La doctrina social de la Iglesia “no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral” (Juan Pablo II)
Benedicto XVI, mi admirado y respetado Papa, no se cansa de repetir que la política y la economía no pueden estar ajenas a la moral, ni esas esferas marginar la religión. Así lo expresó en su reciente visita al Reino Unido: “… jamás olvidemos cómo la exclusión de Dios, la religión y la virtud de la vida pública conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y por lo tanto, a una visión restringida de la persona y su destino” (Caritas in veritate, 29. Á‰l le recuerda a Inglaterra sus raíces cristianas).
Precisamente, el mundo globalizado del presente no puede andar lejos de lo recomendado por el santo Papa; un mundo, cada día más interdependiente, que requiere la reforma de sus organismos internacionales, entre ellos, la ONU.
La justificación de esa reforma lo constituye la imparable interdependencia global y la recesión mundial. Benedicto XVI lo sostiene en su encíclica antes mencionada, que data del 7 de julio de 2009.
Se plantea con urgencia la reforma de la arquitectura económica y financiera internacional, pero, ¿sobre qué bases?
Juan Pablo II dejó sentada la necesidad de que la ONU tenga “un grado superior de ordenamiento internacional” (Sollicitudo rei sociales).
Y es indispensable ese ordenamiento superior internacional – todo pasa por el Derecho – para que haya una Autoridad política mundial que, por cierto, esbozara Juan XXIII, el llamado Papa bueno, quien convocó e instaló el Concilio Vaticano II.
¿Cuál sería la función de esa Autoridad? La de ejercer el gobierno de la globalización.
Esa Autoridad debe ser aceptada por todos los países del planeta. Que estando regulada por el Derecho, se atenga de manera concreta a los principios de subsidiariedad y de solidaridad, ordenada a la realización del bien común de todos los pueblos de la tierra.
Cuestiones como el flujo inmigratorio, el ilícito internacional, la difícil gobernanza, la protección del ambiente, la ordenación de la economía y finanzas, el desarme mundial, el nuclear entre ellos, requieren de consenso multilateral. No de la acción de unos pocos.
La doctrina social de la Iglesia es “una reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial”. Su objetivo principal es “interpretar esas realidades examinando su conformidad con lo que el Evangelio enseña, acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta humana” (Juan Pablo II. Sollicitudo rei sociales).
Y es que el hombre en lo individual y como pueblo, tiene derecho a un desarrollo humano integral. Negarlo, en nada contribuye a la paz mundial.