Herminio Méndez Pérez nació en el barrio Pozas, de San Sebastián (Puerto Rico), el 25 de abril de 1876. Estudió con un sacerdote sabio y generoso, Manuel Durán, el maestro Felipe Janer y más tarde fue enviado a San Juan, donde asistió a los cursos en la Casa de Beneficencia. Antes de mudarse a San Juan, trabó amistad con el poeta más dotado en la época, Ramón María Torres, apodado ‘Moncho La Lira’.
Al ocurrir la Invasión Americana de 1898, es becado y es enviado a la Universidad de Harvard, donde se diplomara de Español y Gramática Española.
Allá, como compañera de estudio, conoce a Camelia Santoni Rodríguez, con quien terminará casándose y teniendo 8 hijos, el mayor de los cuales se suicidó, al perder a ambos padres. También fue muy amigo de los hermanos Andrés y Manuel Méndez Liciaga. Don Andrés en su «Boceto histórico del Pepino» lo destaca entre los intelectuales de talento y maestros del Pepino, antes de 1925.
Los Santoni-Rodríguez provenían de una cepa de inmigrantes de Córcega (Italia), establecida en el centro-oeste de la Isla, incluyendo Utuado. Establecieron una agencia de préstamos en Utuado y Arecibo. Miguel y Félix Santoni Rodriguez destacaron como abogados. El primero también operó una cadena de teatros en Arecibo y presidió la Asociacion de Hoteles en San Juan. Juan («Tati») Santoni fundó un banco y, con su hermano Arístides, fue exitoso en el ramo de los seguros de vida.
Herminio Méndez, pese a su educación en Harvard y diez años de servicio como maestro rural, tuvo una crisis existencial, en parte, debida a la transformación acelerada que observó vigente en Puerto Rico, debido al cambio de valores culturales, la extranjerización y el materialismo que avanzara con el siglo y que se intensificara con el flujo de capital tras la fundación el Partido Unión Republicana en 1932 y los proyectos de la PRERA.
El Partido de la Unión Republicana y la Alianza serán las organizaciones que radicalizarán la lucha política en Puerto Rico, sofocando al Partido Nacionalista y enfrentándolo a dos tendencias: el anexionismo y el autonomismo asimilista. Méndez tenía un carácter bohemio y divertido, apasionadamente patriótico, que cambiaría en la medida que la violencia política cundió (Masacre de Ponce a mediados del ’30), la Revuelta Nacionalista del ‘ 50 y la derrama de capital estadounidense en Puerto Rico, creándose el marco de hedonismo y capitalismo financiero, el que, de algún modo, HMP vio representado en la familia de su esposa, su primera esposa, Camelia Santoni Rodríguez.
La crisis repercute en el seno de su hogar. Por necesidad económica, Méndez escribe discursos para el barbosismo anexionista, o en nombre de un favor por el ideal que no comparte. Esta labor es anónima y pragmática, pero lo va hiriendo poco a poco, lo que se sumará a otra tragedia que no alcanzará a ver, mas presentía.
Uno de sus hijos, a la edad de 18 años, al morir ambos padres, se suicidó. Sensible, como su HMP, tenía talentos para la pintura. En el tercer intento, cumplió la premonición de que el suicidio sería su destino, dejándolo plasmado en un cuadro que se exhibía en un banco arecibeño. Otro de sus hijos, César Mendez Santoni, admirador de su padre, recitaba los poemas de éste a sus amigos de juventud y fue campeón nacional de tiro al blanco con rifle. «Sus puntuaciones fueron las más altas que las nacionales, pero su humildad no le permitia competir fuera de Puerto Rico».
Don Herminio murió el 24 de noviembre de 1964. Además de una obra poética para la que tenía sobradas dotes y meritoria sensibilidad, está su periodismo político en los órganos de prensa del Partido Republicano. En consideración a su personalidad, he preparado para este libro de «Epica a San Sebastián del Pepino» un poema titulado «El Romance de Herminio Méndez Pérez» que refleja la intensidad idiosincrática de Don Herminio y las muchas pruebas que en su existenciario vital y social tuvo que sobrellevar.
A Herminio Méndez Pérez (1876-1964)
¡Sé que todo se acaba!
Pasan los días y, al correr de los años,
la vida es nada; pasan con el tiempo
mis alegrías como pasa
el reflejo de una alborada.
