Cultura

Tríptico para librepensadores (3 y final)

LAS RAZONES DEL INTELECTO Y LAS DEL CORAZÓN

Hay un dicho popular que afirma: “el corazón tiene razones que la razón no comprende”. Y es que existen dos clases de razones: las del corazón y las del intelecto. Intelecto y alma tienen sus propios campos, sus propios lenguajes, sus propias metas y sus propias necesidades. En consecuencia, sus propias verdades. Las del corazón se expresan en forma de sentimientos espirituales de diversa índole: estéticos, amorosos, místicos. Todos ellos proceden del alma, o como se quiera llamar a nuestro soporte vital. La sensibilidad del alma, que es la que informa, va a determinar la cualidad (según sean pensamientos positivos o negativos) de lo que pensamos y sentimos.

Hablar de sentimientos en estos tiempos del racionalismo materialista aplicado a la tecnología y al consumo parece siempre cosa de niños, adolescentes, poetas, o iluminados. Y por el eco que tienen en los medios, no parecen ser los más representativos de nuestro mundo. Sin embargo, ¿quién puede evitar tener sentimientos sin verse obligado a actuar con ellos o contra ellos? Más aún: al observar las conductas de nuestra especie a la que consideramos racional, ¿no somos conscientes de que precisamente somos más viscerales que racionales, más sentimentales que cerebrales? De lo contrario, ¿podríamos tener el tipo de sociedades que tenemos, regidas por la codicia, la maldad, y toda suerte de miserias morales procedentes de los sentimientos de almas dominantes enfermas y mantenidas por semejantes y sus imitadores? De tener sana la razón que tanto endiosamos, ¿acaso estaríamos dando lugar a ver casi impasibles cómo se envenena el aire que respiramos, el agua que bebemos o los alimentos que comemos? No obstante nos consideramos una especie inteligente, intelectualmente superior a las demás, sin querer ver que ninguna de ellas atenta jamás contra sus medios de vida ni destroza su casa como hacemos nosotros, los civilizados e inteligentes humanos con nuestra casa planetaria La Tierra.

Los sentimientos negativos como el orgullo, la envidia y la codicia, nos arrastran a toda clase de conductas negativas, también entre nosotros mismos, que se traducen en enemistades, enfrentamientos, explotación, esclavismo, guerras, indiferencia, individualismo y otras lacras humanas. No obstante, como conjunto humano seguimos levantando estatuas, y alabando a los llamados “héroes” que ganan batallas matando más que otros. No son los únicos héroes de pacotilla, pues están los de la ciencia, y así se viene premiando a los inventores de armas de destrucción masiva, la clonación, los alimentos transgénicos o los trasplantes de órganos. Muchos de ellos no quieren creer en Dios porque pretenden ser ellos mismos y solucionar lo que consideran deficiencias de la Creación divina. Con el intelecto, naturalmente, pues si usara el corazón o al menos una razón sana cualquiera de esos “héroes” serían incapaces de seguir por ese camino.

En vista de tantas miserias y ante la enorme amenaza que se cierne sobre nosotros a causa precisamente de nuestra “mala cabeza” y peor corazón , podríamos comenzar al menos a preguntarnos si no es hora de cuestionarnos los medios , métodos y actos que nos han conducido hasta el presente y comenzar a valorar las razones del alma – como la bondad, el altruismo, el amor, la cooperación, la compasión y semejantes – por encima de las razones del intelecto que miren hasta dónde nos están llevando por estar conducidas por los sentimientos negativos de odio, extrañamiento y destrucción. Muchos de esos sentimientos están escondidos a menudo en el baúl secreto del subconsciente, y para descubrirlos y sanar nuestras vidas alguna vez tendremos que atrevernos a levantar la tapa, ver lo que hay y tomar medidas. No con el intelecto, sino con el corazón.

Este es el tipo de razonamiento que despierta en muchos la conciencia de que es preciso cambiar de rumbo en sus vidas, y los convierte en buscadores espirituales. El camino que cada uno elija, por muy diverso que sea, finalmente habrá de conducirnos a la meta suprema, que no puede ser otra que el regresar a nuestro Hogar espiritual de procedencia-como seres espirituales que somos,- donde se halla nuestra verdad, la verdad de nuestro origen y de nuestra alma que no es otra que la Verdad de Dios en nosotros como hijos suyos y herederos del Infinito al que pertenecemos, según las enseñanzas del cristianismo originario.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.