El voluntariado social es una forma de construir democracia como un modo de vida y de relación humana, como un sistema de gobierno en el que la participación cotidiana realiza aportaciones y correcciones a lo largo de las legislaturas.
La democracia política se transforma en una democracia social ejercida por ciudadanos responsables de su entorno. El voluntario tiene la competencia suficiente para participar en los debates sociales porque con su trabajo diario colabora en las soluciones. Los voluntarios deben tener voz crítica cuando sea necesario en los foros de poder y en las tomas de decisión, puesto que pasan gran parte de su tiempo junto a aquellos a los que afectan las decisiones políticas, ven de cerca su repercusión efectos secundarios.
El voluntario no es un “idiota” (en la antigua Atenas se denominaba así al que no participaba en la “cosa pública”) que se conforma con la situación social existente, sino un ciudadano activo que busca el bienestar general y, sobre todo, el personal y concreto de aquellos que parten con una situación de desventaja.
Una sólida implicación no está reñida con unos límites necesarios. Además de inevitable, la implicación del voluntario es muy necesaria para llevar a cabo una labor solidaria. El hecho de acercarse a una organización humanitaria con intención de ayudar a otros ya significa una implicación mental previa con el servicio a los demás.
No obstante, el exceso de celo y las ganas de ayudar pueden llevar al voluntario a considerar como suyos los problemas de los otros en un sentido negativo. Las situaciones conflictivas de los demás no son principalmente suyas, aunque existan causas sociales que directa o indirectamente pueden provocar situaciones individuales dramáticas.
El voluntario social no debe llevarse los problemas a casa ni hacer más de lo que ha pactado en su compromiso. Para bien y para mal, el protagonista del conflicto es la persona marginada. El voluntario es un acompañante que apoya silenciosamente y ayuda a que el otro, el protagonista, tome las decisiones que le afecten. Por otro lado, la Organización debe crear una red de apoyos para que los beneficiarios estén bien atendidos sin “quemar” al voluntario. A éste no se le pide que sea un héroe ni un santo ni que deje a su familia, a sus amigos o sus ocupaciones. Más bien se trata de integrar su servicio de voluntariado social dentro de su vida normal, sin que esto ocasione distorsiones serias.
Si el voluntario insiste en llevar la implicación personal hasta más allá de los límites anteriores sufre un serio riesgo de saturación, y ésta se puede producir por exceso de tiempo dedicado al servicio voluntario, por implicar a su familia y a su entorno en el servicio voluntario; por querer solucionar los problemas con demasiada urgencia, por la intensidad y duración de ciertos impactos psicológicos, por confundir el sentimiento de solidaridad con amistad, compasión, lástima, etc.
Por estas razones, convendrá tener en cuenta que la implicación es positiva en la medida en que encuentre un justo equilibrio.
J. C. Gª Fajardo
SOLIDARIOS para el Desarrollo