[…]
Ya no quedan recuerdos de corazones…
se extinguieron del pecho sombras livianas.
[Añoranzas, Herminio Méndez Pérez,
en: Estampas del Pepino, ps. 48-50]
Me encuentro tus poemas dondequiera,
tu Yo añorante, con sueños perdidos,
cercenadas estrofas. Efectivos vestigios
de la angustia, tú los vacías en olvidos,
en cualquier hoja de estrasa,
y para secar el llanto de tu alma,
escribes Cielo, Derrumbe,
Soledad, miseria.
Incomprensión.
Frustraciones.
Eres la nostalgia en carne viva, el verso
como palabra flotante, maestro,
textos que vuelan por senderos de Pozas.
En bolsas de supermercado el gesto humano
a riesgo de perderse, en gavetas de roperos
la ilusión de tu Decir, la bohemia
y se escurre, residual fantasma del Pueblo.
porque estás viejo
y contigo no se cuenta para nada,
tan sólo para el beso de la corsa
porque las memorias de los hijos que se fueron
son privadas y son tuyas
y duelen… Así de trágica es la pobreza,
la vejez, el orgullo, la conspiración
que te va sepultando,
con los días y este medio-vivir
enfermo de tristeza.
Eras el más exigente de aquellos que vieron
la pepinianidad en entredicho,
las partidas, el pobre harto y cejo a cejo
encarado, la historia patria
en el galope colonial, desfigurante,
tú, el discípulo del Cura Manuel Durán,
el más sabio para darte a Beber
del Alfabeto y la Fe de los Templos.
Y cerca estabas de Moncho la Lira
que enseñaba la memoria fracturándose
de alcoholes, el amor desdichado
prosternado donde se pierde
musa y verso. Era bueno que lo consolaras
por un poquito de su conocimiento.
Y dijíste: «Yo soy afortunado, regreso
desde Harvard» y, aún está el poeta-amigo,
Ramón María que te oye; a él confesarás
que la amas, tras conocerla
en el campus. «No vengo solo». ¡Qué dicha!
«Tengo un amor en Utuado».
Ambos, maestros de lujo
para el campo seremos, dijíste.
«Que estoy enamorado de la hija de un banquero
y no sé cómo le haré para que abran
la puerta de su casa.
Si el destino a mi lado la puso, siendo yo pobre,
¿cómo decir: No quiero?»
Y por la escuela rural de niños harapientos,
han trabajado y todo el campo les ama.
Herminio, con Camelia… por Utuado,
se alega que pulula su verso y lo ven sospechosamente
rumbo a campo y Pueblo. Estos Santoni-Rodríguez
hijos predilectos / con el nuevo siglo
son y serán empresarios, abogados, hoteleros,
fundadores de bancos y cinemas, playboys /
la envidia / los señores / los usted /
lo mío y lo suyo / separado.
«Usted, con Camelia no me juegue
al poker ni suba al Casino del Pepino».
Como si fuera al hijo de Mislán,
moncho el bastardo, el trato se le dieron a distancia
y se sintió un poeta flaco, saturnino,
heterodoxo, inadecuado
con el mal del siglo.
«¿Te digo, Moncho Lira?, los viejos de la Plaza
que te amaron no son como los jóvenes que veo.
No son como Andrés ni Manolo
(Méndez Liciaga} que tenían El Regional
y La Central como almas / motores
tan fraternos, en tertulia nocturna y clandestina.
¡Qué buenos aquellos tiempos de botica,
con dulce bronca, habla directa, con la mirada en alto!
Sí, aunque no había acueductos apenas
la luz te la daba Don Mingo, el farolero.
¡Qué buenas las Charcas, El Barandillo y El Peñón
de la Palabra Poesía! y la gente que escuchaba
y fue feliz y te quiso; hoy, paradójicamente,
vienen a ofrecer el voto y es
el mismo hijodeputa que te humilla, te abraza
en las Alianzas, te miente con la Ley # 74,
te legaliza el voto femenino; se esconde en Los Corrales
de Chilín el de Eneas, y te compra la consciencia
y la Alcaldía, pero, ¿sabes? Esto no es
sólo aquí, esta es la colonia, toda la patria.
