en las noches que pasábamos, como críos, echados al borde de la arena sujetándonos las manos. Y parece que fue ayer… cómo pasa el tiempo, vida mía; echo la mirada atrás, como un astrónomo que trata de divisar alguna galaxia cercana, y te veo ahí, conmigo, tan lejos pero a la vez tan cerca; tan cerca como estás ahora, amor mío. Tan lejos como lo estás también. ¿Sabes? Mientras venía de camino, como en otras ocasiones, mi mente viajaba entre preciosos recuerdos que hemos vivido juntos, sensaciones que hemos sentido, como consumados en un mismo ser, mientras el calor de nuestra piel nos hacía perdernos en el infinito. Tu pelo, tus mejillas ardientes, tu mirada tímida, tus abrazos eternos; ¡si es que buscabas un tipo duro y te topaste con un sensiblón! Ayyy, ingenua que eres.
Espero que te hayan gustado las flores, mi amor. Mañana volveré, si así lo deseas, y nos veremos aquí, donde siempre, a la hora de siempre; ¡te traeré flores! ¡pero esta vez trataré de soprenderte! Sólo quería decirte una cosa antes de coger el coche y volver a casa: hace dos años, y parece que fue ayer. Cambiaste mi vida una vez, me hiciste un hombre; volviste a cambiar mi vida, por segunda ocasión, y me convertí en un alma vacía. Desde ese cinco de octubre, día en el que te vi apagarte en la cama del hospital, día en el que besé tu cráneo desnudo y pálido mientras dabas tus últimos suspiros, día en el que quise ver lágrimas en unos ojos que yacían perdidos en la frialdad de aquella dichosa habitación, día en el que me susurraste ese último ‘te quiero’, ese día en el que tu mano dejó de estrechar la mía, día en el que todas las flores de este universo se marchitaron en un eterno silencio… desde entonces, amor mío, yo ya no soy nadie. Mi única ilusión es venir aquí, donde yaces desde hace dos años, a la misma hora, a dejarte esas flores que tanto te hacían ruborizarte. Te has ido de mi vida y en tu viaje te has llevado una parte de mí; mi único consuelo es que algún día la vida me despoje de sí misma y me pueda reunir contigo, allá donde los designios de este universo lo deseen, para volver a sonreír, llorar y sentir esa calidez de nuevo, juntos, hasta el fin de los días».
- Adiós…