Me incorporo hoy a todas mis obligaciones, a todas mis rutinas, a toda mi realidad, y me olvido ya de mis placeres ociosos y de mi mundo absolutamente apartado y olvidado de los ruidos innecesarios que no hacen más que enturbiar la reflexión y dificultar la comprensión.
Llego a Madrid, a la que recordaba en crisis, y me la encuentro en plena vorágine de compras, compras y más compras, en una clara recuperación del consumismo más absoluto, y tengo, entonces, que repasar las hemerotecas para leer los periódicos de estas últimas tres semanas en las que he estado apartado del mundo y de sus noticias.
¿Se habrá terminado la crisis? ¿Habrá sido todo una ilusión económica con la que nos han engañado los políticos? ¿Habrá llegado algún iluminado que ha descubierto la cuadratura del círculo y nos ha sacado del pozo?
Me sorprendo al comprobar que no, que la crisis sigue tal y como la dejé, que no ha mejorado ni un ápice, que cada vez más empresas buscan una regulación de empleo, que el euribor sigue descendiendo demasiado lentamente, que los salarios ya no suben ni el IPC, que las cifras de desempleo siguen incrementándose, entonces, ¿qué está sucediendo?
Pues lo que todos sabemos, conocemos, odiamos, pero repetimos como los alumnos aventajados repiten tras el profesor convencional. Que llegan los Reyes Magos y éstos no reparan en gastos, hay que regalar, regalar y volver a regalar, no importa el qué, no importa el por qué, no importa si mañana no podremos pagar la cuota de la hipoteca, ya vendrán los Reyes, que por eso son magos, a ayudarnos.
Yo, por mi parte, y siguiendo mi fiel costumbre, me niego a regalar nada a nadie, a pesar de que me pueda causar la enemistad de más de una amistad. No se preocupen mis amigos y familiares que ya les regalaré algo cuando realmente me apetezca, cuando me salga del corazón, no cuando me lo imponga una cultura consumista absurda.