(Manuel A. García Méndez, sabe que todo
da igual). El ignorante que no vote y coma menos
porque hay barreras de ley por alfabetismo y por pobre…
Ahora, tanto tiempo después, son tus hijos
quienes describen, en rigor, lo entronizado
en este Puerto Rico: la anonimia, la indiferencia,
la apatía «y yo lo entiendo porque Félix,
abogado lo dice con todo lo preciso de su ley
y presunción de clase»: Herminio, qué afortunado
has sido tú al casarte con la hija de un banquero,
qué afortunado tu hijo que pinta, sin preocuparse
del hambre de los pobres, qué afortunado
Miguel, el abogado,
Pello, todo los Santoni…
en algunos el prestigio con que la mente
se premia está en hoteles, en teatros,
en agencias de seguro y en bufetes…
y la puta vida, en su tristeza, está
en las manos de Getulio, Chilín, Oronoz,
los García Méndez; ellos te ponen ojos martirizados,
cara de zopenco, te visten de humillación
de la mañana a la tarde y solicitan en secreto:
«Cuidado que lo digas»; «De ésto no escribas
versos ni hables»…
Estás ya, con ocho hijos, temeroso de pedir
prestado al fundador del banco,
a Tati, tu cuñado, ni lo busques
porque esta gente está ocupada en otras cosas
y es como es, así, incapaz de agradecer
lo que esconde tu palabra en la cotidiana rabia
de la patria perdida y la economía privilegiada
de tú en tu lugar y yo en el mío, tu el muerto de hambre
y yo, el señor, dueño del banco y la aseguradora,
el magnate, el dólar, el prestigio …
… porque más tarde nadie escuchará
la fervorosa palabra que tú clamas y tu hijo
lo sabe y se quiere…
volar los sesos, o pintar ese anhelo tenebroso
en las paredes del banco de su tío.
Entonces, escribes tu mensaje para nadie,
para los sepulcros,
tiras el poema en la primera quebradura,
lo dejas caer en los cruces de camino,
lo desapareces en libros que jamás
se editan, se imprimen, se comentan…
porque así se esconde en lo invisible
lo que desde tiempo acá has vivido cavilando;
te tragas los sueños perdidos
en este coloniaje de la angustia.
«Es difícil vivir así, papá».
Herminio, ya no hay cartas / ni dinero alguno/ para jugar
en el Casino ni hay un piano en tu casa
para escuchar tus dedos; la Patria se ha llenado
de mendigos, no hay riqueza ni café
en Utuado, no hay un banco con crédito a tu nombre.
Las mismas niñas hermosas de Santoni
se instruyeron para decirte: «No pidas, no te humilles»
porque éstos que llamaste mis hermanos
son dispares, son un nuevo puertorrico-vendepatria;
quieren que escribas discursos a Barbosa,
que te olvides de loar la Luna, y pienses
en el eclipse del bolsillo, porque no te casaste
con una pringajosa rabisa de la calle
o tísica jibarilla de los campos.
Te robaste a Camelia del corazón
de su padre y ni Santoni ni Rodríguez
te perdonan…
… ahora sólo hay ambición sin esfuerzo.
La perseverancia se ha suplantado
con ínfulas y frivolidades y, en vano,
añoras te pasas tiempos idos, tiempos que no tienen
la savia hispánica de tu patriotismo / ni un diploma
de Harvard, Herminio,
menos aquella alegría de vivir y ambicionar
que tenías tú, junto a Felipe Janer,
tu maestro, y es que la Invasión lo cambió
todo y, desde el 1924 y desde la Depresión
el Partido de la Unión desechó la independencia
y desde el ’30, con La Mogolla,
tú, con toda esa simiente de Camelia,
eres pobre, vas abajo,
(¡así, como quien suelta su ideal al sumidero,
así como tú que engavetas poemas
como non-gratos espectros de añoranzas)
y es que muerto, don Andrés, querido confidente
de tus cuitas, todo parece dar lo mismo,
es que ser Liberal es ya ser mofa
en los predios de Poza y Echeandía…
pero, a tí, estudiante de Harvard,
hispanista de hueso colorado, te nececitan
para que hables de anexión
y amores por el amo.
Ahora a ocho hijos te dio
Camelia Santoni, la maestra, te sienten un extraño.
¿Dónde está tu alegría? ¿dónde escribes
el verso a quien vio, desde Cambridge,
tu talento, tu cómica maniobra en las veladas,
tus hábiles manos para el póker?
«Epica a San Sebastian del Pepino» /
Libro inédit de Carlos López Dzur