Cultura

Chamorro

Escribo con el corazón helado y estrujado por la mano de nieve de la muerte. La pelona, como la llamaba Hemingway, me sobrevuela, nos sobrevuela a todos. Pajarraco sombrío, ave carroñera, que gira y gira en círculos concéntricos y cada vez más estrechos aguardando el instante propicio para bajar en picado. El lunes lo hizo y se llevó, la muy zorra, a un amigo del alma y de muchas otras cosas, a uno de los más altos y amenos escritores de nuestras letras, a todo un caballero, a un señor de los que ya no quedan.

Con él se me va buena parte de los mejores años de nuestras vidas, de la suya, de la mía, de tantos amigos comunes, de tantas copas, de tantos disparates y aventuras. La muerte de Eduardo Chamorro, que me pilla por sorpresa y con el pie cambiado, es el fin de una época: la de los setenta, la del Dickens, la de Triunfo, la de los estertores del franquismo y el alborear de un oleaje de esperanza que la historia, poco a poco, fue frustrando…

Lo conocí en un bareto de la calle del General Pardiñas. Eran las cuatro de la tarde del mes de septiembre de 1970. Nos tomamos juntos un café irlandés, droga dura que entonces estaba de moda, y aquel latigazo de alcohol y cafeína fue el punto de ignición de una amistad que ya nunca, ni en la proximidad ni en la distancia, desfallecería.

En octubre del 92, cuando gané el Planeta, Eduardo fue finalista. La gira de promoción de esos dos libros nos llevó de aquí para allá, de plaza en plaza, de aeropuerto en aeropuerto, de Corte Inglés en Corte Inglés, de copa en copa, de porro en porro, de cena en cena, de dislate en dislate, y juro por la cruz de Santiago que dio título a la novela con la que a punto estuvo Chamorro de birlarme el citado premio, que él habría merecido tanto o más que yo, que si París fue una fiesta para los de la generación perdida, para nosotros aquel viaje compartido y loco también lo fue.

Teníamos una cita pendiente. Me maldigo, Eduardo, por haberla ido posponiendo de semana en semana, de mes en mes, de año en año. ¿Así es la vida? No. Así es la muerte.
Su cartero siempre llama cuando no se espera carta.

Aquel bareto ya no existe. Tampoco el Dickens. Cerró Triunfo. Murió Hortelano. Murió Benet. Has muerto tú. Ya nadie toma café irlandés.

Son las once y cuarto de la mañana. No he ido a tu incineración. Había terminado cuando la noticia me alcanzó. Me habría gustado acompañarte en ese último vuelo y acompañar a Rocío. ¿Otra vez será? No. Otra vez ya no será. Cita pendiente por los siglos de los siglos.

Voy a servirme un whisky, Eduardo, y aquí, en mi casa, a solas, a destiempo, levantaré mi copa por ti. Otra cosa no se me ocurre. Triste consuelo. ¿Qué nos quiten lo bailado? Pues sí, nos lo han quitado.

Suerte, amigo. ¿Fuman porros por ahí?

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.