Ni la ciencia, ni la historia, ni la política son capaces como lo es la literatura de revelarnos el interior de la realidad, el sentimiento de lo individual o la intuición de lo irrepetiblemente humano.
La obra del filósofo alemán Georg W. F. Hegel es tan amplia y oscura que uno puede refugiarse en ella para defender cualquier idea. Por ejemplo, si yo digo que, según Hegel, el Estado es la realización de los intereses generales de la sociedad, seguro que encuentro más de un lugar para respaldar mi afirmación. Algo parecido le ocurre a la obra de otro filósofo y economista alemán, Karl Marx, donde puedo encontrar defensa para el punto de vista contrario, el Estado no es otra cosa que el consejo de administración de los intereses particulares de la burguesía. Probablemente, ninguna de las dos afirmaciones aisladas es correcta ya que representan las dos caras antagónicas de la realidad: lo universal frente a lo particular; lo colectivo frente a lo individual.
Pedro, uno de mis alumnos más interesados de la Facultad de Ciencias Económicas, me miró con expresión de no entender. Había venido a verme a mi despacho después de la clase y con su gesto me demandaba una explicación. Quiero decir, continué, que ni en la vida social, ni en la política, ni en la ciencia es posible zafarse de los dos polos de esa contradicción.
Por eso necesitamos la literatura. Pedro volvió a mirarme mientras preguntaba, ¿necesitamos la literatura? El tono venía a significar: ¿tanto llenarse la boca con la ciencia económica y ahora el último consejo de su última clase es que leamos (e incluso escribamos) novelas?
Sí, le respondí con firmeza, necesitamos la poesía, el teatro, la novela. Con la ciencia natural tenemos leyes generales y con la historia accedemos a la comprensión de lo concreto; pero ni siquiera este último saber nos revela el interior de la realidad, el sentimiento de lo individual, la intuición de lo irrepetiblemente humano. Para eso está la literatura, o dicho de modo más general, el arte, que no es otra cosa que la representación de lo real de modo que podamos entenderlo, o mejor, experienciarlo en su individualidad. Pedro empezaba a comprender, y creo que terminó comprendiendo del todo cuando le dije que nadie enamora a su pareja enunciando «tienes ojos de pi por erre al cuadrado», sino cosas como:
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.
Vicente Donoso
Catedrático de Economía Aplicada de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la UCM y ganador del premio literario complutense Ramón J. Sender de Narrativa 2008